Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

jueves, 26 de octubre de 2017

Una salvación oportuna

Como siempre lo hace, la maestra Elizabeth Acosta Mendía, directora del Archivo Histórico Pablo L. Martínez, me obsequió el libro “Indios, soldados y rancheros” del doctor en historia Mario Alberto Magaña Mancillas. Es un texto de 671 páginas, con abundantes fotografías y gráficas.

Cuando el autor se refiere a los indios que habitaron la región norte de la península, --kumiai, paipai, kiliwas, yumas y cucapás— hace un recuento de sus características antropológicas y etnográficas y las regiones que ocuparon a mediados del siglo XVIII. Con respecto a los primeros describe las continuas rebeliones en contra de los propietarios de ranchos y de los pueblos de misión, encabezados por tres indígenas conocidos como Martín, Cartucho y Pedro Pablo.

En 1837, luego de incendiar varios ranchos y asesinar a gente inocente, se dirigieron a San Diego con la intención de hacer lo mismo, con el pretexto de restituir a los indios las tierras que les habían sido arrebatadas por los blancos y mestizos, conocidos como “gentes de razón”.

Para tener éxito en el ataque, convencieron a varios indios radicados en San Diego para que les informaran las condiciones de seguridad del puerto y los soldados que lo resguardaban. Pero fueron descubiertos y fusilados. Al mismo tiempo los pobladores solicitaron con urgencia la ayuda de un destacamento militar que se encontraba acantonado en la misión de San Vicente Ferrer, al mando del capitán Macedonio González.

Al recibir el llamado de socorro, en marchas forzadas llegaron a tiempo para defender el pueblo de los indios rebeldes. Pero éstos, al ver frustradas sus intenciones, huyeron y se refugiaron en la sierra de Jacumé donde le hicieron frente a las tropas de González. Y como conocían muy bien esa zona montañosa, prepararon una emboscada en un barranco donde pasarían las fuerzas que los perseguían.

Desde lo alto de la cañada los recibieron a flechazos y piedras, a tal grado que causaron serías bajas entre soldados y de indios leales que los acompañaban. Desesperados trataron de retirarse del lugar, pero los indios con piedras habían obstruido la salida. Y cuando ya era inminente la derrota y el sacrificio de todos ellos, se oyó de pronto, un grito pronunciado por cientos de voces que decían “Jatñil, Jatñil”.

Eran 200 guerreros al mando del cacique Jatñil, quienes enterados de la rebelión de los kumiai y su intento de destruir el presidio y la misión de San Diego, acudieron en ayuda desde el valle de Guadalupe. Con ese refuerzo, los rebeldes tuvieron que abandonar la lucha y refugiarse en lo más intrincado de la sierra.

Agustín Janssen, quien acompañaba a los soldados de Macedonio González, dijo en esa ocasión: “Si no hubiera sido por esta ayuda, más de la mitad de nosotros hubiera caído como víctimas. Jatñil, el pagano, después de Dios, fue nuestra salvación”.

Por supuesto, Martín, Cartucho y Pedro Pablo continuaron cometiendo tropelías en toda esa región del norte de la península. Macedonio, por su parte continúo al servicio de las armas hasta su muerte acaecida en San Diego. Murió pobre y decepcionado de las autoridades de esa época a pesar de lo mucho que aportó para la paz de esa región.

Por su parte Cartucho y Pedro Pablo al fin fueron capturados y fusilados, poniendo fin a las rebeliones indígenas de esa región central de las Californias. No así los yumas que todavía en 1781 se rebelaron contra las fuerzas españolas, realizando una masacre en las dos misiones establecidas a las orillas del río Colorado.

Octubre 26 de 2017

jueves, 19 de octubre de 2017

Sebastián Taraval, indio cochimí

Cuando el fraile franciscano Junípero Serra se dirigió al norte de la Baja California, en 1769, a fin de fundar misiones en toda esa región perteneciente hoy a los Estados Unidos llevó consigo, además de soldados de cuera, un grupo de indios cochimís con el fin de que ayudaran en los sitios donde se iban a establecer los presidios y los centros religiosos.

En ese grupo iba un indio joven acompañado de su esposa y un hermano, procedentes de la misión de Santa Gertrudis. Bautizado por el padre Retz le pusieron por nombre Sebastián Taraval, en recuerdo quizás de Sigismundo Taraval, un jesuita que estuvo en las misiones de la Purísima y Todos Santos.

En la Alta California lo destinaron a la misión de San Gabriel, una de las primeras que se establecieron en la región y también una que pasó muchas necesidades antes de contar con sus propios medios de subsistencia. La escasa alimentación, la vida insalubre en sus jacales y el rigorismo de los soldados que por motivos baladíes castigaban severamente a los indios fueron causa de que varios de ellos huyeran de la misión. Uno de ellos fue Sebastián.

Junto con su esposa y su hermano se dirigieron al este, a las montañas, tratando de evitar los caminos trillados de la costa. Pasaron muchas dificultades, sobre todo cuando bajaron al desierto y carecieron de agua y de comida. Sus acompañantes murieron, pero él continuó huyendo hasta llegar, cuando ya estaba al borde de la muerte, a una ranchería indígena que le dio socorro a la vez que le pidieron explicaciones sobre su presencia en ese lugar.

Repuesto un poco de sus males, Sebastián continuó su camino hasta llegar a los dominios de los indios Yumas, una ranchería localizada en la confluencia de los ríos Colorado y Gila, y de la cual el cacique era Salvador Palma. Éste, al conocer los motivos de Taraval, le aconsejó que llegara hasta el presidio de Tubac donde se encontraba el capitán español Juan Bautista Anza.

Por coincidencia, Anza estaba organizando una expedición, con el fin de abrir una ruta terrestre desde Sonora hasta la Alta California y el conocimiento que tenía Sebastián le iba a servir como guía. Fue en el año de 1774 cuando la comitiva de Anza —soldados, indios amigos, víveres y bestias de carga— iniciaron esa larga y peligrosa travesía. Salvador Palma, amigo de los españoles, ordenó que un grupo de sus indios los acompañaran hasta las cercanías de las montañas, entre las que se destacaba La Rumorosa.

De allí continuaron su travesía, siempre en busca de agua y forraje para sus animales.

Pero el desconocimiento de la región y el malestar de los expedicionarios casi dieron al traste con su aventura. Cuando se enfrentaron a lo inaccesible de la sierra y estaban a punto de abandonar la empresa, un grito de Sebastián los detuvo: “¡Esperen, esperen, yo conozco un atajo que nos llevará a un lugar donde hay pasto y agua!

Se trataba de la ranchería que le había dado cobijo cuando casi se moría de inanición. En efecto, al cabo de varias horas llegaron al lugar, donde los indios los recibieron sin hostilidades y reconocieron a Sebastián cuando estuvo con ellos. Fue en ese momento cuando el capitán Anza reconoció la gran ayuda que el indígena los proporcionó, y en agradecimiento a ese paraje le dio el nombre de “Ciénaga San Sebastián, el peregrino”

Los siguientes días continuaron su camino, atravesando valles y llanuras a un costado de la sierra Nevada, hasta que a finales de marzo llegaron a la misión de San Gabriel. Taraval acompañó al padre Francisco Garcés en varias expediciones al norte de la Alta California y meses después regresó a Sonora.

Dicen algunos historiadores que Sebastián estaba en una de las misiones fundadas en las márgenes del río Colorado cuando los indios yumas encabezados por Salvador Palma destruyeron las dos misiones y mataron a los padres que las atendían. Ahí también murió el capitán Fernando Javier de Rivera y Moncada, un personaje de la historia de esos tiempos. Vale la pena recordar los hechos de esa rebelión.

Se cree que Sebastián Taraval murió en esa masacre del mes de julio de 1781, pero no hay constancia de ello. Más bien es probable que haya regresado a la Baja California, a su tierra de origen. Como quiera que haya sido, no cabe duda que fue un indígena cochimí que fue reconocido por los pobladores de la Alta California.

Octubre 19 de 2017.

lunes, 16 de octubre de 2017

Una propuesta equivocada

Ignoro qué argumentos justificativos presentó el licenciado Gabriel Salvador Fonseca Verdugo, cronista municipal del XII Ayuntamiento de Los Cabos, para proponer que dentro de la nomenclatura de la delegación de Santiago (sic) se incluyeran los nombres de Cristóbal Chicori, Cristóbal Abué y Domingo Salvador Cunuam, líderes pericúes de esa región.

La dicha propuesta la presentó al Consejo de Nomenclaturas y Monumentos y éste lo aprobó el dos de septiembre pasado. Además de otros nombres también se propuso a los padres jesuitas Lorenzo Carranco, Nicolás Tamaral y cinco más.

Desde luego, distinguir a los misioneros en las calles de Santiago merece nuestra aprobación. No así la de los líderes indígenas ya que estos fueron los causantes directos del asesinato de los padres Nicolás Tamaral de la misión de San José del Cabo y de Lorenzo Carranco, de Santiago.

En la historia de Baja California se describe como fue la rebelión de los indígenas pericúes en el sur de la entidad y de cómo, con inaudita saña, dieron muerte a los padres y parte de soldados y neófitos. Los cronistas de esa época, Miguel Venegas, Francisco Javier Clavijero y Sigismundo Taraval narran los sucesos y lo mismo lo han hecho historiadores contemporáneos como Pablo L. Martínez, Ignacio del Río y Salvador Bernabeu Albert.

Los líderes indígenas Cristóbal Chicori, Cristóbal Abue y Domingo Salvador Canuam, mejor conocido como Boton, fueron los causantes directos de una revuelta que tenía como propósito destruir las misiones de toda la Baja California y cobrar venganza contra los padres jesuitas. Pero solo pudieron destruir las misiones de Santiago, San José del Cabo, Todos Santos y La Paz. El padre Taraval, radicado en Todos Santos, se salvó y refugió en la misión de Los Dolores. En La Paz afortunadamente no había misionero.

Ante la gravedad de la situación los jesuitas solicitaron la ayuda del gobierno a fin de sofocar la rebelión y solo así se pudieron evitar mayores daños. Chicori, Boton y Abue fueron juzgados y según algunos historiadores sentenciados a la pena capital. Con ellos muchos de sus partidarios también fueron castigados.

No hay justificación ni perdón. Por más que se trate de explicar los motivos que los llevaron al asesinato de los padres Carranco y Tamaral, lo cierto es que los grupos de sublevados actuaron con alevosía ante dos representantes de la iglesia que solo buscaban, con el auxilio de Dios. El bienestar de sus feligreses. Y este hecho sangriento invalida cualquier intento de reconocimiento a personas que, como ellos, tienen el estigma de asesinos.

Por eso, creo que la del cronista de Los Cabos, fue una propuesta equivocada. Como lo es también el Consejo de Nomenclatura y Monumentos que no interpretó el contenido del Reglamento alusivo que supuestamente determina que los nombres de calles y colonias deben ser de personajes que se han distinguido por hechos heroicos o que han ofrecido sus mejores esfuerzos para el bienestar de la sociedad en que se desenvuelven.

Lo delicado del asunto es que el propio Cabildo aprobó la propuesta de nomenclatura oficial de la Delegación de Santiago (sic), por unanimidad de votos y giró instrucciones para que el citado acuerdo  se notificara a las diferentes dependencias para su conocimiento y efectos.

Aunque el Acuerdo ya fue turnado al gobierno del estado para su publicación en el Boletín Oficial, creemos que aún es tiempo de rectificar, porque no es posible que en un pueblo como Santiago se ufane de tener en sus calles los nombres de victimarios y lo peor, al lado de sus víctimas. Solo falta que llevados de su ignorancia, veamos dentro de poco monumentos edificados a su memoria. Lo cual sería el colmo.

Octubre 14 de 2017.

jueves, 12 de octubre de 2017

Una lamentable pérdida

Ayer, los medios informativos dieron una triste noticia: un incendio generado en el edificio que ocupa la Dirección Municipal de Cultura y donde también estaba el archivo general en la planta baja, acabó con gran parte del acervo documental que ahí se resguardaba.

El archivo tenía bajo su protección y conservación la documentación de las administraciones de los ayuntamientos de los últimos quince años y unos cuantos de los gobiernos de Adán Ruffo Velarde y Leonel Cota Montaño. De las administraciones anteriores no existen documentos, pues es del dominio público que se destruyeron o fueron a dar al basurero.

Y fue precisamente por este descuido que en el año de 2007 se creó el Archivo General Municipal, con el exclusivo fin de resguardar toda la documentación generada por las administraciones municipales. A partir de ese año se comenzó a inventariar los expedientes y clasificarlos conforme a las dependencias que los expidieron.

Nomás que el local proporcionado por el ayuntamiento no era de su propiedad sino que pertenecía al gobierno del estado. Fue por eso que en el periodo de gobierno de Estela Ponce Beltrán, el edificio fue requerido por las autoridades estatales y no hubo más remedio que desalojarlo. Lo malo es que se hizo con premura, por lo que los documentos ya clasificados fueron amontonados sin ton ni son y trasladados a la planta baja del local ocupado por la Dirección Municipal de Cultura.

En varias ocasiones visité el archivo en busca de información y me di cuenta que solamente una secretaria y el encargado lo atendían. Personal insuficiente para proseguir la clasificación y valoración de los documentos. Y claro, el ordenamiento de las cajas con expedientes estaba retrasado.

Pero aun así, las condiciones del inmueble no eran las apropiadas para la seguridad de los documentos, dado lo reducido de los dos espacios que ocupaban. Como persona interesada, insistí ante funcionarios del ayuntamiento que era necesario encontrar un local más adecuado, incluso construir uno para uso exclusivo de ese repositorio. Pero dadas las carencias financieras eso no ha sido posible.

Ahora, ante lo irremediable, es necesario saber cuántos expedientes desaparecieron y a que ayuntamientos correspondían y levantar el inventario de los que se conservan. Esto con el fin de informar a los funcionarios municipales y a los investigadores que asisten a ese centro cultural.

Fue el 20 de abril de 2007 cuando el boletín oficial del gobierno del estado publicó el acuerdo que creaba el Archivo General Municipal de La Paz, como encargado de la recepción, conservación, clasificación y depuración documental de las áreas y dependencias municipales. Además, la concentración de leyes, reglamentos, actas de cabildo y demás publicaciones inherentes al municipio de La Paz y del estado de Baja California Sur.

Me tocó en suerte ser el promotor y fundador del Archivo General del municipio de La Paz. De sortear muchas dificultades hasta lograr que el municipio tuviera un lugar donde se conservaran las acciones más relevantes de las administraciones pasadas y que esas acciones pudieran ser conocidas por los estudiantes e investigadores los que a  su vez las divulgarían a través de sus publicaciones.

Ahora, con la amarga experiencia de la pérdida de importantes documentos, hay que volver a insistir sobre la necesidad de contar con un local apropiado y seguro para el Archivo. La historia de La Paz y sus pueblos lo merecen. Para la memoria de nuestro pasado, vale la pena.

Octubre 12 de 2017.

martes, 3 de octubre de 2017

Octubre, la rebelión de los californios

Ayer saludé al buen amigo Eligio Moisés Coronado en un centro comercial que ofrece baratas todos los martes. No sé qué compró, pero mi esposa apañó verduras y frutas para toda la semana. Y platicando con él me acordé que el día tres el padre jesuita Nicolás Tamaral, misionero de Santiago, murió a manos de un grupo de indios pericús sublevados.

Dos días antes, el primero, los indios habían asesinado al padre Lorenzo Carranco y destruyeron la misión de San José del Cabo. Los cronistas de esa época describen esos hechos sangrientos, pero quien dio los detalles de esa rebelión fue el padre Sigismundo Taraval quien en ese año de 1734 estaba encargado de la misión de Todos Santos.

Taraval es autor de una especie de diario o crónica en el que relata la sublevación indígena que tuvo lugar en el sur de la península y de la campaña militar posterior que puso fin a la revuelta. Desde luego, los principales amotinados —Boton y Chicori— fueron castigados y con ellos muchos de sus secuaces.

Por cierto se tenía conocimiento de ese diario desde el año de 1931, cuando fue traducido al inglés, pero en español no se conocía. No fue sino hasta el año de 1996, cuando gracias al interés de Moisés Coronado, ese testimonio fue publicado en forma de libro por la editorial Doce Calles, de Madrid, España. Y el título que se le puso fue “La rebelión de los Californios”, con una presentación del doctor Salvador Bernabeu Albert y un índice onomástico y de topónimos.

El historiador español dice del diario de Taraval lo siguiente: “En el afán de encontrar la huella providencial y para dar a conocer los dramáticos sucesos ocurridos en la península, Taraval relata minuciosamente los acontecimientos hasta llegar a aturdir al lector. Lo hace en primera persona, como protagonista activo de los sucesos, haciendo gala de una prodigiosa memoria y dando un sesgo autobiográfico a la crónica. Cuando no ha sido testigo de algún episodio que considera importante, no duda en acudir a otros informadores en busca de la verdad, lo que amplía el valor de la narración para los historiadores de la península californiana y, en especial de los sudcalifornianos, quienes encontrarán datos importantísimos para sus quehaceres…”.

Lo sucedido en el martirio de los misioneros Carranco y Tamaral ha dado lugar a varias interpretaciones, Una de ellas es el fracaso de la evangelización de los indígenas, que a 37 años de haberse iniciado por el padre Juan María de Salvatierra, no había logrado permear en las conciencias y en las costumbres de los californios. Ignacio del Río señala “que esa rebelión fue una especie de parteaguas en la historia de las misiones jesuitas de la península, pues a partir de entonces la visión del indio y del proyecto evangelizador bajacaliforniano entró en crisis”. Y sigue diciendo “esta rebelión representa un momento de ruptura, un momento en que entran en crisis las estructuras institucionales de la conquista jesuítica y, en general, el sistema de relación hispano-indígena”

En el caso particular de los pericús, varios historiadores atribuyen los motivos que los llevó a la rebelión a que no quedaron conformes con tomar en matrimonio a una sola mujer como era su deber y como lo habían aceptado, y por la otra por haberles exigido a vivir de acuerdo a las normas de conducta ajenas a ellos, y también por las continuas reprimendas y castigos, entre los cuales se encontraban los azotes.

La rebelión tuvo un impacto global, pues se creyó que la mayoría de las etnias distribuidas en toda la península se sumarían y por ello cundió la alarma en todas las misiones. Y es que los insurrectos, además de asesinar a los dos misioneros, soldados y sirvientes, destruyeron las iglesias de San José del Cabo, Santiago, Todos Santos y La Paz. No lograron apresar al padre Taraval, pues éste avisado a tiempo, escapó junto con sus feligreses hasta llegar a la misión de Los Dolores.


Octubre 03 de 2017.