martes, 25 de agosto de 2015

Un drama ranchero

El domingo pasado me invitaron a un rancho allá por el lado de El Cajoncito. Se encuentra a escasos 20 kilómetros al Este de La Paz, en las faldas de la sierra de Las Cacachilas. Su dueña, la señora Magdalena (güera) Juárez Galindo, había mandado matar un lechón que fue convertido en sabrosas carnitas y un rico pozole.
—Trajeron la buena suerte— dijo la güera. Porque a eso del mediodía cayó un fuerte aguacero que duró más de media hora. Por supuesto y con motivo de los preparativos para la comida —los leños para el fogón, el corte de la carne— todos nos remojamos un poco, sobre todo Pancho responsable de cuidar el cazo con la carne.
Pero a pesar de la lluvia todos disfrutamos la estancia en ese lugar; claro, los adultos saboreando las ambarinas y los niños correteando por los alrededores. Cuando las carnitas estuvieron a punto comenzó la comilona, acompañada de sopa fresca, guacamole, salsa borracha, frijoles y tortillas de sobra.
Pasaban las cuatro de la tarde. Con el estómago lleno y con alegría que produce la ingestión de varios vasos de cerveza, la plática se generalizó y entre anécdotas propias de los rancheros las horas fueron pasando. Y cuando todo parecía que sería un final feliz, de pronto la dueña del rancho nos invitó para que fuéramos a los corrales a ver una vaca que estaba echada y no podía levantarse. Y lo peor era que estaba a punto de parir.
En efecto, debajo de un pequeño arbusto, estaba una vaca joven con el vientre distendido y una mirada triste. Entre varios hicimos el intento de levantarla, pero fue imposible. Pancho nos explicó que era por falta de calcio lo que debilita sus extremidades. –Si sigue así —comentó— vamos a tener que sacrificarla, aunque muera también la cría.
Como una medida urgente, al día siguiente por la mañana, Pancho viajaría a La Paz para comprar unas ampolletas de calcio a fin de inyectárselas al animal. Era un último recurso para salvarla. Le sugerí que podíamos hablar a la Secretaría de Desarrollo Económico del Gobierno del Estado y ver la posibilidad de que un veterinario de esa dependencia pudiera orientarnos sobre el problema.
En efecto, hoy en la mañana hablé con un funcionario de Desarrollo, le solicité su ayuda y quedaron de avisarme su disponibilidad. Me quedé esperando su llamada. Por fortuna, Pancho contrató los servicios de un veterinario, atendió la vaca, nació vivo el becerrito y la madre parece que está recuperándose.
Y todos felices y contentos. El domingo próximo estaremos por allá para disfrutar de un rico mole de guajolote. Bueno, eso espero. Aunque sea de gallina. Pero queda algo que no nos parece bien. ¿Porqué el gobierno, llámese estatal o municipal, no tiene oficinas que puedan atender los problemas de los ranchos? En cada región ganadera debería haber veterinarios prestos a atender situaciones como la anterior. O de perdida realizar visitas periódicas a esos ranchos dando asesoramiento sobre cómo atender casos como el que hemos venido comentando.
Es sabido que los rancheros de nuestra entidad, salvo raras excepciones, tienen grandes problemas económicos y hacen hasta lo imposible por mantener su ganado. Y allí permanecen por su amor a la tierra. Por eso, cuando hacen gastos imprevistos, como el pago al veterinario o gastos de medicinas, afecta de manera sensible su raquítica economía. Pero así están las cosas, como dijo Chespirito: “Y ahora,¿ quién podrá ayudarme?

Agosto 18 de 2015

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