En varias crónicas he hablado de
ella, de su tenacidad para terminar una carrera profesional hasta llegar al
Doctorado en Ciencias. Con su título bajo el brazo fue contratada por el Centro
de Investigaciones Biológicas del Noroeste (CIBNOR) donde ahora es la encargada
del laboratorio de esa institución de prestigio nacional.
Mi nieta contrajo matrimonio con
Carlos Angulo, Doctor en Ciencias también, y tienen una niña Romina Kanai, tan
inteligente como sus padres. Pero aparte de su profesionalismo y de ser autora
de artículos científicos de divulgación internacional, Martha posee una de las
cualidades más importantes de las personas: su calidad humana.
Lo ha demostrado en múltiples
ocasiones; en la protección a su madre y su hermana Adriana; en su preocupación
por ayudar a los demás, en especial a sus colaboradores en las investigaciones
científicas pero, de manera preferente, la atención que le brindaba a mi ahora
extinta esposa Cande y por supuesto a mí en lo personal.
Y es que a nuestra edad, cuando
las enfermedades hacen estragos de nuestra salud, valen más los cuidados
familiares que cualquier otro remedio medicinal. Porque el cariño que conlleva
esa protección es un bálsamo para el espíritu y bocanadas de aliento para
nuestro viejo corazón.
Y así sido siempre mi querida
nieta, más ahora cuando la soledad y la tristeza anidan en mi alma por la
pérdida de la que fue mi compañera durante tantos años. Martha y Carlos han estado
a mi lado en los momentos más angustiosos de mi anciana vida. Y me alientan y
me abrazan y me dan ánimos para seguir adelante a la vez que me aconsejan:
“Vuelva a su rutina diaria, lea, escriba, publique libros. Verá cómo desde el
más allá la abuelita lo agradecerá, porque ella siempre estuvo orgullosa de
usted, ya que tuvo a su lado un escritor y un excelente divulgador de la
historia de Baja California”.
Ellos, Martha y Carlos, al igual
que mis otros nietos son conscientes de mi delicado estado de salud y, al igual
que lo hicieron con su abuela, extreman sus cuidados para conmigo. Mientras
viva siempre les estaré agradecidos por esas muestras de cariño y comprensión
hacia un abuelo que supo enfrentarse a las vicisitudes de la vida, con el fin
de alejarse de la mediocridad y ofrecerle una mejor forma de vida a su familia.
Sin embargo la realidad es cruel
pues comprendo que las esperanzas de vida para mí son ya limitadas por mi
avanzada edad. Pero mientras tenga a mi lado los brazos amorosos de mis hijos,
de mis nietos y de otros familiares cercanos, viviré para ellos, porque al
hacerlo, como una dualidad inseparable lo haré también por mi entrañable
esposa, generadora de las mujeres y los hombres que llevan los apellidos de
Reyes Murillo.
Así son las cosas. Por eso,
ahora que todavía puedo, les reconozco a Martha y Carlos los cuidados con los
que me han rodeado, y muchas veces mi hija más que mi nieta me hace recordar a
Guillermo, su padre ausente, quien de seguro le dice, susurrando: “Bien por ti,
hija querida, por cuidar a tu abuelo y guardar un inolvidable recuerdo de mi
madre que ahora ya está conmigo”.
Julio 12 de 2020.
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