A veces, en un momento de paz interior, los recuerdos avivan la mente, y es entonces cuando desfilan hechos, personas y experiencias que se lograron a través de la vida. Para muchos, jóvenes aún, los recuerdos no forman parte de su quehacer cotidiano, pero para otros como es mi caso, constituyen toda una larga etapa que se une a los deseos imposibles que nunca pudieron cumplirse.
Muchos hechos buenos y malos marcaron mi vida. Un intento de asesinato de mi persona, accidentes que pusieron en riesgo mi existencia, enfermedades y cirugías de alto riesgo pero, en contraparte, muchos años dedicados a la noble tarea de educar, de ser útil como funcionario público, de divulgar las cosas del pasado de esta tierra a través de mis crónicas, de poder dar salida a mi vocación de escritor, de formar una familia que ha sido mi orgullo de siempre.
Hoy es uno de esos momentos donde lo que se quiso hacer no se logró. Y no se trata de logros personales, sino más bien de los deseos de recorrer parte del mundo con el ánimo de abrevar nuevos conocimientos. Visitar, por ejemplo, la ciudad de Granada y la Alhambra, el museo de Louvre en París, el Archivo de Indias de Sevilla, la biblioteca Bancroft en Berkeley y recorrer la costa del estado de California con sus misiones franciscanas y sus famosos viñedos.
Por lo demás, si pudiera retroceder en el tiempo, me hubiera gustado aprender a cocinar, porque ahora con mi viudez añoro los sabrosos guisos de mi esposa. Hubiera dedicado más tiempo a llenar de mimos a mi compañera y a mis hijos, dedicaría parte de mis ocios a compartir la amistad con mis amigos y sería menos gruñón, menos serio y disfrutaría de los placeres de la vida.
Pero, como ustedes saben, tengo 94 años y estoy en los linderos del ocaso.
Septiembre 18 de 2024.
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