El día 26 de este mes de marzo se cumplen cinco años de la
muerte de uno de los íconos de la literatura sudcaliforniana. Poeta que hizo
del soneto su fuente de inspiración, forma parte de la trilogía de artistas de
este solar, junto con Filemón C. Piñeda y José Alberto Peláez Trasviña.
Néstor Agúndez, todosanteño de cepa, entregó lo mejor de si
mismo a ese pueblo, en su triple carácter de maestro, promotor social y difusor
de la cultura regional. Fueron más de cuarenta años los que dedicó a forjar la
imagen de una comunidad, una de las que
guardan mejor las tradiciones de nuestro pueblo.
En su último reducto, la Casa de la Cultura Siglo XXI,
mantuvo hasta el límite la defensa de lo nuestro, oponiéndose a intereses
ajenos y con una actitud que a veces rayaba en la intolerancia. Pero así era
Néstor y por eso se le admiraba.
Fue un amigo de los buenos. Lo conocí cuando fuimos a
estudiar en la Escuela Normal Superior de Tepic, Nayarit, allá por los años
cincuenta del siglo pasado. En ese entonces hubo un grupo de maestros
todosanteños con afanes de superación que se inscribieron en esa escuela: César
Moreno Meza, Esteban Pérez Espinoza y Manuel Salgado Guluarte.
Me sirvió mucho la amistad con él. Cuando lo visitaba en la
Casa de la Cultura siempre tenía tiempo para atenderme. Y para platicarme largo
y tendido sobre la historia de Todos Santos, de sus anécdotas y sus personajes
notables. Por cierto, para guardar su memoria, pidió a las antiguas familias
fotografías de su época las que hizo colocar en una sala del recinto. ..”Aquí
están —me decía— las mujeres y los hombres que han forjado a este pueblo”.
Néstor era un hombre orgulloso, pero tenía por que estarlo.
Era un personaje que no tenía miedo a decir la verdad. Por eso, muchas veces se
encontró con la incomprensión y la indiferencia de los que tenían poder para
ayudarlo. Pero, pesar de todo seguía
adelante, por que hizo de la terquedad uno de sus sellos distintivos.
El pesimismo no formó parte de su carácter. Su optimismo lo
tradujo en cantarle a la vida, a la naturaleza, a la amistad, al amor. Andan
por ahí varias publicaciones que hablan de su vida y su obra, especialmente de
los miles de sonetos que compuso que dan fe de su extraordinaria inspiración.
Néstor hizo de la amistad un puente de luz para darse a
conocer y que los demás supieran de él. Su correspondencia epistolar con muchas
personalidades mexicanas y extranjeras fue el camino para que conocieran su
obra poética, pero también de su calidad humana y de su bonhomía. Fue también
un portavoz de las bellezas de su pueblo, de su historia y sus tradiciones.
En su casa, a la que varias veces me invitó, engalanaba sus
paredes con los reconocimientos y diplomas a los que se hizo merecedor. Y
también fotografías de escritores famosos dedicadas a su persona, Pero, además,
sobresalían varias litografías de un personaje al que siempre admiró: Don
Quijote de la Mancha.
Desfacedor de entuertos como Alonso Quijano, siempre hizo
gala de su libre albedrío. Su rebeldía ante el dogmatismo oficial lo demostró
muchas veces en sus acciones. Como aquella ocasión en que colocó un busto del
licenciado Colosio en el patio de la Casa de la Cultura, con la presencia de
los padres de este distinguido político. Eran los tiempos en que un gobierno
perredista estaba al frente de nuestra entidad.
Pero así era Néstor y así lo recordamos. Por eso, cuando las
flores que el día 26 le llevaremos se mustien, todavía nos quedará su presencia
inmanente en los poemas que escribió, esos que nos hablan de un hombre que
trascendió más allá de lo cotidiano para dejar su huella en la literatura
sudcaliforniana.
Marzo
25 de 2016
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