James J. Polk fue presidente de los Estados Unidos en los años de 1845 a 1849. En nuestro país se le recuerda porque fue el instigador de la guerra conocida como la Intervención Norteamericana a México en 1846 hasta 1848, a resultas de la cual perdimos la mitad de nuestro territorio.
El antecedente que originó la guerra fue la expedición en 1824 de la Ley Federal de Colonización, misma que autorizó a Stephen Austin para establecer asentamientos de gringos en Tejas. Doce años después, en 1836, esos colonos dirigidos por Samuel Houston tomaron la decisión de separarse de nuestro país. Por supuesto, el congreso de los Estados Unidos en el año de 1845 aprobó la anexión pese a las protestas del gobierno mexicano.
En ese año de 1845 Polk fue elegido presidente del país vecino y él fue el más decidido opositor a que Tejas siguiera siendo mexicana. Estaba decidido a quedarse con esa provincia pero, además, obtener por compra California y Nuevo México. En su toma de posesión como presidente declaró: “Nuestra Unión es una confederación de Estados independientes, cuya política es la paz de uno con otro en todo el mundo. Ensanchar sus límites equivale a extender el dominio de la paz sobre territorios adicionales y sobre millones de habitantes. El mundo no tiene nada que temer de la ambición militar de nuestro gobierno”.
Cínico y ambicioso a un mes de su mandato inició la guerra contra México y trascurridos tres meses ya había ocupado Nuevo México y California. La invasión se inició por Nuevo León por tropas encabezadas por Zacarías Taylor mientras que el general Winfield Scott lo hacía por Veracruz.
Polk escribió un diario conocido como “Diario 1845—1849” el cual por cierto es difícil de conseguir ya que tiene un precio de $2,100.00 pesos. En este texto aparecen varias declaraciones justificando la invasión a México. El 30 de junio de 1846 dijo: “En todo caso debemos obtener la Alta California y Nuevo México en el tratado de paz que hiciéramos”.
Y el 13 de abril de 1847, en un proyecto de tratado insinuó: “Los Estados Unidos deben quedarse con las provincias de Nuevo México y la Alta y la Baja California”. Aseguró que “bajo el gobierno de nuestras leyes pronto se desarrollarían sus recursos minerales, agrícolas, manufactureras y comerciales”.
Pero sus pretensiones fallaron, al menos para Baja California que siguió siendo parte de México. En el Tratado de Guadalupe aprobado por el gobierno norteamericano el 10 de marzo de 1848, no quedó incluida nuestra península. Ello se debió en parte, a la férrea defensa de sus habitantes que todavía en 1848 peleaban por mantener su soberanía.
Agosto 8 de 2024.