jueves, 3 de septiembre de 2020

EL OLVIDO Y LOS RECUERDOS

 A dos de mis crónicas recientes les he puesto el título “¿Cómo puedo olvidarte?” dedicadas a Cande, mi esposa, quien falleció el 8 de junio del presente año. Su muerte no fue resultado de la pandemia del Covi-19, sino de un paro cardíaco fulminante. Es por eso que nos dieron la oportunidad de sepultarla en el panteón de los San Juanes el mismo día que falleció.

Dice los que saben que el olvido es una acción involuntaria al dejar de recordar los sucesos humanos impidiendo de alguna manera los sentimientos. Que el olvido es una reacción al dolor causado por la pérdida de un ser querido, lo que permite continuar viviendo a través de los años.

La definición es válida hasta cierto punto, porque después de la muerte de nuestro hijo Guillermo hace ya 38 años, ese hecho ha permanecido en el subconsciente y aflora cuando llega la fecha de su nacimiento, el día que murió y la cercanía con sus hijas Martha y Adriana; o las veces en que los recuerdos de su infancia, su juventud y de su vida adulta como militar de carrera. Y entonces del subconsciente volvía de nueva cuenta el recuerdo y junto con él las lamentaciones por su ausencia.

Es muy difícil olvidar a pesar del tiempo transcurrido. Y más aún cuando el duelo por la esposa es reciente. Es un duelo que conlleva dolor, soledad y angustia que se oponen al olvido. Por eso, cuando un amigo al tratar de consolarnos nos dice “Olvida ya y sigue adelante” de seguro es la persona que no ha pasado por un trance semejante. O lo que es peor, sus sentimientos familiares adolecen de la falta de amor, carencia que les permite olvidar la pérdida de una esposa, hijos y familiares cercanos.

No es mi caso. Por ese amor que siempre le demostré a mi esposa —fueron 64 años de compartir nuestras vidas— el olvido jamás desaparecerá de los pocos años que me quedan de vida. Es más, he transformado el olvido en presencia y aunque me juzguen obsesionado, Cande permanece a mi lado cada momento, cada día en que la veo y platico con ella.

--Buenos días, viejita linda, ¿Cómo amaneciste hoy? Fíjate que pasé mala noche tantito por el frío de la madrugada y los ladridos de la perrita ocasionados por un gato entrometido, además de la taquicardia que me produce insomnio. Te cuento que ayer, como fue fin de semana fuimos a la finca y Viki preparó unas piernas de pollo y carne asada, mientras que yo, con ayuda de Ian y Emmanuel emparejamos el piso del cobertizo, para después terminar de colocar dos láminas como techo de una sombra que servirá para proteger del sol el asador. Para eso, Juan llevó el taladro con el que se fijaron los chilillos en la madera. Ahora falta construir el asador de material, ese que siempre me pediste que lo hiciera.

Te platico que llegaron a la finca Ana María y su familia. También Memo y la Bombón. Más tarde llegaron Martha y Carlos quienes llevaron una totoaba que luego la asaron y quedó exquisita. Disfrutaron mucho de esa tarde aunque yo, como en estos últimos meses, no puedo participar porque siento que al hacerlo estamos olvidando la ausencia de su madre y abuela, y eso me causa mucha tristeza.

Yo sé, Cande, que hago mal por no compartir con ellos su alegría, pero me frena tu recuerdo por los cientos de veces que me acompañaste a regar los árboles que juntos sembramos y eso fue dos días a la semana. Y te veo callada y afanosa quitándole las hojas secas a los almendros y arreglando las cazuelas de las demás plantas. Y el recuerdo permanece en medio del jolgorio y opone una barrera difícil de cruzar.

Quiero platicarte que hoy al mediodía viajarán a Guadalajara Sandra Luz y Ramón con el fin de estar presentes en el cumpleaños de doña Toña la mamá de este último. Los acompañan Viki, Sandra Gabriela y Tania, así es que durante una semana me quedaré solo, aunque con la promesa de Juan y Claudia de estar conmigo esos días. Ya te platicaré como les fue.

Bueno, mañana será otro día, así que hasta luego. Tu compañero de siempre.           


Agosto 31 de 2020.

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