miércoles, 14 de octubre de 2015

El encuentro de dos mundos

En el año de 1966 compré un libro de los que ahora llaman de bolsillo, en 6 pesos. Lleva por título “Cristóbal Colón, Marino”, y su autor es Samuel Eliot Morison. Fue la primera edición en español y por eso ocupa un lugar preferente en mi biblioteca.

Morison no es un historiador cualquiera. En 1942 ganó el premio Pulitzer por su biografía en dos tomos de este navegante. Y años antes apoyado por la Universidad de Harvard recorrió la ruta que en 1492 realizara Cristóbal Colón. De esa experiencia dice: “Mi punto de vista es, sencillamente, de un marino que expone las hazañas de otro al que considera uno de los más grandes navegantes, si no el más grande todos los tiempos”.

Pero, además, en la última parte del libro insertó la primera carta que Colón envió a la reyes de España, Fernando e Isabel, los que, como se sabe costearon el viaje rumbo a las Indias. En ella narra sus primeras impresiones y describe las islas a las que puso nombres: San Salvador, Fernandina, Isabela, Juana, la Española…

Da cuenta de una isla poblada solamente de mujeres —la actual Martinica— y de otra donde los indígenas eran caníbales. Uno de sus capitanes, Alonso de Ojeda le tocó corroborar esa costumbre en la isla mencionada. Cuenta que desembarcó en ese lugar en busca de sus pobladores, pero solo encontraron abandonada una aldea y los cazos de la comida en la lumbre. Como tenían hambre se dispusieron a aprovecharla y entonces se dieron cuenta que lo que había en el recipiente eran brazos, piernas y la cabeza de un ser humano…

No está de más recordar ese acontecimiento histórico: El 6 de septiembre de 1492, venciendo temores e ignorancias, el marino genovés Cristóbal Colon zarpó de un puerto del viejo mundo rumbo a la India, China y el Japón. Al mando de tres carabelas, la Niña, la Pinta y la Santa María recorrió durante más de un mes el llamado mar tenebroso —el océano Atlántico— hasta llegar a la isla de San Salvador a la que los indios llamaban Guanahaní, el día 12 de octubre de 1492.

 “Allí, —dice Morison— sobre la luminosa playa de coral blanco, tuvo lugar el famoso primer desembarco de Colón. El Capitán General (entonces ya con el consenso de todos llamado Almirante) fue a tierra en el bote insignia, desplegando al viento el real estandarte de Castilla: los dos capitanes Pinzón, en sus respectivos botes, flameando la bandera de la expedición, de color verde coronada sobre campo blanco. “Y habiendo dado todos gracias a Nuestro Señor, hincados de hinojos, besando la tierra y llorando de dicha por la inconmensurable merced que habían alcanzado, el Almirante se levantó y dio a la isla el nombre de San Salvador”.

Colón realizó cuatro viajes a la tierra descubierta. En el último recorrió las costas de Nicaragua, Honduras y Costa Rica. Pero ese viaje estuvo lleno de dificultades y peligros. Después de esa expedición regreso a España para informar al rey de sus descubrimientos. Sin embargo a éste no le interesaron los informes de Colón. Enfermo, desilusionado del poco interés de la corte, el llamado Almirante del Gran Océano, murió en la ciudad de Sevilla, el 20 de mayo de 1506.

Lo que ocurrió el 12 de octubre de 1492 más que un descubrimiento fue el encuentro de dos mundos que dio origen a una nueva etapa en la historia universal, con transformaciones sociales, económicas y culturales, tanto en España como en el continente americano.

Desde luego, esta conmemoración tiene sus interpretaciones. En la ciudad de México, con motivo del Día de la Raza, los grupos indígenas lo recuerdan como el inicio de una conquista que destruyó las civilizaciones autóctonas, aniquilando todo resto de las culturas que durante miles de años existieron en nuestro país y en el resto de América.


14 de octubre de 2015.

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