lunes, 22 de agosto de 2016

La perrita Tula y la peste amarilla

La historia de Baja California registra que en el año de 1804 una epidemia de viruela hizo estragos entre la escasa población de ese entonces. Ante tal contingencia, el gobierno central envió a don José Francisco Araujo, licenciado, médico cirujano y botánico, para que se combatiera la enfermedad.

Por principios de cuentas mandó pedir una cantidad suficiente de pus vacuno mediante el cual, inyectado a los que sufrían ese mal, daría fin a la epidemia. Ya en otra crónica hice referencia de cómo se aplicaba la vacuna: --“En una aguja gruesa se ensartaba una mecha de algodón que humedecían en el pus. Y luego, como quien cose un lienzo, pasaban esta aguja entre cuero y carne, cortaban el pabilo dejando la mecha adentro y a los pocos días alma a la eternidad…”.

Cuarenta años después, en 1844, la misma enfermedad se sintió en La Paz y el jefe político coronel Maldonado, imitando el tratamiento médico anterior, mandó muchos enfermos a la tumba. Para salvarse, muchas familias se internaron en el monte para evitar ser vacunados.
(http://relatosdelahistoriasudcaliforniana.blogspot.mx/2011/11/la-vacuna-milagrosa.html)

En 1886 —años más años menos— una nueva epidemia pero ahora de fiebre amarilla cobró la vida de muchísimas personas, sobre todo en la ciudad de La Paz. Las personas fallecidas fueron sepultadas en los antiguos panteones, uno de ellos donde están actualmente los estadios Arturo C, Nhal y el Guaycura. Cuentan que cuando desaparecieron esos panteones llevaron los restos al nuevo panteón de Los San Juanes, menos los que habían muerto de ese mal.

Los anteriores antecedentes dan pie para narrar un extraordinario caso que sucedió en la ciudad Murcia, España. Fue durante la epidemia de fiebre amarilla en el año de 1811.- “Los primeros indicios de que una enfermedad rondaba en la ciudad —dice el cronista Antonio Botías— fue cuando en el otoño de ese año muchos murcianos cayeron enfermos sin causa aparente. Pronto se dieron cuenta que la peste había llegado a esa región. Y desde luego sus efectos fueron catastróficos…”.

Las autoridades cerraron calles enteras en las que la epidemia había hecho mayores estragos. Cuando tapiaron una de ellas, los trabajadores sacaron a la última víctima, una joven señora, pero no se dieron cuenta de que tenía una bebé de escasas semanas de nacida la cual quedó abandonada. Por suerte, una perrita que se encontraba en la calle se acercó a la niña y sin más la comenzó a amamantar para salvarle la vida. Lo siguió haciendo hasta que pasó el peligro de la peste y fue entonces cuando los habitantes de Murcia se enteraron de la fantástica historia de la niña y la perrita a la que bautizaron con el nombre de Tula.

Desde luego, el noble animal adquirió una popularidad inusitada. Y lo mejor, en todas las casas le daban comida y la mimaban. No era para menos, ya que muchos pensaron que su acción ayudó para que terminara la peste. 
Como toda historia convertida en leyenda, nos sorprende y alegra por increíble que parezca. Recordemos otras, como la de Rómulo y Remo, fundadores de la ciudad de Roma, que fueron amamantados por una loba. Ellos fueron hijos de Marte, el dios de la guerra y de Rea Silvia, pero amenazados de muerte con tal de salvarlos los arrojaron en una canasta al río Tiber. Al encallar la loba los encontró. 

Agosto 21 de 2016.

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