Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

miércoles, 29 de julio de 2020

¿CÓMO OLVIDARTE?

Cande: Han pasado cincuenta días de que nos abandonaste y aun no puedo resignarme. Día tras día, hora tras hora, no te apartas de mi pensamiento y eso me está haciendo daño, mucho daño, y solo las lágrimas ayudan a mitigar mi desconsuelo.

En una ocasión alguien dijo que la vida sigue pero no siempre es verdad. A veces la vida no sigue, a veces solo pasan los días. Y yo repito lo que el gran filósofo Fernando Savater confesó: “La vida era aquello que ya he perdido; era aquello que acabó cuando acabó ella; mientras que ahora solo pasan los días”.

Y es lo que me pasa. Sigo con la rutina de siempre: despierto, tomo café con dos galletas de avena y después el desayuno, la comida y la cena, pero eso no es la vida, Mis hijos, los amigos me consuelan y dicen que debo optar por la resignación, pero me piden algo imposible. Lo peor es que me siento culpable por tu pérdida porque no supe atenderte en tu enfermedad, esa que te llevó a la muerte.

Ahora, ante la nada que ensombrece mis días, debo quedarme con una pena clavada en mi corazón y estoy vivo para recordarte. Tú me ayudaste a ser lo que soy y juntos compartimos la felicidad de dos seres que se amaron mucho.

¿Cómo olvidarte? Si fueron tantos años de compartir nuestros anhelos, nuestras esperanzas. Años con los que la alegría y el sufrimiento nos unió aún más, sin menoscabo de nuestro amor. Y así celebramos los cincuenta años de matrimonio y después los sesenta. Y teníamos el propósito de festejar los setenta años porque la vida era buena con nosotros y estábamos rodeados de una familia que nos quiso y siempre nos amparó.

Pero no llegamos porque la muerte se interpuso cuando habían transcurrido 64 años de casados. Con qué alegría me dijiste: “Viejo, en septiembre vas a cumplir noventa años y lo vamos a festejar en grande”. Y yo te repliqué: “Y tú llegarás a los ochenta y dos en octubre y por supuesto también lo celebraremos”. Y las sonrisas alegraron nuestros corazones.

Ahora mis días están contados y no voy más allá. Si llego a mi cumpleaños no será para festejarme, sino para recordar las palabras que me dijiste aquella ocasión y claro las pronunciaste porque ibas a estar a mi lado, como lo hiciste tantas veces cuando íbamos a un festejo familiar.

¿Cómo olvidarte? ¿Recuerdas cuando en una ocasión que fuimos a la finca a regar los árboles, de pronto me puse malo, con un temblor en el cuerpo y en las manos que me impidieron manejar, al grado que te pedí que tomaras el volante de la Cherokee? Nunca la habías manejado, pero al verme tan enfermo no dudaste en hacerlo y así pudimos llegar a nuestro hogar. Después fueron muchos días que tardé en recuperarme, pero siempre te agradecí lo que hiciste por mí. Esas cosas no pasan desapercibidas y más cuando provienen de la compañera de toda la vida. Muchas veces estuve enfermo y jamás me abandonaste y esos son momentos que nunca se olvidan. Por eso, cuando me piden resignación les contesto que jamás lo haré, pues eso sería traicionar tu memoria y el gran recuerdo que tengo de ti.

Así es que seguiré escribiéndote, no para que otros se den cuenta de la comunicación que tengo contigo, sino más bien como un secreto entre tú y yo, porque a lo mejor dicen que me estoy volviendo loco sabiendo que tú jamás me contestarás. Pero, ¿quién sabe?

Tu amante esposo que te confiesa: ¿Cómo olvidarte si tú fuiste lo más bello que tuve en mi vida?

Julio 29 de 2020.


jueves, 23 de julio de 2020

LA COMPAÑERA DE SIEMPRE

Va para cuatro años cuando compré un terreno rústico en el fraccionamiento llamado Los Bledales, rumbo a Los Planes, a unos cuatro kilómetros de la ciudad. En esos años había un entusiasmo por adquirir terrenos en esa zona elevada, como un medio para salir del ajetreo y la vida cotidiana que produce efectos de claustrofobia. Eran lotes grandes de 2,500 metros cuadrados, aunque algunos tenían menos.

Cuando mi esposa me acompañó para conocer el terreno me dijo: “Si quieres cómpralo”. Poco a poco sembramos algunas plantas de sombra y frutales. Y durante esos años los árboles crecieron regados pacientemente por ella.

Establecimos un rol de visitas —miércoles y sábado por la tarde— y eran raras las ocasiones en que no me acompañaba, debido a las dolencias de su pierna derecha que le impedía caminar bien. Pero las más de las veces renqueando y apoyada en un bastón, se esforzaba para ir conmigo a regar y limpiar la finca.

Después de transcurrir un año le insinúe: “¿Y si construimos aquí una casita modesta donde podamos dormir un fin de semana y regresarnos al día siguiente a la ciudad?”. Cande se me quedó mirando y con una media sonrisa comentó: “Me parece bien, aunque estará aislada y podemos correr peligro”. La mandé construir de material y le puse por techo lámina acanalada. Las ventanas y las puertas las hizo mi hijo Juan Pedro. Lo extraño es que nunca dormimos en ella por motivos que no recuerdo.

Mandé construir una pila de cinco mil litros y después otra con la misma cantidad debido a que los piperos llevaban en sus vehículos diez mil y no querían dejar menos. De esta forma pudimos regar los treinta árboles que sembramos al principio, cuidando un poco más los frutales.

Por cierto que mi esposa alcanzó a saborear las guayabas y las ciruelas, aunque no le hacía el feo a las ciruelas de la india. Y yo le prometía: “Dentro de un año probaremos las naranjas y los mangos. Ella movía la cabeza afirmando, mientras provista de una manguera regaba la mitad de los árboles. Y así día tras día, durante cuatro años, me acompañó en mis viajes a la nueva propiedad.

Cuando se sentaba a mi lado en la camioneta se convertía en mi copiloto, avisándome cuando los topes se atravesaban en mi camino, pero a veces se le olvidaba y pum, el chasquido en la carrocería. Durante el trayecto platicábamos de nuestros hijos, de los nietos y bisnietos, así como de los sucesos de la vida cotidiana de la familia. Ella era un poco arrogante. Cuando me apresuraba a ayudarla a bajar del vehículo —era una Cherokee con llantas grandes— me miraba desafiante con esos hermosos ojos verdes que tenía, a la vez que replicaba: “¡Déjame, yo puedo sola!” y se resbalaba del asiento hasta llegar al suelo.

Por esos y otros detalles, la admiré y la quise mucho. Sabía, como yo, que nos queríamos sin demostrarle continuamente. El amor a nuestra edad no se expresa, se adivina y se siente. Basta una mirada, una sonrisa y una pequeña caricia en las manos o en la cara para comprender que el amor está ahí, un amor silencioso y profundo que los años nunca pudieron truncar.

La última vez que me acompañó a la finca sembramos cinco plantitas de maguey. Mientras las colocábamos en los huecos, Cande detenía sus tallos con una mano, mientras que con la otra me ayudaba a rellenar de tierra los espacios alrededor de ellas. “Te vas a estropear las uñas” le dije al verlas embarradas de lodo. “No le hace, al rato las lavo, al cabo que las uñas vuelvan a crecer”.

Y es que mi esposa, a sus años, tenía un no sé qué de coquetería. Regularmente se arreglaba las uñas de las manos y de los pies; iba a recortarse el pelo cuando se daba cuenta que lo tenía un poco largo; le gustaba estrenar vestidos y zapatillas aprovechando los regalos de sus hijas.

Dos días antes de morir, lucía sandalias nuevas y muy bonitas. “¿Quién te las regaló?” le pregunté sonriendo. ¡Estas las compré yo!, e hizo un mohín de posesión. Ya no dije nada.

Así era. Y ahora que ya no está con nosotros, me acuerdo de un poema de Pablo Neruda que en unos versos dice:

                   Ella —la que me amaba— cerró sus ojos… tarde.

                   Tarde de campo azul, tarde de alas y vuelos.

                   Ella —la que me amaba— murió en primavera

                   Y se llevó la primavera al cielo.


Julio 23 de 2020.

martes, 21 de julio de 2020

LÁGRIMAS DE VIEJO

No sé cuántas veces he llorado en mi vida. Pero sí recuerdo el día en que mi hijo Guillermo, el militar por vocación, murió a manos del narcotráfico. Fue una verdadera tragedia y más cuando no habían pasado dos meses que estuvo con nosotros, aprovechando sus vacaciones. Esos días venía acompañado por su esposa y sus hijas, y juntos disfrutamos de la alegría que da ver a nuestra familia reunida.

Y de pronto mis lágrimas corrieron cuando desde Tepic, Nay. nos hablaron por teléfono para decirnos que había muerto. Fue un duelo que duró muchos años y mi llanto era compartido más intensamente por Cande, mi esposa, que no se resignaba el haberlo perdido.

De por sí mi viejita era muy llorona. Por cualquier suceso triste las lágrimas escurrían de su rostro. Así fue cuando en un accidente murió su madre y uno de sus hermanos. O cuando fallecieron mis padres o bien alguno de sus familiares o de los míos.

En una ocasión la encontré llorando y al preguntarle el motivo me confesó: “Es que mi hija “N” no me quiere, hoy en la mañana me regañó y se fue enojada”. Por supuesto la consolé y le dije: “Verás como más tarde viene y te pide perdón. De todos modos voy a hablar con ella”.

Lo que sí le originó congojas y lágrimas fue cuando sufrí un ataque cardíaco y tuvieron que operarme por tener las arterías en mal estado. Me acompañó en el hospital de especialidades de Ciudad Obregón, adonde me mandaron por cuenta del Seguro Social, y día tras día estuvo pendiente de mi enfermedad.

Cande fue resignada y lo demostró muchas veces, pero también tenía un singular temperamento. Cuando murió nuestro Guillermo estuvo muchos meses triste y a veces la encontraba con lágrimas en sus ojos. “Resígnate —le decía abrazándola— lo mejor es que está cerca de nosotros en el panteón y lo podemos visitar cada vez que queramos. Ya no llores”.

Por mi parte sentí tristeza y pena por la muerte de mis padres, pero eran mayores de edad y con enfermedades crónicas. También ellos descansan en el panteón de Los San Juanes. Pero de esos lamentables sucesos han pasado muchos años y su recuerdo permanece inalterable.

En junio de este año lloré junto con mis hijos, por la inesperada muerte de mi esposa. Y todavía después de mes y medio que nos abandonó, las lágrimas empañan mis ojos y un sentimiento doloroso que no cesa desgarra mi corazón. Son lágrimas de viejo para una mujer que me acompañó durante 64 años. Lágrimas que están acabando con mi salud, mientras la nostalgia se apodera de mí en la añoranza de quien tanto me quiso. Porque me quiso, no hay duda, Lo notaba en sus miradas, en sus atenciones para conmigo, en las noches infinitas que dormimos juntos y de pronto se acurrucaba y me abrazaba.

Creí que me iba durar para siempre, porque a pesar de su edad —81 años— y de sus dolencias, siempre me atendió en mi alimentación, en lavar y planchar la ropa de uso, en cuidar de mi salud, en tantas otras cosas. Cierto, yo le limitaba sus quehaceres, pero ella me decía: “Yo te voy a decir cuando ya no pueda”. Y seguía, seguía.

Cande siempre fue ama de casa. Se refugió en ella mientras crecían sus hijos y de la ausencia temporal de su esposo debido a su trabajo. Cuando regresaba allí estaba ella, con la comida lista y la sonrisa en su rostro. Por eso, cada vez que la recuerdo el pesar humedece mis ojos y frente a su retrato le digo cada día: “Buenos días Güera, aquí estoy todavía, sufriendo por tu ausencia. No me resignaré nunca y te extraño. Te extraño mucho”. Y los sollozos se diluyen como si al contemplar su retrato ella todavía está conmigo.

Sí, lágrimas de viejo, para una admirable esposa como lo fue Cande. 

Julio 21 de 2020.

 

sábado, 18 de julio de 2020

LA VIEJA CASA

Cande: Como no me he resignado a tu ausencia, voy a platicar contigo de nuestras cosas, como si estuvieras a mi lado. Quizá al hacerlo, la pena se diluya con los recuerdos de los años que estuviste a mi lado.

Un día después de mi último adiós en el camposanto —han pasado ya 39 días— nuestra hija Viki vino a quedarse conmigo, sobre todo en las noches cuando el dolor por tu pérdida se confunde con la lobreguez de la oscuridad, la mala consejera en raptos de tristeza y de soledad.

Te platicaba que Viki, ya sabes lo diligente que es, se encarga de mantener limpios los patios del hogar que tanto tiempo habitamos. Me cocina los alimentos y está pendiente de que mi salud no se deteriore, porque como tú sabes padezco mucho del estómago lo que origina mi falta de apetito, con el resultado de que he adelgazado con tres kilos de menos. De por sí he sido muy flaco.

Ayer fui a consultar con un gastroenterólogo que tiene su consultorio en FIDEPAZ. Me examinó y me dijo que era una gastritis la que padecía. Al principio la medicina no me hizo efecto, pue continuaban las diarreas, los eructos y el aire acumulado en los intestinos. Nuestros hijos me dicen que es a causa de la depresión y por las altas temperaturas de estos últimos días. Afortunadamente, he reaccionado al tratamiento y ahora estoy mucho mejor.

Bueno, pero aparte, nuestra vieja casa la continúo remozando como lo estaba haciendo antes de tu fallecimiento. En el resanado y pintado de las paredes me sigue ayudando nuestro hijo Juan y poco a poco va adquiriendo otra fisonomía

Ahora Viki dice que va a cambiar las cortinas de nuestra recámara porque las actuales están muy deterioradas. Y aunque le digo que han sido parte de la antigüedad de la casa, ella insiste en aras de la modernidad. Pero no estoy de acuerdo con esas ideas y creo que tú tampoco.

Una casa como la nuestra que tiene casi 50 años de construida, así como está tiene un hondo significado para nosotros, aparte de un permanente sentimentalismo. Cada rincón de ella está impregnado de los lazos amorosos que nos unieron a los dos como esposos y de los hijos que crecieron a nuestro lado.

Siento que al cambiarla vamos a perder una gran parte de nosotros mismos, porque a través de los años muchos acontecimientos tuvieron lugar y en los que nuestra casa fue testigo de ellos. Como cuando Memo, el hijo de Viki, se casó con Bombón y vivieron un tiempo con nosotros. O cuando fue testigo del compromiso matrimonial de nuestra hija Martha Patricia con Luis Eduardo. Aquí cuidamos a Marcel cuando enfermó siendo un niño de escasos meses de nacido, hasta que logró recuperarse; en fin cuantos otros sucesos que han formado la historia de nuestro hogar.

Por eso, atentar contra ella modernizándola, es perder lo que a lo largo de tantos años constituyó, digamos, su personalidad. Así es que todo se conservará como antes de que nos abandonaras. Porque, además, en su interior permanece el aura de tu presencia, la misma que me acompañará siempre por el resto de mis días.

Por lo demás te platico que nuestros hijos no me han abandonado. Recibo sus visitas y me ayudan a tener en buen estado nuestro hogar. Así es que no te preocupes por mí. Sólo me entristece estar lejos sin poder repetirte lo mucho que me haces falta.

Bueno, Cande, espera mi próxima misiva. Hasta luego, amada esposa.


Julio 18 de 2020

domingo, 12 de julio de 2020

MARTHA REYES, MI NIETA

Cuando la bautizaron, sus padres decidieron ponerle el nombre de Martha Candelaria Reyes Becerril, compartiendo el de la esposa y de la abuela, la madre de Guillermo, nuestro hijo. Después, por razones de su diario trajinar con la vida, fue reconocida como Martha Reyes y en el medio electrónico como Kalita.

En varias crónicas he hablado de ella, de su tenacidad para terminar una carrera profesional hasta llegar al Doctorado en Ciencias. Con su título bajo el brazo fue contratada por el Centro de Investigaciones Biológicas del Noroeste (CIBNOR) donde ahora es la encargada del laboratorio de esa institución de prestigio nacional.

Mi nieta contrajo matrimonio con Carlos Angulo, Doctor en Ciencias también, y tienen una niña Romina Kanai, tan inteligente como sus padres. Pero aparte de su profesionalismo y de ser autora de artículos científicos de divulgación internacional, Martha posee una de las cualidades más importantes de las personas: su calidad humana.

Lo ha demostrado en múltiples ocasiones; en la protección a su madre y su hermana Adriana; en su preocupación por ayudar a los demás, en especial a sus colaboradores en las investigaciones científicas pero, de manera preferente, la atención que le brindaba a mi ahora extinta esposa Cande y por supuesto a mí en lo personal.

Y es que a nuestra edad, cuando las enfermedades hacen estragos de nuestra salud, valen más los cuidados familiares que cualquier otro remedio medicinal. Porque el cariño que conlleva esa protección es un bálsamo para el espíritu y bocanadas de aliento para nuestro viejo corazón.

Y así sido siempre mi querida nieta, más ahora cuando la soledad y la tristeza anidan en mi alma por la pérdida de la que fue mi compañera durante tantos años. Martha y Carlos han estado a mi lado en los momentos más angustiosos de mi anciana vida. Y me alientan y me abrazan y me dan ánimos para seguir adelante a la vez que me aconsejan: “Vuelva a su rutina diaria, lea, escriba, publique libros. Verá cómo desde el más allá la abuelita lo agradecerá, porque ella siempre estuvo orgullosa de usted, ya que tuvo a su lado un escritor y un excelente divulgador de la historia de Baja California”.

Ellos, Martha y Carlos, al igual que mis otros nietos son conscientes de mi delicado estado de salud y, al igual que lo hicieron con su abuela, extreman sus cuidados para conmigo. Mientras viva siempre les estaré agradecidos por esas muestras de cariño y comprensión hacia un abuelo que supo enfrentarse a las vicisitudes de la vida, con el fin de alejarse de la mediocridad y ofrecerle una mejor forma de vida a su familia.    

Sin embargo la realidad es cruel pues comprendo que las esperanzas de vida para mí son ya limitadas por mi avanzada edad. Pero mientras tenga a mi lado los brazos amorosos de mis hijos, de mis nietos y de otros familiares cercanos, viviré para ellos, porque al hacerlo, como una dualidad inseparable lo haré también por mi entrañable esposa, generadora de las mujeres y los hombres que llevan los apellidos de Reyes Murillo.

Así son las cosas. Por eso, ahora que todavía puedo, les reconozco a Martha y Carlos los cuidados con los que me han rodeado, y muchas veces mi hija más que mi nieta me hace recordar a Guillermo, su padre ausente, quien de seguro le dice, susurrando: “Bien por ti, hija querida, por cuidar a tu abuelo y guardar un inolvidable recuerdo de mi madre que ahora ya está conmigo”.

Julio 12 de 2020.

viernes, 10 de julio de 2020

LOS HIJOS, SIEMPRE LOS HIJOS


Mi esposa y yo no fuimos dos personas de la tercera edad, sino dos jóvenes enamorados que procrearon una hermosa familia de seis hijos y un adoptivo, a quienes les dimos la protección necesaria para que, ya adultos, fueran personas de bien y formaran a su vez nuevas familias que hoy son nuestros nietos y bisnietos.

 Guillermo, Ana María, Agustín, Virginia, Sandra Luz, Martha Patricia y Juan Pedro, supieron de los años felices y otros no tanto que pasamos juntos, siempre con el amor maternal por delante, librando obstáculos que nos presentaba la vida.

 En los últimos años, cuando ya nuestros hijos nos abandonaron para vivir en sus propios hogares, nos refugiamos en nuestra soledad en una casa ausente de la algarabía propia de los niños y los adolescentes. Pero esa soledad era interrumpida con frecuencia debido a las visitas de los hijos y después por los nietos y bisnietos.

 Aun así, cuando caía la tarde y quedábamos solos, afloraban los recuerdos de los años pasados y una sombra de nostalgia cubría nuestros pensamientos. Recordar cómo fueron creciendo bajo el cuidado amoroso de su madre que los alimentaba y cuidaba al mismo tiempo que los amparaba.

 Infancia, juventud fueron pasando y siempre la presencia protectora de ella estaba presente. Cande, mi esposa, fue una madre que hizo lo imposible para que sus hijos fueran felices. Por eso, cuando ya adultos, ellos le correspondían cuando algo enturbiaba su salud o las desgracias llegaban a nuestra familia.

 Vivir tiene un precio y los dos estábamos conscientes que los años van orillando a desenlaces muchas veces inesperados. Así pasó con nuestro hijo Guillermo quien perdió la vida cuando tenía 24 años. Y ahora la inesperada muerte de mi esposa a sus 81 años de edad. Dos decesos en la familia que han ensombrecido nuestros corazones.

 Pero ahora la pérdida de mi querida esposa es un dique de tristeza que no podemos derrumbar. En lo personal el recuerdo de lo que fue en vida junto a la mía es un incesante sufrimiento que el paso del tiempo no logra amortiguar. Y evoco su verde mirada que reflejaba el amor profundo que siempre me demostró. Y el dolor por haberla perdido lastima permanentemente mis pensamientos y se aferran a una angustiada pregunta: ¿por qué me dejaste en mi soledad?

 Pero mis hijos con la pena compartida, han comprendido mi desesperación y han estado conmigo para que juntos tratemos de consolarnos. Uno de ellos, Virginia no me ha dejado solo y ha sido mi compañera en las noches y atiende mis necesidades más elementales.

 Los demás, de una u otra manera, me demuestran el amor que le tenían a su madre y la mejor forma de hacerlo es cuidar a su padre al igual que lo hicieron con su progenitora.

 Por eso, a veces, cuando el dolor me hace desear estar con ella, mis hijos me prodigan aún más su protección como si al hacerlo, la presencia de su madre se materializara en mí, lo que me da la fuerza para seguir viviendo, aunque sé que más pronto de lo deseado partiré hacia donde Cande, mi inolvidable esposa, me espera con los brazos abiertos.

 ¡Gracias hijos, por su amor!

                                                                                    10 de julio de 2020.

sábado, 4 de julio de 2020

EL JARDÍN DE MI ESPOSA

Ayer, por fin, después de 25 días del fallecimiento de Cande, mi querida esposa, pude entrar a visitarla en el panteón de los SanJuanes. Y es que las autoridades del ayuntamiento prohibieron las visitas por temor al contagio del Covid-19 y solamente permiten la entrada a las personas que murieron con pocos acompañantes.

 Al panteón fuimos varias veces al año, sobre todo para visitar el sepulcro de nuestro hijo primogénito Guillermo. Por supuesto el 2 de noviembre Cande y yo, acompañados de dos de nuestros hijos, llevábamos flores para depositarlas en las tumbas de mis padres, de mi hermano Juan, de su esposa María del Refugio y, de forma especial para Guillermo, el militar valiente que murió en un enfrentamiento con los narcotraficantes.

 Ese día caminábamos largas distancias dado que las tumbas están alejadas unas de otras, pero a pesar de su lento caminar debido a una dolencia de una de sus piernas —usaba un bastón— mi esposa recorría a mi lado todos esos tramos. Y al hacerlo, quizá, recordaba a los suyos, su madre y sus cuatro hermanos quienes reposan en los cementerios del Valle de Santo Domingo. Y a ello se debía que durante el recorrido sus ojos se llenaran de lágrimas.

 Mi esposa adoraba las plantas de ornato. En el pequeño jardín frente a nuestra casa, cultivaba y regaba cotidianamente buganvillas, corona de Cristo, rosa del desierto, obeliscos, hibisco, flor de la montaña, geranios, azucenas, cuna de Moisés, flor de la montaña y otras más. Hubo un años en que sembró girasoles y a los pocos meses el jardín se embelleció con hermosas y grandes flores amarillas.

 Cuando la invitaba a la tienda departamental Home Depot para comprar algo para nuestra casa ya sabía que, invariablemente, me iba a decir: “Vamos a la sala de jardinería”. Y ahí íbamos con la certeza que saldría con una o dos macetas de plantas que no tenía en su jardín. Lo mismo pasaba en los tianguis en donde siempre encontraba plantas al mismo tiempo que decía: “Mira, este color de las flores de geranio no las tengo”, y claro, me tocaba cargar con las dichosas macetas.

 En una ocasión y esto es natural en los jardines, nacieron diversas plantas silvestres de nombre desconocido. Cande las regaba al parejo y crecían lozanas, entre ellas le llamaba la atención una de hojas lanceoladas y me decía: “Vamos a esperar a ver que flores da“.

 Y la planta creció a la altura de un metro lo que la distinguía de las demás. Un día, mi nuera Cuca visitó nuestra casa y mi esposa la llevó a solazarse con las plantas florecidas de su jardín. “Mira los geranios”, le decía mientras recorrían el pequeño espacio. Y al llegar a la desconocida planta le explicó: “Esta nació sin querer, pero no sabemos que es”. Mientras le señalaba sus hermosas hojas lanceoladas y con hendiduras en sus orillas.

 Mi nuera se acercó, cortó una hoja, la machacó entre sus manos y la olió, al mismo tiempo que exclamaba asombrada: “Oye, Cande, esta es una planta de mariguana, ¡Córtala antes de que se den cuenta! A partir de ese día hemos tenido cuidado de que cuando nace una planta parecida de inmediato la cortamos, no vaya a ser la de malas y nos encontremos con una mala sorpresa, digo, si las autoridades se dan cuenta.

 Ayer, frente al sepulcro de mi inolvidable esposa, deposité un pequeño ramo de flores de su jardín; buganvillas, cuna de Moisés, rosal del desierto y obelisco. Así lo haré con el paso del tiempo. Es lo más que puedo hacer para una hermosa mujer —esposa y madre— que amó al igual que a su familia, las flores de su jardín.

 04 de julio de 2020.