lunes, 14 de septiembre de 2015

Ochenta y cinco y tres

Lejos ha quedado Santa Rosalía mi lugar de origen. Y la escuela primaria Ignacio Allende, y la escuela secundaria Morelos, y el Valle de Santo Domingo generador de mi vida profesional como maestro. Su recuerdo se va esfumando con el tiempo como las nubes pasajeras.

Cuando el cardiólogo me operó de las arterias coronarias me dijo: “Quedó muy bien, le doy diez años de vida” y le contesté: “doctor, hágamela buena con tres”. Han pasado ya cinco años y aún me quedan otros cinco según el diagnóstico del cirujano.

Nomás que los esfuerzos físicos y las dietas me restringen a veces más de la cuenta. Los primeros debo evitarlos y las segundas me prohíben los placeres propios de las buenas comidas, con manteca y condimentos. Pero como dijo un jurisconsulto no muy honesto: “las leyes se hicieron para violarlas.

Hace poco el estimado amigo Luis Rosas Meza, encargado de los talleres gráficos del municipio, me obsequió una copia del poema de Jorge Luis Borges al que tituló INSTANTES, el que por cierto comienza con una frase que dice “si pudiera vivir nuevamente mi vida”. Esa frase la utilizó años antes Nadine Stair en su poema que empieza “If I had my life to live over again”. Los dos poemas tienen semejanzas y son extraordinarios.

Bueno, pero lo que quiero decirles es como termina el poema de Borges: “Si pudiera volver a vivir/comenzaría a andar descalzo a principios/de la primavera/y seguiría descalzo hasta concluir el otoño/. Contemplaría más amaneceres,/y jugaría con más niños/ si tuviera otra vez vida por delante/. Pero ya ven, tengo 85 años/y sé que me estoy muriendo/.

El poema de Borges me hizo recordar otro de Amado Nervo titulado En Paz que concluye así: “Amé, fui amado, el sol acarició mi faz/¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!”. Por coincidencia los dos murieron fuera de su país. Nervo en Montevideo, Uruguay. Borges, en Ginebra, Suiza.

Dos grandes poetas latinoamericanos que hablaron sobre la vida y la muerte. Tenían derecho a hacerlo por la existencia fecunda que llevaron y porque dieron prestigio a la literatura del continente. Su obra, por imperecedera, merece recordarse en toda ocasión.

Los ochenta y cinco los disfruté con mi familia. Por la mañana un sabroso menudo que preparó mi hija Virginia, Y en el transcurso del día las felicitaciones de muchas amigas y amigos a través de Facebook y otros por la vía telefónica. Regalos pocos pero muy significativos, entre ellos un hermoso arreglo floral enviado por mi compadre el profesor Ricardo Fiol Manríquez.

Pero el más emotivo fue el de uno mis nietos más pequeños cuando me preguntó: “¿Abuelito, no te vas a morir pronto, verdad? Y es que cuando se quiere de verdad los deseos de permanencia ocupan un lugar preferente.

Del 12 de septiembre a este día son ochenta y cinco años y tres días, “ai la llevamos”, como dijo el ranchero. Pero lo cierto es que a pesar del tiempo transcurrido, aún me quedan energías para escribir, para soñar, para tratar de realizar cosas que he dejado pendientes. Y claro, cuando todo acabe —espero que no sea tan pronto— quedará inconclusa mi pregunta: ¿Valió la pena mi paso por este mundo?

Por lo demás, mientras el cuerpo aguante seguiré con lo que ha sido mi pasión. Leer mucho y escribir, como las crónicas que semana tras semana aparecen en el periódico El Sudcaliforniano. Para que quiero más, aparte del amor de mi familia.

Septiembre 15 de 2015.

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