miércoles, 30 de marzo de 2016

¿Adónde irán los muertos?

La semana pasada en una entrevista, la administradora del panteón de los Sanjuanes declaró que ya no había espacios para sepultar a los difuntos. Solamente se iban a respetar las fosas que se pagaron con anterioridad. Y la pregunta que nos hicimos todos es ¿adónde irán los familiares a sepultar a sus seres queridos?

Desde luego existe una opción: el panteón de Jardines del Recuerdo al sur de la ciudad. O, y esta es una solución más viable, ordenar la cremación y colocar las urnas con las cenizas el alguna de las iglesias de nuestra ciudad, como se ha venido dando en los últimos años.

Independientemente de las ideas de cada quien, creo que debemos respetar  nuestras tradiciones, aquellas en las los deudos van a visitar la tumba de sus muertos para llevarles flores y atestiguar con su presencia que no los olvidan. Por eso, es urgente que las autoridades municipales atiendan este problema y encuentren un lugar adecuado para el tercer panteón.

Y mire como se repiten los problemas. En 1903, el presidente municipal, Gastón J. Vives, previendo el crecimiento poblacional de la ciudad de La Paz, aprobó la donación de un terreno para acondicionarlo como panteón. Se localizó en la rinconada de los San Juanes limitado por los cerros del Barro y de La Cantera.

A principios del siglo XX La Paz tenía cerca de cinco mil habitantes y contaba con un panteón y otro complementario. El primero se localizaba sobre la calle quinta, en la actualidad conocida como Valentín Gómez Farías, entre las calles Reforma e Independencia. El segundo, conocido como El Cementerio, estaba sobre la calle Constitución, en el extremo noreste, en las manzanas 282 y 284, más o menos donde se construyó el estadio Guaycura.

Lo anterior lo comprobó una brigada de Teléfonos de México cuando estaban instalando la red subterránea sobre la calle Félix Ortega y la Constitución. Estaban abriendo una zanja, cuando de pronto, a uno de los trabajadores que estaba cavando se le fue la barra en un hoyo el que, después de ampliarlo, resultó que era una tumba. Y así a todo lo largo de doscientos metros.

Cuando, en el año de 1907, se clausuraron los panteones del centro de la ciudad, se inhumaron los cuerpos o lo que quedaba de ellos, pero aquellos que habían fallecido a causa de la fiebre amarilla no se trasladaron al nuevo panteón de los San Juanes, por disposición de la autoridad municipal. Desde luego es dable pensar que las familias que  ocuparon esos terrenos no corrían peligro de infectarse.

Es interesante la justificación que dio el ayuntamiento para ordenar la clausura de los panteones. El 14 de julio de 1906 emitió un acuerdo que entre otras cosas decía: --“Los panteones deben estar fuera de las poblaciones e importa su traslación cuando por el ensanche de la ciudad quedan dentro del perímetro habitado. Por eso, el panteón viejo de la ciudad y las condiciones en que se encuentra favorecen su traslación. Porque es contrario a la higiene y por su estado ruinoso que presenta, constituye dicho lugar un adefesio que afecta el ornato de la comunidad”.

Por lo demás, cuando el panteón de los San Juanes deje de prestar sus servicios, siempre será un lugar visitado porque en él se encuentran los restos de mujeres y hombres distinguidos que hicieron mucho por nuestra entidad. Políticos, artistas, profesionistas, promotores sociales y culturales que tienen en ese panteón su descanso eterno.

Pero, además, el resto de los que ahí se encuentran, con raras excepciones, siempre estarán esperando la visita de sus familiares los que, en un acto de devoción y recuerdo, les llevarán hermosos ramos de flores como símbolos del amor que les tuvieron en vida.

Y una de esas familias será la nuestra porque ahí descansan mis padres, un hermano y nuestro hijo primogénito Guillermo. De modo que el panteón de los San Juanes, aunque ya no reciba personas fallecidas, siempre formará parte de la historia de la ciudad de La Paz.

Marzo 21 de 2016 ustify;text-indent:14.2pt;line-height:normal'>¡Ah! Y también una cicatriz en mi nariz producto de un accidente en el jeep, ocasionado cuando se le ocurrió visitar la colonia de su antiguo romance. Mal le fue, porque el vehículo quedó inservible y tuvo que dedicarle mucho tiempo para ponerlo en condiciones de uso.


Así era Romo. Y cuando alguien me pregunta el porqué de mi cicatriz, les contesto:--“Es la presencia de mi compadre Juan, el atrabancado.

Marzo 18 de 2016.

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