No, no se trata de humanos, sino de una pareja de palomas serranas acostumbradas a dormir arriba de un abanico instalado en el patio interior de nuestra casa. Todas las madrugadas me sentaba en un sillón colocado a un lado de la puerta de la cocina que comunica con el patio y allí esperaba que la pareja despertara y bajara en busca de comida.
Al igual que yo, muchas familias de nuestra ciudad acostumbran darle comida a las palomas y estas, sabiendo que no les causan daños, confiadamente conviven con las personas. Y así es como vemos muchas de estas aves revoloteando, haciendo nidos en los árboles o parándose en los postes de la luz o de las antenas.
Una mañana viéndolas comer me acordé de la canción Dos palomas al volar y la que hizo popular Lola Beltrán, Currucucú paloma. La primera comienza así: Dos palomas al volar/dejaron su palomar en el olvido/no pudieron regresar/y al fin de tanto volar/encontraron nuevo nido.
El recuerdo se hizo realidad días después. Como de costumbre al ocupar mi sitio en el sillón, dirigí la mirada al abanico y para mi sorpresa sólo estaba una de las palomas. –Vaya, me dije, se le hizo tarde a la compañera. Pero transcurrió el día y no apareció y los días siguientes tampoco. Y mientras tanto el palomo seguía durmiendo en su soledad.
¿Qué pasó? Pienso que a lo mejor encontró un nuevo amor aunque se veían tan amartelados, un besito por allá, otro por acá, déjame espulgarte. A lo mejor, pero lo más seguro, es que murió por un descuido y un gato o un perro la aprisionaron quitándole la vida. No quiero pensar que su muerte se debió a una persona —adulto o joven— con fines inconfesables. Aunque de que los hay, los hay.
Acabo de terminar esta crónica, son las dos de la tarde. Al salir al patio veo al palomo dormitando en el abanico. Espera, como yo, como por obra de magia, ver aparecer a su compañera para continuar el romance como razón de su vida.
Agosto 30 de 2024.
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