miércoles, 30 de septiembre de 2015

Una muestra de odio racial

Poco le duró el gusto, digo, si fray Junípero Serra se enteró en el más allá, de su canonización por el papa Francisco en estos últimos días de septiembre durante su visita a la ciudad de Washington, Estados Unidos. Porque apenas antier, el lugar donde fue sepultado fue dañado por vándalos que destruyeron varias lapidas y la basílica del misionero franciscano manchada con pintura.

En una crónica que escribí el 6 de septiembre, me referí a fray Junípero y su fugaz permanencia en la Baja California al frente de los misioneros franciscanos que sustituyeron a los jesuitas en el año de 1768. Fugaz, porque al año siguiente, junto con el gobernador Gaspar de Portolá, llegó a la Alta California a fin de fundar nuevas misiones en esa extensa región.

La primera misión fundada fue la de San Diego de Alcalá el 16 de julio de 1769 y la segunda, San Carlos Borromeo en el mes de junio de 1770, en un lugar llamado Carmelo, cerca de la hoy ciudad de Monterey. Hoy, el pueblo de Carmel es una comunidad de 4,000 habitantes y tuvo su momento de fama en 1980, cuando eligió al actor Clint Eastwood como su alcalde.

En Carmel yacen los restos de Serra. Y en la ciudad de Washington se encuentra un monumento con su efigie en la sala de estatuas, monumento que fue visitado por el papa Francisco. En el solemne acto de canonización el jerarca de la Iglesia dijo de fray Junípero: “Buscó defender la dignidad de la comunidad nativa, protegiéndola de cuantos la habían abusado. Abusos que hoy nos siguen provocando desagrado, especialmente por el dolor que causan en la vida de tantos. Tuvo un lema que inspiró sus pasos y plasmó su vida: supo decir pero especialmente supo vivir diciendo «Siempre adelante»”.

Pero Serra no ha sido el único que ha sufrido agravios. En la historia de la evangelización de las Californias existen varios casos de misioneros que fueron objeto de represalias de parte de los grupos aborígenes. La peor de ellas fue el asesinato de los padres jesuitas Nicolás Tamaral y Lorenzo Carranco, de las misiones de San José del Cabo y Santiago, en el año de 1734.

Un año después los causantes de la rebelión —Botón y Chicori— fueron apresados y condenados a muerte.

Otro caso fue el del padre Félix Caballero de la orden de los dominicos y fundador de la misión de Nuestra Señora de Guadalupe, en 1834. Por supuestos abusos contra los indios de la región, un cacique llamado Jatñil intentó matarlo. Se salvó de milagro escondiéndose bajo las faldas de la cocinera. Como el susto no se le quitó, pidió su traslado a la misión de San Ignacio buscando su seguridad. Pero le falló, porque a los pocos meses murió en condiciones extrañas, quizá envenenado.

Otro que no le fue tan bien fue el padre dominico Eudaldo Surroca de la misión de Santo Tomás de Aquino. En 1803 lo encontraron muerto en sus aposentos y su deceso se lo cargaron a una cocinera de nombre Bárbara, quien con dos cómplices llevaron a cabo el asesinato. Dicen las crónicas que ella era la amante del sacerdote, pero que la tenía incomunicada, sujeta a sus caprichos y abusos sexuales.

De modo que a fray Junípero no le fue tan mal. La policía, eficiente de por sí en los Estados Unidos, pronto dará con los vándalos y serán castigados con el rigor de la justicia de ese país. Y las lápidas y la basílica donde descansa el ahora santo de la Iglesia católica, quedarán inmaculadas, como fue la vida y la obra de este extraordinario misionero.

Será quizá la ciudad de Querétaro una de las primeras en edificar un templo donde se le venerará, dado que fue en la Sierra Gorda de ese estado donde Serra dejó un recuerdo imperecedero.

Septiembre 30 de 2015.

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