Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

lunes, 26 de febrero de 2018

Los años no pasan… en balde

Guardo un lejano recuerdo de los años que fui director de la escuela primaria Benito Juárez de la colonia Los Olivos de esta ciudad de La Paz. Un recuerdo que de pronto se hizo presente por causa de un grupo de exalumnos egresados de esa institución en los años sesenta quienes, con mucho entusiasmo, están organizando una ceremonia en la que se recordarán los años que estudiaron en esa institución, conocida como la generación 1962-1968 y a los maestros que les impartieron clases en los diversos grados de su aprendizaje.

Será un acto conmemorativo sencillo pero lleno de significación por el solo hecho de reconocer, después de 50 años, a una escuela y sus mentores que forjaron una parte esencial de su educación, misma que posteriormente les fue útil para continuar sus estudios en escuelas superiores donde algunos llegaron a ser profesionistas.

La escuela Benito Juárez fue de las que se fundaron en el período de gobierno del general Agustín Olachea Avilés en los años cincuenta del siglo pasado, con el fin de atender a la población infantil de esa zona de la ciudad cuya población iba en aumento. Se cree, la SEP deber tener el dato preciso, que la maestra fundadora de esa escuela fue la profesora Leticia Peláez Sánchez, quien atendía a los alumnos de primero, segundo y tercer año.

Con el paso del tiempo, el plantel aumentó su personal y se construyó el edificio con seis aulas y la dirección. Cuando me hice cargo de la escuela, en 1965, los maestros de grupo fueron Rosario Núñez, Rosaura Estrada, Adolfina Olivares, María Elena Calderón, Humberto Fong y Rodolfo Valle Núñez. Después, con el aumento de alumnos, se sumaron otros más como Gilberto Ibarra Rivera, Jesús Antonio Cota Osuna, José Salgado Pedrín, Miguel Murrieta Luna, José Frausto Ávila, Socorro Savín, Egriselda Higuera y Franco Domínguez Verduzco.

Esos años de mi estancia en la escuela Benito Juárez fueron de mucha actividad. Con el respaldo de los padres de familia —Lupita Castillo, Juan Ignacio Martínez y Ricardo Lieras, entre otros— se logró que el CAPFCE construyera dos aulas más; que la escuela adquiriera prestigio como una de las mejores de la ciudad por la calidad de su personal docente; que obtuviera primeros lugares en las tablas gimnásticas en los desfiles cívicos, que su grupo de poesía coral triunfador en certámenes, se presentara ante el gobernador Hugo Cervantes del Rio para declamar la poesía “Calafia” de Fernando Jordán.

Pero para mí lo más importante: fue en esos años, cuando me inicié como escritor de temas históricos, con la publicación de tres folletos dedicados a la vida y la obra de don Benito Juárez, uno de ellos titulado “Benito Juárez, el educador” que fue prologado por el entonces director federal de educación, Rafael Hernández García. Dos años antes, en 1970, escribí la “Geografía del Territorio de la Baja California” un texto para los alumnos de tercer año de primaria.

Traigo estos recuerdos ahora que ese grupo de exalumnos recrea su estancia en esa institución educativa. Son un poco más de 15 las que harán acto de presencia en esa conmemoración, entre ellas —mis disculpas por no mencionarlas a todos— Reyes Guadalupe y Rafaela Lieras Castro, Consuelo Sepúlveda Quiroz, Carmen Sepúlveda Arriola y Alfonso Arce Castro.

Cuando el próximo 21 de marzo, natalicio de Benito Juárez, se lleve a cabo ese emotivo acto, al presenciar ese grupo de exalumnos, traslaparé la imagen de unos niños con la luz de la inocencia y la alegría recorriendo los pasillos de esa escuela a la vez que aprovechaban la enseñanza de sus maestros: un recuerdo imperecedero.

Febrero 26 de 2018.

martes, 20 de febrero de 2018

Los libros regalados

El jueves pasado, en el local del Archivo Histórico Pablo L. Martínez, se presentó mi libro “Mitos, leyendas y tradiciones sudcalifornianas”, en su tercera edición. Allí le dije al público presente que algunas de las leyendas las había escrito Adrián Valadez, a principios del siglo pasado. Relatos como El Mechudo, El Coromuel y La perla de la Virgen han formado parte desde ese tiempo del imaginario colectivo de los sudcalifornianos.

En la presentación les confesé que el folleto donde aparecían las leyendas de Valadez me lo había regalado un amigo, pero ignoraba quien había sido. Han pasado muchos años de ello, y no fue sino el día de ayer cuando en una plática con el estimado amigo Gilberto Ibarra Rivera, al hacer referencia a mi libro y al folleto en cuestión, cuando me aclaró:” Yo te lo regalé y por cierto pertenecía a la maestra Isabel Noriega”. En efecto, en la portada aparece el nombre de esa educadora.

En mis largos años de mi afición por la lectura, sobre todo de obras literarias e históricas, me ha tocado en suerte que algunas me las obsequiaran aunque, claro, la mayoría las he comprado. Algunas de las que me regalaron son textos valiosos, de principios del siglo pasado, que conservo con pasión anticuaria.

En los años noventa siendo yo encargado del Archivo Histórico de nuestra ciudad, una empleada del mismo, María Concepción Rosales Bautista, me llevó dos pequeños libros de historia publicados por una editorial argentina en 1946. Se llaman “Hernán Cortés” de Carlos Pereyra y “Carlos de Europa, emperador de occidente”, de D. B. Wyndham Lewis.

En pasada ocasión, cuando estaba comisionado en la Dirección Federal de Educación, el entonces director Francisco Jerez Angulo me obsequio un poemario titulado “Antología Americana” también editado en Argentina en 1924. Su autor, Alberto Chiraldo, incluyó poemas de dos mexicanos, Ignacio Ramírez y Guillermo Prieto.

Y ya en épocas recientes son muchas amigas y amigos que me han obsequiado libros algunos de su autoría. Una de ellas Carmen Boone Canovas, historiadora y cronista veracruzana, me demostraba su amistad con libros. Así tuve en mis manos “La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial, 1572-1697, de Gerardo Decorme, en cuatro tomos, escrita en 1941. Y el libro editado por Rose Marie Beebe y Robert M. Senkewics de nombre “Lands of promise and despair” que son crónicas de la antigua California. Ellos son maestros de la Universidad de Santa Clara en el estado de California. Además, en una visita que hicieron a esta ciudad en el año de 1999, me dedicaron el libro de su autoría titulado “The history of Alta California” de Antonio María Osio.

Me he hecho de una buena colección de libros regalados. Nomás que algunos los he tenido que devolver a sus legítimos dueños. Tal es el caso de uno que me obsequió una amiga, con la explicación:” Este libro sobre la historia de Baja California lo tenía mi papá en su biblioteca, tiene una firma pero no se de quien es”. Se lo agradecí mucho, ya que era una primera edición de La reseña geográfica y estadística de la Baja California, escrita en el año de 1912 por León Diguet.

Pasaron los años. En una ocasión, cuando el profesor César Piñeda Chacón era el director del Museo Regional de Antropología e Historia de esta ciudad de La Paz, le hice una visita y después de saludarlo le comenté que me habían regalado el libro de León Diguet y que tenía la firma del dueño. Se me quedó mirando y me dijo: “Me interesa conocer el libro, ¿por qué no me lo traes para hojearlo?

Unos días después se lo llevé y al ver la firma me dijo, con cierta alegría: “es la mía, hace mucho presté este libro pero nunca me acordé a quien…” Con cierto pesar se lo devolví, aunque en mi fuero interno pensé; De haber sabido…

Febrero 20 de 2018

viernes, 9 de febrero de 2018

Mi amigo Isidro Jordán Carlón

Ayer, por la mañana, recibí una llamada telefónica de Isidro, quien después de saludarme me invitó a pasar por su casa pues tenía algunas cosas que platicarme. Acudí con el gusto de saludar al amigo de tanto tiempo atrás, cuando fuimos compañeros en la escuela primaria Ignacio Allende, conocida en esos años como la número uno.

Después continuamos frecuentándonos durante nuestros estudios en la secundaria, junto con otros compañeros como Ricardo Fiol, Norberto Flores y Arturo Salgado. Pero mientras nosotros continuamos en la escuela normal él, por motivos personales, ingresó al trabajo burocrático en el entonces Territorio Sur de la Baja California. Con el paso de los años ocupó los cargos de oficial mayor y delegado de Gobierno de La Paz.

Al saludarlo y obsequiarme un regalo —una caja de chocolates— me platicó que entre sus recuerdos de esos tiempos estaba la visita que hizo al pueblo de Cabo San Lucas donde visitó el local que ocupaba la subdelegación. Lo que le llamó la atención es que esa oficina, desde luego improvisada, tenía como paredes láminas de hojalata de tambos utilizados en la planta empacadora de atún establecida en ese lugar.

Me dijo que la encargada de la subdelegación era la profesora Amelia Wilkes Ceseña, nombrada por el entonces gobernador Hugo Cervantes del Río. La maestra atendió los asuntos administrativos de ese lugar, durante los años de 1966 a 1970.

Desde luego la información de Isidro está sujeta a comprobación, no tanto por las paredes de hojalata sino más bien si la profesora Amelia despachó en esa original oficina. Habremos de preguntarle a su hija, también maestra como lo fue ella, si tal hecho fue verdad.

De todas maneras, el recuerdo de esa época nos trae gratos recuerdos. De cómo, en los años sesenta, recorrimos esa región y nos maravillamos de sus hermosas playas y de la bucólica vida de los habitantes de San José del Cabo y Cabo San Lucas. Eran los años en que el boom turístico todavía no transformaba la región alterando el medio ambiente en pos de un desarrollo económico.

Afortunadamente, los recuerdos de esa época han sido recreados por algunos escritores, sobre todo los que se refieren a la hoy ciudad de Cabo San Lucas. Gustavo de la Peña Avilés escribió un libro que se llama “Las memorias del vigía” y la maestra Faustina Wilkes Ritchie con su libro “El San Lucas que yo conocí”. Son dos textos obligados de leer a fin de tener una visión más clara de lo que fue ese hermoso lugar—lo sigue siendo a pesar de todo—hace ya varias décadas

Le agradezco a Isidro su amistad y que haya retrocedido en el tiempo para contarme cosas tan originales como la subdelegación de gobierno de Cabo San Lucas, sobre todo porque ahora, esa población convertida en uno de los pilares de la economía del municipio de Los Cabos, tiene magníficos edificios que albergan las oficinas gubernamentales.

Febrero 08 de 2018

viernes, 2 de febrero de 2018

Un buen recuerdo

Ayer, por la mañana, frente a un banco de esta ciudad, saludé al ingeniero Alfonso González Ojeda y a la par que nos congratulamos de poder hacerlo, me vino a la memoria la época en que se reinstalaron los municipios en el entonces Territorio Sur de la Baja California y a él le correspondió ser el primer presidente del ayuntamiento de La Paz, en el período de 1972 a 1974.

Fueron tiempos de gran actividad política, donde los pobladores de esta región pugnaban por que se convirtiera en un estado más de la federación. Y como un paso a sus anhelos, el presidente Luis Echeverría expidió el decreto para que la entidad volviera a contar con los municipios desaparecidos desde el año de 1929.

En el decreto se estableció que serían tres los municipios: Mulegé, Comondú y Paz, comprendiendo este último toda la parte sur de lo que antes del 29 eran los municipios de Todos Santos, San Antonio, Santiago y San José del Cabo. Era una extensa superficie y una población de un poco más de 51 mil habitantes que tendría que atender el recién creado ayuntamiento.

Con el apoyo de cinco regidores, funcionarios de la administración y cuatro delegados municipales, el ingeniero González Ojeda inició su gestión atendiendo los asuntos en el edificio que anteriormente había sido el palacio municipal, localizado sobre la calle 16 de septiembre. Y respecto al personal de apoyo, el gobierno de la entidad le proporcionó los necesarios a fin de atender las diversas dependencias del ayuntamiento.

Desde luego, los funcionarios fueron elementos clave para el buen funcionamiento del nuevo municipio. Tanto Antonio Wilson González como secretario general y Antonio Manríquez Morales, como tesorero, supieron corresponder a la confianza que en ellos depositó el presidente del ayuntamiento.

Lo mismo se puede decir de los delegados: Filemón Rochín González, de Todos Santos; Horacio Pérez Martínez, de San Antonio; Carlos Peláez Cota, de Santiago y Héctor Palacios Avilés, de San José del Cabo. De estos, cuando se creó el municipio de Los Cabos, en 1980, el primer presidente fue Palacios Avilés.

No fue tarea fácil administrar el municipio de La Paz. Pero con la ayuda invaluable del cuerpo de regidores se atendieron los diversos aspectos jurídicos sociales y materiales que beneficiaran a la población. Así, el licenciado Guillermo Mercado Romero como síndico y Agapito Duarte Hernández, Gilberto Márquez Fisher, Manuel Salvador González Ceseña, Manuel Salgado Calderón y Teresa Delgado de Moreno como regidores, atendieron mercados, comercio ambulante, mantenimiento de calles no pavimentadas, servicio de limpieza, acción deportiva, policía, parques y jardines y cementerios y panteones.

Cuando González Ojeda terminó su mandato, el licenciado Ángel César Mendoza Arámburo, electo gobernador del nuevo estado, en 1974, designó al ingeniero como secretario de Desarrollo. Posteriormente ocupó otros cargos dentro de la administración pública. Pero el hecho de haber organizado y administrado el funcionamiento del primer ayuntamiento de La Paz a partir del año de 1972, lo sitúan en un lugar destacado de la comunidad sudcaliforniana.

De esos años se fueron forjando nuevas generaciones que incursionaron en la política y llegaron a ocupar cargos públicos como Guillermo Mercado que fue gobernador, Antonio Wilson como presidente municipal, y tanto Manuel Salgado como Gilberto Márquez Fisher que fueron representantes populares en el congreso local.

Y ya ven lo que ocasiona un buen recuerdo, cuando saludé al estimado amigo, el ingeniero Alfonso González Ojeda.

Febrero 02 de 2018.