Ayer,
21 de marzo, se llevó a cabo un evento inusitado en la escuela primaria Benito
Juárez de esta ciudad capital. Un grupo de exalumnos de esa institución
educativa celebró los cincuenta años de haber egresado de ese plantel en los
años de 1962 a 1968.
En el
programa alusivo se colocó una ofrenda floral y una guardia de honor ante el
busto de Juárez, se cantó un himno en su honor interpretado por los
organizadores, se develó una placa conmemorativa recordando a dos de los
maestros de esa época y se entregaron diplomas a los exalumnos firmados por el
supervisor escolar, el director del plantel y del que estuvo encargado de la
escuela en esos años.
Por
voz de una de las organizadoras, Reyes Guadalupe Lieras Castro se recordó a
varios maestros, entre ellos a José Frausto Ávila, Rodolfo Valle Núñez, Raúl
Chollet, Rosario Núñez y Bartola Miranda Estrada. Hizo mención también de
Leticia Peláez Sánchez, la fundadora de esa escuela en el año de 1956.
Por su
parte, la escuela presentó varios números artísticos y la participación de un
grupo de maestras jubiladas que bailaron dos danzas regionales, así como
también una pareja con el jarabe mixteco. Y todo ello en homenaje y recuerdo
del presidente Benito Juárez García, con motivo de un aniversario más de su
nacimiento. El director del plantel, profesor Eliseo Plascencia Núñez dirigió
un emotivo mensaje recordando la vida y la obra de Benito Juárez.
Al
escucharlo recordé frases de un candidato a la presidencia de nuestro país
quien, al visitar el pueblo de San Pablo Guelatao donde nació Juárez, dijo:
“Temples como el Juárez, fortalezas como la de Juárez, responden a ese secreto
de la paz interior. Sabía lo que hacía porque hacía lo que debía. Murió pobre
porque el poder no se tradujo para él en bienes materiales. No se puede ser
grande y hacer a la vez un festín de la vida. O se es grande en cuyo caso la
vida se entrega a la grandeza, o se es siervo de la simulación de los
carnavales: esa fue la última lección de aquel que dio signo a México y salió a
la vida con las manos puestas exclusivamente, ansiosamente, en la creación de
la Patria que fue su sueño…”
Quien
ha leído la historia de México en la época en que Juárez fue presidente de
nuestro país y le tocó enfrentar la guerra de Reforma y la intervención
francesa , conoce de los peligros a que se vio expuesto defendiendo la
constitución de 1857. Uno de ellos, en la ciudad de Guadalajara, cuando tropas
sublevadas trataron de darle muerte junto con sus ministros. Y fue Guillermo
Prieto quien salió en su defensa gritándoles a los soldados que los tenían
encañonados: ¡Levanten esas armas, levanten esas armas, los soldados mexicanos
no asesinan!.
Los
hechos históricos las más de las veces se repiten, como fue el caso de la
revuelta que se convirtió en revolución, cuando el pueblo de París se amotinó
contra el gobierno despótico del rey Carlos X de Francia. El hecho sucedió así:
El 29 de julio de 1830, una masa compacta de hombres se enfrentó a una línea de
soldados que defendían la prisión de esa ciudad. Cuando estuvieron frente a
frente, un líder se acercó al capitán de la milicia y lo convenció de que no
dispararan contra el pueblo que tan sólo defendía la vigencia de la
constitución que el rey había desconocido. Las razones del dirigente
convencieron al capitán que se unió con su tropa al movimiento popular.
Al
descorrer una placa en una pared de la escuela en que están mi nombre y la del
profesor José Frausto Ávila, quise expresar aunque no lo hice lo siguiente:
“Les agradezco de todo corazón esta distinción. Créanme que mientras viva no lo
olvidaré. Aquí, en esta escuela que lleva el nombre de Benito Juárez, uno de
los héroes más significativos de nuestro país, hago votos para que los maestros
del presente sean reconocidos por sus acciones en bien de la niñez, tal como lo
hicieron en esta ceremonia este grupo de mujeres y hombres que retando al
olvido, han vuelto a la niñez para recordar con admiración y
respeto a sus maestros de ese entonces”.
Marzo 22 de 2018.
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