jueves, 26 de octubre de 2017

Una salvación oportuna

Como siempre lo hace, la maestra Elizabeth Acosta Mendía, directora del Archivo Histórico Pablo L. Martínez, me obsequió el libro “Indios, soldados y rancheros” del doctor en historia Mario Alberto Magaña Mancillas. Es un texto de 671 páginas, con abundantes fotografías y gráficas.

Cuando el autor se refiere a los indios que habitaron la región norte de la península, --kumiai, paipai, kiliwas, yumas y cucapás— hace un recuento de sus características antropológicas y etnográficas y las regiones que ocuparon a mediados del siglo XVIII. Con respecto a los primeros describe las continuas rebeliones en contra de los propietarios de ranchos y de los pueblos de misión, encabezados por tres indígenas conocidos como Martín, Cartucho y Pedro Pablo.

En 1837, luego de incendiar varios ranchos y asesinar a gente inocente, se dirigieron a San Diego con la intención de hacer lo mismo, con el pretexto de restituir a los indios las tierras que les habían sido arrebatadas por los blancos y mestizos, conocidos como “gentes de razón”.

Para tener éxito en el ataque, convencieron a varios indios radicados en San Diego para que les informaran las condiciones de seguridad del puerto y los soldados que lo resguardaban. Pero fueron descubiertos y fusilados. Al mismo tiempo los pobladores solicitaron con urgencia la ayuda de un destacamento militar que se encontraba acantonado en la misión de San Vicente Ferrer, al mando del capitán Macedonio González.

Al recibir el llamado de socorro, en marchas forzadas llegaron a tiempo para defender el pueblo de los indios rebeldes. Pero éstos, al ver frustradas sus intenciones, huyeron y se refugiaron en la sierra de Jacumé donde le hicieron frente a las tropas de González. Y como conocían muy bien esa zona montañosa, prepararon una emboscada en un barranco donde pasarían las fuerzas que los perseguían.

Desde lo alto de la cañada los recibieron a flechazos y piedras, a tal grado que causaron serías bajas entre soldados y de indios leales que los acompañaban. Desesperados trataron de retirarse del lugar, pero los indios con piedras habían obstruido la salida. Y cuando ya era inminente la derrota y el sacrificio de todos ellos, se oyó de pronto, un grito pronunciado por cientos de voces que decían “Jatñil, Jatñil”.

Eran 200 guerreros al mando del cacique Jatñil, quienes enterados de la rebelión de los kumiai y su intento de destruir el presidio y la misión de San Diego, acudieron en ayuda desde el valle de Guadalupe. Con ese refuerzo, los rebeldes tuvieron que abandonar la lucha y refugiarse en lo más intrincado de la sierra.

Agustín Janssen, quien acompañaba a los soldados de Macedonio González, dijo en esa ocasión: “Si no hubiera sido por esta ayuda, más de la mitad de nosotros hubiera caído como víctimas. Jatñil, el pagano, después de Dios, fue nuestra salvación”.

Por supuesto, Martín, Cartucho y Pedro Pablo continuaron cometiendo tropelías en toda esa región del norte de la península. Macedonio, por su parte continúo al servicio de las armas hasta su muerte acaecida en San Diego. Murió pobre y decepcionado de las autoridades de esa época a pesar de lo mucho que aportó para la paz de esa región.

Por su parte Cartucho y Pedro Pablo al fin fueron capturados y fusilados, poniendo fin a las rebeliones indígenas de esa región central de las Californias. No así los yumas que todavía en 1781 se rebelaron contra las fuerzas españolas, realizando una masacre en las dos misiones establecidas a las orillas del río Colorado.

Octubre 26 de 2017

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