Hace ya varios años, cuando se
concedieron los permisos para el ascenso a la Sierra de La Laguna, dos de mis
nietos, Guillermo y Vidal, se aprestaron para hacer el recorrido caminando. En
eso estaban cuando otra de mis nietas Gabriela les dijo, de pronto, “yo también
voy”. Fueron vanos los intentos para disuadirla, pues se montó en su macho,
como popularmente se dice.
Así es que partieron los tres por
la mañana de un día de diciembre. Por supuesto me tocó dejarlos al pie de la
sierra y un día después esperarlos por la tarde, siempre con la preocupación de
que no hubieran tenido ningún percance. Poco a poco iban bajando otros
excursionistas hasta que por fin los divisamos todo sudorosos y fatigados. Y
Gabriela con la sonrisa en los labios cuando me dijo “lo logramos abuelo”.
No conozco la parte alta de la
sierra, aunque he recorrido las faldas de ella por el lado del Valle Perdido y
el ejido San Simón, por esa zona donde se pretende explotar una mina a cielo
abierto conocida como Paredones. Es una zona hermosa con grandes árboles y
corrientes de agua que fluyen sin interrupción. En esta temporada de lluvias el
campo reverdece y se llena de los trinos de las aves y de vacas contentas.
Por eso debo agradecer a Kennedy
y mi nieta Marta las fotografías que me enviaron por internet de la sierra de
La Laguna, fotos que quiero conservar y admirar por todo lo que significa en la
conservación y defensa de esa región amenazada por intereses bastardos, como
bien lo dice mi amigo Kennedy.
En el año de 1992, cuando
escribí el libro “El molino de viento”, incluí varias leyendas como El Mechudo
y La perla de la virgen. También apareció otra leyenda de mi autoría conocida
como El lago sagrado de los guaycuras. Parte de su contenido es el siguiente:
“Cada
año, en los meses de agosto y septiembre, los guaycuras acompañados de sus
familias, especialmente de los hijos recién nacidos, iniciaban un largo
recorrido para llegar a la cima de la Sierra de La Laguna, donde tenía lugar la
ceremonia en honor a Guamongo, su dios hacedor de los cielos, la tierra y el
mar”.
“Por
diversos rumbos llegaban los grupos indígenas al lago sagrado. Por empinadas
laderas y senderos peligrosos los hombres, las mujeres y los niños subían
lentamente, mientras que los cardenales y los cenzontles alegraban con sus
trinos los hermosos paisajes que se contemplan en la parte alta de la sierra”.
“Al
llegar a su destino, las familias se aposentaban alrededor de la laguna,
contemplando con admiración las transparentes aguas que ahí, en medio de
frondosos encinos y pinabetos, se ofrecían como un paraíso para los agobios de
los visitantes”.
“Horas
después, repuestos de la fatiga del viaje, iniciaban las ceremonias en honor de
Guamongo acompañadas de cánticos y bailables dirigidos por el Guama, el
hechicero de la tribu. Al final de los actos rituales, las madres bañaban a sus
hijos en la laguna, como una ofrenda a su dios y para que nunca dejaran de
venerar y cuidar ese lugar, tan arraigado en sus costumbres y creencias”
La Sierra de La Laguna, un
emblema del pueblo sudcaliforniano que no debe mancillarse por intereses ajenos
a su identidad. Afortunadamente, las autoridades estatales y municipales han hecho
un frente común y se han opuesto, respaldados por una ciudadanía responsable, a
que se conceda el permiso de la empresa minera en esa región. ¡Bien por nuestro
pueblo!
Septiembre 8 de 2018.