Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

viernes, 28 de febrero de 2020

La mitología indígena en Sudcalifornia

En el reciente foro titulado Diálogo en torno a las lenguas originarias en la literatura, que se llevó a cabo los días 20 y 21 de este mes de febrero, se presentó un trabajo de Ernesto Adams Ruiz que llevó el nombre de “El coyote, animal sagrado de los pueblos originarios de Baja California”.

En su exposición se refirió en especial a los grupos indígenas cucapás y kumiai que habitaron la región norte de la península y cuya mitología tiene que ver con el coyote, alrededor del cual giran muchas creencias en relación a la vida y del universo mismo.

La disertación de Ernesto dio lugar  a la pregunta: ¿Los grupos indígenas conocidos como pericúes, guaycuras y cochimíes que también habitaron la península tuvieron una mitología propia? La respuesta puede considerarse afirmativa, si tomamos en cuenta lo asentado por algunos misioneros jesuitas en relación con las creencias en seres superiores creadores de la vida humana y de la naturaleza que los rodeaba.

Francisco Xavier Clavijero en su libro “Historia de la Antigua o Baja California” en el capítulo XXIV se refiere a la religión y dogmas de los californios y afirma que no tenían templos, ni sacerdotes, ningún vestigio de culto a la divinidad. Pero sí tenían una ligera idea de un ser supremo que los misioneros escucharon y lo dieron a conocer.

Los pericúes decían que en el cielo habitaba un gran señor conocido como Niparajá quien había creado el cielo, la tierra y el mar. Con su esposa Anajicojondi tuvieron tres hijos, uno de ellos llamado Cuajaip. Afirmaban que en el cielo hubo una espantosa guerra iniciada por Tuparán, pero que Niparajá lo venció y lo dejó prisionero en una cueva cercana al mar bajo la vigilancia de las ballenas.

Por su parte, los guaycuras platicaron a los misioneros que en el norte existía un espíritu principal llamado Guamongo quien mandaba las enfermedades a la tierra. Afirmaban también que el sol, la luna y las estrellas eran hombres y mujeres que al anochecer caían al mar y salían al día siguiente a nado. Y que las estrellas eran fogones encendidos por Gujiaqui —otro espíritu— después de haber sido apagadas por el agua del mar.

En cambio, los cochimíes creían que en el cielo habitaba un gran señor que en su lengua se conocía como el que vive quien fue el que creó el cielo, la tierra, las plantas, los animales, el hombre y la mujer. Decían también que este señor había generado unos seres invisibles que se conjuraron contra él y   con los hombres y cuando estos morían los metían debajo de la tierra para que no vieran al Señor que vive.

Lo anterior es la cosmogonía de los antiguos habitantes de la península, Sin embargo, Miguel Olmos Aguilera, en su libro “El viejo, el venado y el coyote” publicado en el 2005, hace referencia de la mitología indígena del noroeste de México, pero no incluye a los pericúes, guaycuras y cochimíes. Tan solo hace referencia a la mitología de los cucapás, paipai, kiliwa y kumiai, todos grupos indígenas que habitaron el norte de la península de la Baja California.

Olmos Aguilera no lo hizo a pesar de que esa mitología existe recopilada por los misioneros jesuitas. Y también por un escritor, Fernando Vega Villasante, quien en el año de 1996 publicó el libro “Los dioses del desierto” y años después “La lanza en la arena” en los que recrea los mitos de los antiguos californios.

Ustedes serán los guardianes de la prisión de Tuparán. Nunca dejarán de vigilarlo y en caso de que quisiera escapar no duden en utilizar sus tremendas colas para aniquilarlo. Yo les daré siempre mi amor y agradecimiento por este servicio. Desde entonces Tuparán vaga por los oscuros pasillos de su gigantesca cueva, lamentándose y maldiciendo a Niparajá…”.

Como colofón a esta crónica me gustaría que Miguel Olmos leyera los libros de Xavier Clavijero y de Vega Villasante, para que en sus futuras publicaciones incluya la mitología de los grupos indígenas que hemos mencionado.

jueves, 13 de febrero de 2020

La esclavitud en México

Afromexicanas

Con motivo de la publicación de mi artículo “La esclavitud en los Estados Unidos”, un buen amigo interesado en esta cuestión de la historia me preguntó: “Oye, ¿hubo esclavos en nuestro país? Lo que le contesté es el contenido de esta crónica.

El año pasado en el foro realizado sobre las lenguas indígenas y afromexicanas en México, se hizo hincapié en la importancia de considerar a este núcleo del pueblo de nuestro país como parte indisoluble en el desarrollo social, económico y político del mismo. Y con los derechos y prerrogativas de todas las mujeres y hombres que viven en México.

En uno de los pronunciamientos del foro se afirmó: “Demandamos el reconocimiento pleno del pueblo afromexicano, pues son parte fundamental de la composición pluricultural de México y han tenido un destacado papel histórico en la construcción del país. Es necesario por ello que se establezcan en la Constitución y en las leyes un catálogo de derechos que permitan su ejercicio en la vida cotidiana…”.

La población negra en México data desde la época de la colonia, cuando cientos de esa raza llegaron a nuestro país para ser utilizados como esclavos en las plantaciones de caña, en las minas y en las haciendas. Llegaron cerca de 250 mil personas, la mayoría a finales del siglo XVI y principios del XVII y fueron distribuidos en los estados de Veracruz, Guerrero y en menor número en otras entidades del sur de la república. Dice la historia que fue el virrey Luis de Velasco el que autorizó en 1570 la compra de esclavos a los portugueses quienes a su vez los adquirían en algunas regiones de África.

En esos años, los traficantes de esclavos los desembarcaban en el puerto de Veracruz y luego vendidos en subasta pública. Por ejemplo, un hombre entre 20 y 50 años valía 300 o 400 pesos; las mujeres jóvenes un poco menos, los niños entre 100 y 150; los ancianos, 25. Pero no solo los compraban los hacendados sino también los particulares para servir en sus negocios, entre ellos alcaldes, militares, sacerdotes, boticarios y dueños de comercios. También era común que se entregaran como dote.

Los esclavos negros ocuparon una posición inferior a los indios y es por ello que se convirtieron en los antepasados invisibles de nuestro país. Sin embargo, su presencia ha sido considerada por algunos antropólogos como la tercera raíz de la cultura nacional, además de la española y la india.

De hecho, los primeros esclavos negros llegaron a nuestro país cuando se inició la conquista de México Tenochtitlan en 1519. Dos de los cabecillas españoles, Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez, tenían esclavos a su servicio, ya que era costumbre que conquistadores y descubridores llevaran negros en sus expediciones. Se sabe que Francisco de Montejo llevaba un numeroso grupo en su conquista de Yucatán. Y que Pedro de Alvarado en sus intentos de conquistar el imperio inca llevó en su contingente a 200 hombres de color. ES más, antes de morir, en el mes de mayo de 1542, Cortés firmó contrato con uno de los traficantes para la compra de 500 negros que se destinarían a las haciendas de su marquesado.

Y es que a partir del descenso demográfico de la población indígena debido a las epidemias y las muertes motivadas por la guerra, se hizo preciso contar con mano de obra y la contratación de miles de negros a fin de que atendieran la explotación de las minas, en las labores agrícolas y ganadera e incluso en las faenas domésticas.

A fines de la época colonial, con el movimiento de independencia en 1810, se empezó a poner fin a la esclavitud en nuestro país. Miguel Hidalgo, conocedor del problema, en un bando del 6 de diciembre de ese año declaró su abolición, aunque quedó en un mero intento. Años después consumada la independencia, los gobiernos de Guadalupe Victoria y Vicente Guerrero expidieron bandos prohibiendo la esclavitud en México con la salvedad de que los dueños serían indemnizados.

Pero de una u otra forma ese sistema permaneció aunque un mucho disminuido en todo el trascurso del siglo XIX. A principios del siglo XX, en 1917, con la promulgación de la Carta Magna, se incluyó en el artículo 1º el párrafo siguiente: “Está prohibida la esclavitud en los Estados Unidos Mexicanos. Los esclavos de otros países que entrasen al territorio nacional, alcanzarán por este solo hecho su libertad y la protección de las leyes”.

La población afromexicana es numerosa en nuestro país. En el año 2015, el INEGI estimó en un millón y medio los que viven en varios estados de la república, tomando en cuenta los afrodescendientes, estos últimos mezclados con otras razas. En Baja California Sur, según datos de esta dependencia, existían en ese año 11,036 afromexicanos y 17,573 afrodescendientes.

lunes, 10 de febrero de 2020

La esclavitud en Estados Unidos

Harriet Tubman
La semana pasada compré la película “Harriet, libre o muere” en la que se dramatiza parte de la vida de Harriet Tubman, una mujer negra que sufrió la esclavitud en las plantaciones del estado de Maryland, en Estados Unidos. Y de cómo, en su afán de ser libre, recorrió miles de kilómetros hasta llegar a la ciudad de Filadelfia donde encontró refugio.

No conforme con ello, regresó a la plantación para guiar a su familia a la libertad, junto con otros esclavos, evadiendo las persecuciones de que fueron objeto. La película es interesante pues revela las condiciones de pobreza, de trabajo sin horario y de las humillaciones por los malos tratos de los hacendados.

Para evitar ser reconocida, su nombre original era Amarinta Ross, lo cambio por el de Harriet Tubman como fue conocida a través de sus acciones en favor de los negros esclavos. En la realidad ella en trece misiones efectuadas liberó a 70 personas utilizando lo que se llamó el Tren Subterráneo, que era una red de rutas secretas y refugios.

Por lo demás, la vida de Harriet es interesante ya que forma parte de la historia de los Estados Unidos. En el transcurso de la guerra civil, estuvo presente como enfermera, espía y participó en la milicia. Al frente de un destacamento, en 1863, logró liberar a 700 esclavos.

Frederick Douglass, uno de los principales políticos que luchó por el abolicionismo, dijo de ella: “La diferencia entre nosotros es muy marcada. La mayor parte que he hecho y sufrido al servicio de nuestra causa ha sido en público y he recibido mucho aliento. Tú has trabajado de manera solitaria. Si yo he forjado en el día, tú en la noche, donde las silenciosas estrellas ha sido testigos de tu devoción a la libertad y tu heroísmo…”.

La vida de Harriet Tubman me hizo recordar un libro que adquirí muchos años atrás titulado “La cabaña del tío Tom” de la escritora Harriet Beecher Stowe. En 1851, diez años antes de iniciarse la Guerra de Secesión, aparecieron los primeros capítulos de esta novela la que, con el tiempo, fue un referente obligado para conocer como fue la esclavitud en los Estados Unidos.

Una periodista, Lucila Rodríguez Alarcón, escribió de ese libro lo siguiente: “La cabaña del tío Tom es un documento tremendo en el que la deshumanización de un sistema infame queda desmontada a través de personajes de una humanidad épica. La narración está hecha de una forma que profundiza en los personajes y sus situaciones. Las descripciones de los sistemas de esclavitud poseen detalles que nos trasladan a esa época. Pero lo más relevante de este libro es que presenta las diferentes formas de percibir la esclavitud por los distintos actores implicados”.

Harriet Beecher ganó la fama con esa publicación. Corre la historia de que en el año de 1862, en plena guerra, el presidente Abraham Lincoln conoció a la autora a quien le dijo: “Así es que usted es la pequeña mujer que escribió el libro que inició esta guerra”. Lo curioso es que Beecher nunca conoció el sur del país, de los estados de mayor esclavitud, pero hizo una investigación exhaustiva por medio de los documentos existentes en esa época.

En la novela, la autora recrea parte de la vida de Harriet Tubman, creando personajes que escapan hacia la libertad a través de caminos desconocidos para los hacendados, hasta llegar al norte donde podían vivir en libertad. Supo del Tren Subterráneo, una organización clandestina, el mismo que utilizó Tubman para liberar a muchos esclavos.

Las dos Harriet forman un paralelo en la lucha contra la esclavitud en los Estados Unidos. La primera, Tubman, sufriendo en carne propia los peligros para lograr su libertad y la segunda, a través de la ficción, mostrando lo que fue en la realidad el drama de la servidumbre en esa época. Las dos se ganaron el reconocimiento de la gente que luchaba contra la esclavitud y por ello sus nombres han trascendido a través de los años. 
Habrían de pasar muchos años para que su ejemplo cundiera en los Estados Unidos.

Luchadores como Rosa Parcks, la mujer negra que en 1955 se opuso a la discriminación de su raza que no podían compartir los lugares públicos, escuelas, restaurantes o los asientos de los autobuses urbanos. O de Martin Luther King defensor de los derechos civiles de los negros. Gracias a ellos y otros más las cosas cambiaron en ese país. Ahora forman parte del pueblo norteamericano y su presencia ha sido determinante en la vida deportiva, cultural y política de ese país.