viernes, 3 de mayo de 2019

Esteva y La Concha del Diablo

José María Esteva
Durante muchos años, desde que nuestro país se hizo independiente a partir del año de 1821, la mayoría de los jefes políticos y gobernadores de la Baja California fueron designados por el gobierno central, así como también a funcionarios que debían encargarse de los diversos aspectos de la administración pública.

Muchos de estos funcionarios pasaron sin pena ni gloria durante su estancia y a la menor oportunidad regresaron a la ciudad de México arguyendo las pésimas condiciones de la ciudad, sus pocos habitantes y la lejanía de la capital de la república. Es por eso que sus nombres han quedado en el olvido. No fue el caso de dos de ellos quienes se recuerdan por sus acciones en favor de los habitantes de esta región de nuestro país.

En la década cincuenta del siglo pasado cuando el coronel Rafael Espinoza era el jefe superior político llegó a La Paz el agrimensor Ulises Urbano Lassepas quien traía el encargo de ser el agente del Ministerio de Fomento en la ciudad. Fue en tiempo, en 1857, cuando el presidente Ignacio Comonfort expidió un decreto por el cual todos los terrenos vendidos a partir del año de 1821 serían considerados nulos y sin ningún valor en tanto no fueran legalizados por el gobierno.

La medida no surtió efecto, pero fue el pretexto para que Lassepas publicara un libro criticando esa arbitraria disposición. La obra titulada “Historia de la colonización de la Baja California y Decreto de 10 de marzo de 1857” es un verdadero tratado de geografía y de historia, además de una fuente bibliográfica importante para los investigadores de nuestro pasado. Además ofreció sus servicios para trasladarse a la ciudad de México en busca de las escrituras originales de los rancheros y logró rescatar cerca de 300 títulos expedidos en diferentes años a partir de 1821.

En 1856 llegó a La Paz el señor José María Esteva en su calidad Visitador General de Rentas y al año siguiente ocupó temporalmente el puesto de Jefe Político. Durante su estancia tuvo la oportunidad de conocer a los funcionarios de esa época y enterarse de los problemas económicos y políticos de la región, así como el grado de desarrollo cultural de sus habitantes. Dotado de experiencia política lograda en su estado natal, Veracruz y en la ciudad de México, pronto intervino en los asuntos internos del territorio, siendo uno de los firmantes de adhesión al Plan de Ayutla que desconocía a Ignacio López de Santa Ana como presidente de la república.

Esteva aprovechó su estancia en La Paz para escribir una memoria sobre la pesca de la perla en la península de la Baja California y un Decreto para ordenar la explotación de los placeres de concha perla. No le dio para más, pues a mediados de 1857 regresó a la ciudad de México siempre con su cargo de Visitador General de Rentas.

Cuando leí el libro de Adrián Valadés titulado “Historia de la Baja California, 1850-1880”, en una parte de su contenido hace mención de este personaje lo que me motivó para saber más de su obra y su vida. En eso estaba cuando una amiga veracruzana, doña Carmen Boone Canovas, me platicó que tenía parentesco con él y podía darme información al respecto.

En efecto, José María Esteva, además de funcionario público de importancia, fue un escritor reconocido a nivel nacional, autor de poemas, cuentos y novelas. Y por lo que se refiere a nuestra entidad, en 1894 publicó la novela “La campana de la misión”, cuyo argumento se ubica en Loreto y la isla Ángel de la Guarda. Por cierto esta obra está considerada como la primera novela escrita sobre Baja California.

La misma doña Carmen radicada en la ciudad de México, tuvo la gentileza de enviarme una fotocopia de otra novela corta con el nombre de “La Concha del Diablo” cuyo original se encuentra en la universidad de California, Estados Unidos. Al leerla recordé la leyenda escrita por Adrián Valdez titulada “El Mechudo” que forma parte ya del imaginario colectivo de los sudcalifornianos. Nomás que la primera fue escrita en 1869, en la Habana Cuba y la segunda a finales del siglo XIX y publicada en un folleto del mismo autor en el año de 1912.

“La Concha del Diablo” relata la vida de un viejo pescador que encontró por casualidad un rico placer ubicado en la punta del Mechudo. Buceando en ese lugar encontró tres hermosas perlas que regaló a los padres de la misión de Loreto para que adornaran la imagen de la virgen. Días después desapareció y nunca pudieron encontrarlo y ni tampoco el lugar donde se encontraba el placer. Pasaron poco más de veinte años y en el puerto de Guaymas un joven recibió de su abuelo moribundo la confesión de la situación exacta donde se localizaba el rico tesoro. Con una armada compuesta de varias canoas e indígenas yaquis llegó al lugar y se dispusieron a la pesca de las conchas perleras. Y fue en ese momento cuando uno de los indios lanzó el reto de que iba a sacar una perla para el diablo.

Así nació la leyenda de El Mechudo. Así también el recuerdo para el escritor que llegó a la Baja California y dejó para la posteridad su presencia como un funcionario, que a través de sus creaciones literarias, quiso mostrar su admiración por esta región de nuestro país.

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