En su libro “Bartolomé de las Casas” Bernat Hernández dice que en el siglo XX tuvo aceptación “una forma distinta de escribir la historia, una que, omitiendo la intervención de actores personales, ponía el acento en el análisis de estructuras económicas y demográficas de la sociedad o en la descripción de las condiciones geográficas y climáticas del territorio”.
Y continúa diciendo “Pero muchos son los
signos de que esta fuente antes tan copiosa, ha quedado enteramente exhausta y
de que conviene ensayar una aproximación de los hechos del pasado que tome en
consideración la influencia de determinadas individualidades y de sus
comportamientos paradigmáticos. Se trata de recuperar la perspectiva del Ethos personal
en la explicación histórica”.
La semana pasada leí un artículo
relacionado con Cristóbal Colón y Hernán Cortés escrito por el historiador
Carlos Lazcano Sahagún. Los dos —afirma— fueron descubridores, el primero de un
continente y el segundo de un imperio indígena dueño de una cultura
extraordinaria.
Opiniones contrarias dicen que no fueron
descubridores, sino más bien fue un encuentro entre dos mundos, tratando de
restarle méritos a esas hazañas, Y es que el acto de descubrir significa hallar
lo que estaba escondido o ignorado, sobre todo cuando se trata de las tierras o
mares desconocidos.
Cuando Cristóbal Colón descubrió las islas
de las Antillas y después en su cuarto viaje recorrió las costas de Costa Rica,
Nicaragua y Honduras e incluso tomó posesión de ellas, su propósito inicial fue
dar a conocer al mundo las nuevas tierras pobladas de indígenas y las riquezas
que encontraron.
Lo mismo sucedió con la expedición de
Hernán Cortés cuando se adentró en las tierras de lo que hoy es nuestro país y
pudo dar noticias a través de sus Cartas de Relación del vasto territorio que
iba descubriendo.
A Colón y Cortés la historia los
recuerda a través de innumerables libros y ensayos. Sus vidas llenas de
altibajos han merecido la atención de prestigiados historiadores que describen
en detalle sus biografías y hechos más significativos.
Ahora que se mantiene una campaña de
desagravio hacia los indígenas del continente culpando a los españoles de
victimarios, sería bueno, como lo dice Javier Esparza en su libro “La cruzada
del océano”, que “la conquista española de América es una de las mayores gestas
jamás escritas por pueblo alguno. Lo es por el desafío físico, material, de
dominar un territorio tan inmenso. Pero lo es, sobre todo, por los rasgos
civilizadores que la conquista trajo consigo.
El libro de Esparza cuenta el
descubrimiento, exploración, conquista y población de América desde el primer
viaje de Colón en 1492, hasta la culminación de las grandes conquistas y
exploraciones. Afirma que el libro aporta ante todo “la voluntad de reconocer
la conquista en su justa dimensión. Además, la determinación de escapar, tanto
de las leyendas rosas como de las leyendas negras, porque tanto unas como otras
no son sino distorsiones de la realidad.
La cruzada del océano fue propiamente
una conquista, es decir, una operación de dominio, de poder, y en su crónica
surgen inevitablemente los mismos episodios de violencia, depredación y guerra
que en cualquier otra conquista de cuantas la historia conoce.
Este libro como otros, dimensiona la
importancia del descubrimiento y conquista de América lo que, por otro lado,
tuvo la misión de convertir a la fe católica a pueblos que vivían al margen de
ella. Fue por eso que junto a la evangelización se prohibió la esclavitud, la
protección legal de los indígenas y el mestizaje. El resultado, --dice Javier
Esparza-- de todo eso fue un mundo nuevo, un mundo que ya no era en de la
cultura amerindia, pero tampoco era una España ultramarina, porque la América
muy pronto tuvo su singular personalidad.
Esparza habla de Cristóbal Colón,
Magallanes, Pizarro, Hernán Cortés. Al mencionar a este último incluye un
capítulo dedicado a California y su descubrimiento. Tal como lo hizo
últimamente Carlos Lazcano en su libro “La Bahía de Santa Cruz. Cortés en
California”