Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

jueves, 10 de diciembre de 2020

LA COMPAÑERA

 Antier, día ocho, se cumplieron seis meses de tu partida. Un largo tiempo que no logra acabar con la angustia y la desolación que sigue mellando mi corazón. Pero me reconforta todas las mañanas cuando, frente a tu última fotografía que te tomé en la finca que lleva tu nombre, te doy los buenos días, te platico de como me fue el día anterior y, entre lágrimas, el desconsuelo porque ya no estás a mi lado. Y ya van seis meses que hago lo mismo. Y lo haré hasta que la muerte acabe conmigo. No en vano fuiste mi compañera durante gran parte de mi vida y por eso extraño mucho tu ausencia. En estos días, con el invierno encima, trato de abrazarte y solo el vacío encuentro a mi lado. Y la angustia renace. Mi amor de siempre me abandonó y atrás quedan miles de recuerdos de su compañía. Por eso, con palabras tristes, dedico estos versos a la se fue.

 

LA QUE SE FUE

 Te fuiste como las nubes viajeras,

como las golondrinas fugaces,

te fuiste como rosas marchitas

dejando su aroma en la orfandad.

Me abandonaste y no hay respuesta

que mitigue mi dolor por tu ausencia,

cuando los días eran nuestros amigos

y las mañanas alegraban nuestros corazones.

Te fuiste y la pregunta quema mis labios

como un triste crisol que se apaga,

¿por qué me abandonaste, por qué?

y el silencio ahoga las prisas por saberlo.

Ahora que ya no estás

extraño los años felices,

los tiempos eternos

testigos de nuestro amor.

Pero ese amor te alcanzará,

mis pasos serán los tuyos,

y entonces, como presagio,

tú y yo, juntos para siempre.

 

Diciembre 10 de 2020

miércoles, 4 de noviembre de 2020

MI ESPOSA Y EL ALTAR DE MUERTOS



Cada año, el 2 de noviembre, visitábamos el panteón de los San Juanes para llevarles ramos de flores a nuestros familiares que reposan en ese lugar: mis padres, mi hermano Juan con su esposa y Guillermo, el hijo primogénito. Desde luego lo hacíamos varias veces al  año, pero ese día de noviembre tenía gran significación para nosotros. Cumplíamos con un ritual tradicional el cual forma parte de la cultura de los mexicanos.

Nomás que en esta fecha también visitaríamos la tumba de mi esposa después de casi cinco meses de haber fallecido. Pero no fue posible por la prohibición de entrar al panteón debido a los probables contagios del coronavirus. Algo teníamos que hacer al respecto y por eso la familia opinó la conveniencia de colocar un altar de muertos en el corredor interior de la casa que fue nuestro hogar durante muchos años.

Martha Patricia con su compañero Víctor y sus hijos Eduardo y Samantha se ocuparon de levantar el arco con ramales de palma cocotera adornados con flores artificiales de color del zempasuchitl. Más tarde, Ana María, Sandra Luz y Virginia colocaron las ofrendas en las que incluyeron pan, frutas, platillos de comida y bebidas. Al fondo del altar estaban las fotografías de mi esposa y de mi hijo. Además, una estimada amiga de la familia, Lupita, llevó la fotografía de sus padres ya fallecidos recientemente que fue colocada también en el altar.

En el año de 2016 escribí una crónica relacionada con los altares de muerto debido a la exposición que hizo de ellas el Colegio Juan Pablo II. Después de la visita hice el comentario siguiente: “Como parte de la permanencia de las tradiciones mexicanas siempre es recomendable revivirlas cada año. Y aunque estas llevan mucho de religiosidad, forman parte de las costumbres mexicanas las cuales, de una u otra forma, deben ser inalterables como sustento de la identidad nacional. Además, profundizar en los orígenes de los altares conlleva la adquisición de conocimientos de la historia antigua de México, de la cultura azteca y sus simbolismos”.

Todo lo anterior regresó a mi memoria cuando contemplaba  el altar familiar y el hecho de que por primera vez un símbolo mortuorio estuviera en nuestro hogar. Ahora, en vez de una visita rápida al cementerio, pudimos tener cerca a Cande y Guillermo, los dos ausentes por los que hemos derramado lágrimas y un duelo que no termina nunca. Y junto a nosotros —esposos, hijos, nietos y algunos bisnietos— oramos por su eterno descanso, a la par que les aseguramos que nunca los olvidaríamos. Toda la tarde y parte de la noche estuvimos sentados frente al altar en una comunión entre la vida y la muerte esperanzados en que, el tributo a su memoria, nos permitiera su presencia inmanente que pudiera consolar nuestros corazones.

Al día siguiente, por la mañana, los mismos que habían colocado el altar de muertos lo retiraron y solo quedó el arco, todavía  luciendo las flores de zempasuchitl. Ahí permanecerá varios días como una entrada al más allá donde moran nuestros seres queridos.

Respecto a la expresión “Más allá” tal vez recuerden mis lectores La Divina Comedia de Dante Alighiere donde éste acompañado del poeta Virgilio recorre el infierno, el purgatorio y el paraíso, lugar donde Dante encuentra a Beatriz. En la interpretación de La Divina Comedia Dante es el poeta peregrino ejemplo de la condición humana; Virgilio que representa el pensamiento racional y la virtud, y Beatriz  quien representa la fe.

En lo que respecta a mi esposa y nuestro hijo Guillermo estamos seguros que ellos se encuentran en el paraíso porque ellos fueron personas de mucha fe y siempre ofrecieron lo mejor de sí mismos para la felicidad de los que los rodearon. Por lo demás, si algo tiene el coronavirus, aparte de su maldad, es que ha permitido unir más a las familias reencontrando en el amor y la comprensión los valores que hacen más llevadera la vida. 

Y, por supuesto, los altares de muerto contribuyen a recordar esos valores humanos de los que se ausentaron y ahora están en el paraíso.

Noviembre 03 de 2020.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Carmen Boone y el SJ Jaime Bravo

A escaso un día del arribo a La Paz del padre jesuita Jaime Bravo, quien llegó con el propósito de establecer la misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz, hago un breve recuerdo del misionero y de los trabajos de investigación que realicé a fin de dar forma a un ensayo que subtitulé “Jaime Bravo, fundador de la misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz” que apareció en mi libro Tres Hombres Ilustres de Sudcalifornia, editado en el año de 2002 por el XIII Ayuntamiento del Municipio de La Paz.

En la investigación que llevé a cabo eché mano de los informes escritos por los padres Jaime Bravo, Juan de Ugarte y Clemente Guillén que aparecen en el libro “Testimonios sudcalifornianos”, con la edición, introducción y notas del mismo autor. Por cierto fue una edición de la serie “Cronistas” patrocinada por el VI Ayuntamiento de La Paz y el CONACULTA.

Por supuesto me basé en los cronistas Miguel Venegas, Miguel del Barco y Francisco Javier Clavijero. Y entre los más recientes la biografía de este misionero escrita por Antonio Ponce Aguilar. Tenía conocimiento de los informes y cartas enviadas por Bravo a diversas autoridades religiosas y personajes civiles, pero fueron difíciles de conseguir. Por eso, valiéndome de la amistad de doña Carmen Boone Canovas radicada en la Ciudad de México, le pedí me enviara unas copias de los originales que existen en la Biblioteca Nacional de México. Al paso de los días me las mandó por lo que tuve la oportunidad de incluir unos fragmentos de ellas.

Además, doña Carmen me recomendó el libro “El noroeste de México. Documentos sobre las misiones jesuitas, 1600-1769” de Burrus-Zubillaga y que Harry Crosby y Polzer, en sus libros, se habían ocupado de él. Lamentablemente las fuentes citadas por mi amiga no son fáciles de conseguir aunque, por otra parte, los datos del misionero están completos en las crónicas que mencioné al principio.

En el ensayo hablé sobre la iglesia que se construyó y el misterio de su ubicación en La Paz, así como su destrucción. Al respecto escribí: “Pero todavía queda la incógnita de la desaparición de la misión que Bravo edificó en La Paz. Los trabajos de las primeras excavaciones revelan por las medidas que eran para la construcción de la iglesia. Sin embargo en todos los informes que se conocen del padre ninguno hace alusión de ella y las clases de materiales que utilizó. Vaya, ni siquiera un plano o croquis se conocen. En los ocho años que estuvo al frente de la misión bien pudo terminar una iglesia sólida, adecuada para sus tareas de evangelización. Experiencia la tenía, pues él dirigió la construcción de la iglesia de Loreto antes de establecerse en el puerto de La Paz”.

 “Podría pensarse que durante la insurrección de los indígenas en 1734 la iglesia fue destruida dado su abandono durante dos años. Al regreso del padre Guillermo Gordon, éste continuó con los oficios religiosos prueba de que la parroquia estaba en pie. En los siguientes trece años—la misión se abandonó en 1749—bien pudo conservarse incluso haciéndole reparaciones.

Hasta la fecha se ignora el lugar de La Paz donde el padre Bravo instaló la misión. En la calle Zaragoza se encuentra un letrero indicando que en ese lugar se fundó la misión, pero los jesuitas siempre tuvieron cuidado de escoger un terreno plano, incluso cerca de un manantial, por lo que no es posible que en una ladera como es donde se encuentra la calle mencionada haya sido el sitio para instalar la iglesia, la vivienda del padre y las chozas de los indios que servían en la misión.

Así es que ahora, cuando el 3 de noviembre se recuerde al padre Jaime Bravo, solamente la ciudad puede hacerlo por un callejón al este de la ciudad que lleva su nombre. Y después de 300 años de la fundación de la misión no hay ningún vestigio de su existencia ni tampoco un reconocimiento a la memoria de este misionero por medio de una estatua colocada en la calzada Forjadores de Sudcalifornia.

Aunque bien a bien deberían colocarse otra dos, las de Juan de Ugarte y Clemente Guillén, propulsores de la misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz.


Noviembre 02 de 2020 

lunes, 19 de octubre de 2020

IN MEMORIA

Mañana mi esposa Cande cumpliría 82 años pues nació el 20 de octubre de 1938. Como los años anteriores la íbamos a festejar con el clásico mole de gallina y cantarle las mañanitas, además de las felicitaciones y los obsequios de sus hijos, nietos y bisnietos. Y recibiría esas atenciones con lágrimas de sus hermosos ojos verdes, y también con la alegría de todos nosotros para la que fue en vida esposa, madre, abuela y bisabuela.

No todos los deseos se cumplen en esta vida llena de actitudes optimistas. Íbamos a festejarla, pero su muerte repentina lo impidió, y en vez de la algarabía, mañana los recuerdos volverán más nítidos debido a su ausencia y la tristeza invadirá nuestros corazones, y su hogar que le dio cobijo en sus momentos difíciles, repetirá el eco de su voz en un intento de volverla a sentir entre nosotros.

Mañana depositaremos en su tumba flores de su jardín y sus hijos Ana María, Martha Patricia y Juan Pedro, junto con su nieta Martha y yo, musitaremos la promesa de que nunca la olvidaremos. De que así como ahora, siempre habrá flores en su tumba regadas con las lágrimas de los que tanto la quisieron. Y es que una mujer como ella no es fácil de olvidar, al menos para los que la conocimos en lo más íntimo de su ser. De su bondad, de su comprensión, del amor que sintió y demostró por su familia.

Ya han pasado cuatro meses de su partida y parece que fue ayer cuando la acompañamos a su última morada en el panteón de los San Juanes. Tal es la angustia que permanece afianzada en nuestros recuerdos, angustia por comprender que nos abandonó cuando no lo esperábamos y que se fue para siempre de nuestro lado. Pero también desolación por la esposa que aunque la buscamos ya no está con nosotros y solo quedan los deseos en el vacío.

Pero pensar en ella conlleva un dolor permanente convertido en amargura por haberla perdido, Y saber que ya nada será igual cuando falta su presencia y es por eso las lágrimas como un consuelo, aunque no podrá evitar el sufrimiento causado por su muerte. Cuánta razón tiene Fernando Savater cuando dijo: “Con la pérdida de mi amada, perdí también el afán de futuro y sobre todo el regocijo de la vida”.

No hay homenaje mejor para ella que mi devoción a su recuerdo. A los muchos años que compartimos penurias, sobresaltos, enfermedades y lo mejor y más entrañable, el amor que nos tuvimos, un amor que trascendió a nuestros hijos y que fue capaz de formar una familia ejemplar.

Es por eso de mis lágrimas y la soledad de mi alma. A mis años más que a los demás, me cobijaba con su ternura y yo a mi vez le correspondía estando siempre a su lado, felices, olvidando que éramos dos ancianos unidos por los lazos indisolubles de un matrimonio bendecido por Dios. Y cuando compartíamos esa felicidad vivíamos el presente sin pensar que el futuro podría amenazar nuestras vidas.

Ahora, la crueldad del destino cobró su precio y nos dejó desamparados para siempre. Sin palabras para expresar la profunda tristeza y el eterno sufrimiento por la esposa que ya no está a nuestro lado, repito un fragmento de un poema de Savater, el escritor que durante cinco años llora diariamente por su amada desaparecida:

Gracias por no rendirte a nada ni a nadie,

sobre todo a mí. Tu fuerza me derrota

pero me hace más fuerte.

Y, sobre todo, gracias por nuestras mañanas,

por no dejarme solo jamás,

por no consentir morirte nunca…

Solo una promesa.

Dicen que se las lleva el viento,

pero no hay vendaval que pueda con esta.

Escucha, amor mío:

pase lo que pase

a despecho de temores, temblores y tumores,

más allá del tiempo y del espacio,

óyeme, te lo juro

y venceré al infinito para cumplir mi promesa:

Sara, corazón, ¡mañana nos miramos!

Materia dispuesta.                

 Octubre 19 de 2020.

martes, 13 de octubre de 2020

UN SANTO MILAGROSO

 El sábado hicimos una visita rápida a Cabo San Lucas, con el fin de recoger los auxiliares auditivos que tres semanas antes había comprado en la tienda departamental Cotsco. Me acompañaron mis hijas Ana María, Sandra Luz y Martha Patricia y mi yerno Ramón que fue el chofer designado.

La permanencia en Cotsco no fue tan breve dado que la doctora encargada del consultorio me sometió a varias pruebas de sonido con el fin de graduar mis auxiliares y probar su efectividad. Este examen duró más de una hora, por lo que la familia aprovechó el tiempo para adquirir varios productos. Me llamó la atención el gran número de visitantes, aunque todos protegidos con cubrebocas, incluyendo los turistas extranjeros.

Al final del examen, me recomendaron que volviera dentro de quince días llevando los datos del comportamiento de los auxiliares y corregirlos en caso de algunos defectos durante su uso. Así es que, salí de la tienda muy orondo luciendo en las orejas los aparatos que resolverán mi sordera. Aunque no escuchar bien tiene sus ventajas, sobre todo cuando alguien nos habla por teléfono a fin de cobrarnos un préstamo. Es cómodo decirle. “Lo siento, pero no te oigo”, Y como saben que soy sordo no me insisten. O cuando alguien se extralimita en la discusión, aplicar el dicho “a palabras necias oído de cantinero”.

Al regreso a La Paz nos detuvimos a un lado de la carretera, en el kilómetro 70, donde se encuentra una capilla levantada en recuerdo de San Judas Tadeo, (San Juditas) en la que mi hija Sandra Luz depositó un ramo de rosas rojas y una veladora. No la conocía, pero me llamó la atención las numerosas velas colocadas en el piso y las ofrendas que rodeaban al santo.

No sé por qué, pero de pronto recordé una visita que hice al pueblo indígena de San Juan Chamula, en el estado de Chiapas. Fue con motivo de la Reunión Nacional de Archivos celebrado en San Cristóbal las Casas, en el mes de noviembre de 1993, dos meses antes por cierto del levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional.

Como el pueblo chamula se localiza a unos 15 kilómetros de San Cristóbal, nos dimos tiempo Jesús, el director del Archivo General del Estado y yo, en ese año director del Archivo Histórico Pablo L. Martínez, para visitar la iglesia de ese lugar, uno de los templos más extraños de México. Después de pagar el derecho de entrar en su interior, lo primero que vimos fueron cientos de veladoras en el piso alfombrado con ramas de pino, y al frente un grupo de mujeres indígenas rezando. Como la luz provenía de las veladoras, el ambiente semioscuro y el olor de la cera nos impactaron y no permitieron llegar cerca de San Juan Bautista, el santo que se venera en esa iglesia. Así es que nos persignamos y nos retiramos de ese santuario.

San Judas Tadeo formó parte de los apóstoles que acompañaron a Jesús y estuvo presente en la última cena. Durante muchos años no fue reconocido pues lo confundían con Judas Iscariote quien traicionó a Jesús originando su crucifixión, pero fueron los jesuitas quienes revaloraron su presencia en el santoral cristiano. Ahora, considerado el santo de las causas difíciles y desesperadas, su festividad se realiza el 28 de octubre.

Cuando visitamos su capilla el pasado sábado, también recordé que mi esposa tenía devoción por ese santo y en el respaldo de nuestra recámara tenía su imagen. Al preguntarle el motivo me decía que le rezaba cuando se le extraviaba algún objeto y muchas veces, gracias a ello, los encontraba. Ahora, en vez de la imagen de San Judas Tadeo, coloqué un retrato de mi esposa ausente, para venerarla como ella lo hizo con el santo de su devoción.

La capilla de San Juditas es muy visitada, como lo demuestran las numerosas veladoras y ramos de flores. Durante nuestra breve estancia llegó un chofer de un tráiler, colocó una veladora en el piso, musitó una plegaria y se marchó. Sólo él sabía los motivos de su devoción, aunque me imagino que le pidió protección en sus interminables recorridos por los caminos de la península de Baja California.


Octubre 13 de 2020.

viernes, 9 de octubre de 2020

FRATERNIDAD MÁS QUE ODIO

 Hoy, por la mañana, llegué a una papelería que se encuentra cerca de mi casa, con el fin de comprar un cuaderno y las copias fotostáticas de dos artículos seleccionados de periódicos de la ciudad de México. Uno era relacionado con el odio, como característica de los mexicanos y el autor lo confirmaba a través de las etapas de la historia de nuestro país.

A la empleada que me atendió le dije que nomás llevaba cincuenta pesos para pagar el costo del pedido, pero el precio del cuaderno rebasó esa cantidad por lo que resolví adquirir solamente las copias. A un lado de mí se encontraba otro cliente quien al escuchar mi problema me ofreció treinta pesos, suficientes para comprar las dos cosas. No los acepté pues otra empleada ya iba en busca de un cuaderno más barato.

Gracias —le dije— cuando el señor se retiraba. Minutos después me mostraron otro cuaderno, pero al pedir la cuenta me faltaban siete pesos. Otro cliente que había llegado en esos momentos y había pedido algunos artículos, al ver mi imposibilidad de completar el importe de la compra hizo señas a la empleada para que cargaran a su cuenta esa cantidad. Repetí las gracias, recogí mi pedido y regresé a casa.

¿Quiénes eran esas dos amables personas que me ayudaron? Lo más seguro es que no pueda identificarlos sobre todo porque llevaban cubre bocas. Pero de cierto anida en ellos la fraternidad, un valor humano un tanto menospreciado. Una fraternidad que se antoja indispensable en esta época de crisis por el latente peligro de la pandemia del coronavirus. Una fraternidad que lleva consigo la conmiseración por todas las desgracias familiares y la muerte de seres queridos. Una fraternidad opuesta al odio, al rencor, a la insensibilidad para reconocer la enorme tragedia que vive nuestro país.

En tiempos de la Guerra de Reforma, en 1859, el general Leonardo Márquez del partido conservador, ordenó fusilar a 53 prisioneros civiles y militares, entre ellos al poeta y escritor Juan Díaz Covarrubias. Héctor de Mauleón, el autor del artículo lo dijo: “Márquez fue conocido desde entonces como “El tigre de Tacubaya”. Los asesinatos que cometió esa noche de abril de 1859, ahondaron la guerra de exterminio en que se habían enfrascado liberales y conservadores y en la que se enfrentaron, para decirlo en lenguaje de la época, hermano contra hermano”

Pero así fue el odio entre indios y españoles, entre conquistados y conquistadores, en la guerra de independencia, de la invasión norteamericana, de la intervención francesa, de la etapa revolucionaria en pleno siglo XX. Odiamos para sobrevivir sin pensar que ello dividía más que unir; que el odio, en vez de cerrar la herida que nos trajo retroceso, muerte y desolación, se diseminó como un cáncer que destruyó lo mucho que habíamos ganado en favor de nuestro país.

Los años como nación independiente y soberana obligan a olvidar el odio entre nosotros. Ni por motivos políticos ni por afanes de poder es justificado sembrar la división ni mucho menos alentar la discordia entre los mexicanos. No son tiempos de odio. Con los ingentes problemas que estamos viviendo, la pandemia, la inseguridad, el aumento de la delincuencia y una economía al borde del colapso, lo menos que podemos hacer es formar un frente común donde la concordia sea el imán que una las mentes y los corazones de todos nosotros.

Vaya, todo lo escrito es el resultado de la buena acción de dos personas desconocidas. Ojalá y alguna vez se enteren de la emoción que sentí al aceptar su ayuda. Ahora, más que nunca, la solidaridad debe ser el camino adecuado para salir adelante. Y es por eso del título de esta crónica: Fraternidad más que odio.


Octubre 09 de 2020.

martes, 6 de octubre de 2020

MAFALDA Y MI NIETA MARTHA REYES

Días atrás murió Joaquín Salvador Lavado Tejón, el afamado dibujante argentino, quien con el apodo de Quino creó la tira cómica Mafalda, en el año de 1963. Sorprendido por el éxito de sus personajes —Mafalda, Susanita, Felipe y Manolito—, no solo en su país sino también en el extranjero, Quino prosiguió con las ocurrencias y burlas de esos personajes durante los diez años siguientes.

Consecuente con la divulgación y el interés que despertó en el público lector, la tira cómica se llevó a la televisión y el cine, además de aparecer en varios libros ilustrados. Cuando le preguntaron a Quino sobre Mafalda contestó que “era la niña más vieja del mundo”. Y es que a pesar de los años transcurridos, Mafalda es recordada y su imagen difundida en periódicos, revistas y medios electrónicos de la actualidad.

En 1976, la pandilla de Mafalda apareció en UNICEF (Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia) apoyando la Declaración de los Derechos de Niños, y también en la Liga Argentina para la Higiene Bucal. Mafalda y Manolito enseñaban a lavarse los dientes.

A propósito, al recordar a Mafalda, me vino a la mente el trabajo de divulgación científica relacionada
con la pandemia del coronavirus. Es un documental breve dirigido a los niños que lleva el nombre de
¡Mami, el coronavirus quiere comerme! Con una serie de imágenes a todo color narradas por Martha Reyes, Carlos Angulo, su esposo, y Romina, su hija de 9 años, este trabajo se presentó a los niños de una escuela primaria por medio de la televisión y posteriormente editaron un folleto pendiente de su presentación ante el público de nuestra ciudad.

Sorprendidos por los buenos resultados del documento, los autores se dedicaron a crear otro llamado “Inmuno—peques”, con información amplia de las características del virus Covid-19, asícomo las instrucciones para combatirlo con los anticuerpos de nuestro organismo.

Al igual que el anterior, las imágenes ayudan a comprender mejor los peligros de la pandemia. Además, y con el objeto de medir los resultados, se dieron a la tarea de presentarlo a los niños y jóvenes de primaria, secundaria y preparatoria, todo esto a través de la televisión bajo el sistema de educación a distancia.

Con los buenos resultados obtenidos, pretenden lograr la autorización del CIBNOR, a fin de divulgarlo a nivel nacional. Así es que, como Mafalda en su tiempo, Martha, Carlos y su equipo de divulgadores, persiguen el mismo fin: la protección de la niñez amenazada de padecer esta enfermedad que ha cobrado la vida de cientos de miles de personas en todo el mundo y en particular en nuestro país, donde van un poco más de 78 mil decesos por esta pandemia.

Es por eso el reconocimiento a estos científicos del CIBNOR, por su interés en participar en el conocimiento de esta enfermedad y los cuidados que se deben tener para contrarrestarla.


Octubre 05 de 2020

sábado, 3 de octubre de 2020

DEL DUELO Y OTRAS COSAS

 Los últimos cuatro meses me he dedicado a leer mucho, un poco más porque parte de mi vida ha girado alrededor de los libros, sobre todo de historia, de literatura y de política relacionada con nuestro país, y también como terapia por nuestra tragedia familiar ocasionada por la muerte de mi entrañable esposa.

Porque estar ocupado en la lectura lleva un mucho de resignación que da el olvido momentáneo del duelo que día tras día lastima mi pensamiento por la esposa que se fue. Y es que los libros tienen el poder de ensimismarse tratando de asimilar, de comprender el contenido de los mismos, creándose así una fusión de ideas entre ellos y nosotros.

De tiempo atrás he utilizado los servicios de librerías de la ciudad de México como Gandhi, Trillas, El Sótano, Busca libre, así como las tiendas Mercado Libre y Amazon. También visito las librerías locales Ramírez y Educal en busca de ejemplares de mi gusto. Además, sin costo para mí, en navidad y cumpleaños, algunos de mis familiares sabiendo mi afición me los obsequian en vez de otros regalos.

El doctor en ciencias Carlos Angulo es uno de ellos. Creo, no llevo la cuenta, que no menos de veinte libros me ha regalado. Son obsequios a nombre suyo y de su esposa, mi nieta Martha Reyes, pero su gentileza a veces me abruma. En cierta ocasión le comentaba lo interesante de los libros del historiador Enrique Krauze del que poseía algunos de ellos, como Una democracia sin adjetivos, Caras de la historia e Insurgentes y libertadores. Además, le platiqué —en relación a la situación política del país— que era el autor de un extenso artículo al que tituló “El mesías tropical” en referencia al presidente López Obrador.

Pocos días después llegó a mi casa a fin de obsequiarme “México, biografía del poder”, uno de los textos más interesantes de ese autor. Con 1139 páginas, Krauze reseña la historia política mexicana desde el inicio de la independencia hasta el gobierno de Ernesto Zedillo. Como es natural le agradecí su regalo, aunque a decir verdad lo he estado leyendo poco a poco.

Últimamente los libros que me interesan han subido de precio, muchos rebasan los 400 y 500 pesos por lo que es oneroso comprarlos. Por eso, y en una ocasión en que busqué un ejemplar en Mercado Libre no lo tenía en forma impresa tan solo de manera digital, a un precio más reducido. Lo compré y para leerlo—aparte de la computadora--, mi hija Martha Patricia me regaló una “tablet” y ahora con ella en cualquier lugar he podido deleitarme con obras de diversos autores y de títulos como El poeta y la revolución de Enrique Krauze, El poder corrompe, de Gabriel Zaid y los últimos Ángela Merkel, La física del poder, de Patricia Salazar Figueroa y Christina Mendoza Weber,  y el Catecismo para chairos, de Juan Ignacio Zavala.

En anteriores crónicas he hablado de Luis Rosas Meza, mi proveedor de libros digitales. Va para dos semanas que me mandó dos de ellos cuyos contenidos tiene que ver con el descubrimiento de América. Se titulan La sangre de Colón y La tumba de Colón, textos apropiados ahora que se acerca —12 de Octubre— esa conmemoración. Hará unas horas Sandino Gámez me trajo el libro El apóstol del progreso que contiene la vida y la obra del ingeniero nativo de esta tierra, Modesto C. Rolland. Fue un obsequio de su nieto el también ingeniero Jorge M, Rolland. Así es que tengo lecturas para rato.

Siempre he tenido inclinación por conocer las biografías de personajes importantes desde Gengis Kan, Julio César, Napoleón, hasta Winston Churchill, Vladimir Putin o Ángela Merkel. Y de nuestro país algunos presidentes como Francisco I: Madero, Venustiano Carranza, Carlos Salinas de Gortari y Felipe Calderón. Este último por ser protagonista de las acusaciones del actual gobierno, así es que leer “Decisiones difíciles” del propio Calderón es ponderar la buena o mala administración de su gobierno.

Por cierto, ahora que está en tela de juicio la actitud del presidente López Obrador señalándolo como un populista por su forma de gobernar, he pedido a la tienda Amazon me manden el libro digital “Por qué funciona el populismo” de la autora argentina María Esperanza Casullo. Me interesa porque el periodista Juan Ignacio Zavala escribió un artículo afirmando que las características del populismo son idénticas a las de nuestro presidente. Y el periodista termina diciendo “Estamos, pues, ante un gobierno populista con todas sus letras”.

Amigos comunes me preguntan si tengo algún libro en preparación en especial sobre la historia de la Baja California. La respuesta es negativa, pero que mi último trabajo “Relatos mañaneros” se publicará el año próximo a través de Fomento Editorial del Instituto Sudcaliforniano de Cultura. A propósito, envío las gracias a Christopher Amador por el obsequio de dos de sus poemarios y las amables dedicatorias que vienen en ellos.

Cuando escribo me acuerdo de mi esposa ausente. Cada palabra motiva su presencia y son rosarios convertidos en lamentos que el tiempo no logra amortiguar. A lo mejor por eso prefiero leer que escribir pero, si no lo hago, el duelo será peor porque las palabras liberan y son bálsamo para los que sufren un dolor como el mío. Así es que seguiré con esta afición de toda la vida: escribir para seguir recordándola.

Octubre 03 de 2020. 

sábado, 19 de septiembre de 2020

Mis padres, un recuerdo


 Un amable lector de mis crónicas me preguntó hace poco: “Oye, en tus artículos hablas de tu familia actual, pero nunca que yo sepa te has referido a tus padres y a tus hermanos; solo he leído referencias vagas de esa familia de donde procedes.

La pregunta del buen amigo me produjo inquietud porque en efecto, he soslayado ese aspecto importante de mi vida aunque, a decir verdad, el tiempo transcurrido ha menguado el recuerdo de ellos. Ahora lo hago, a sabiendas de que voy a hablar de una familia que hizo lo posible por sobrevivir debido a sus precarios recursos económicos.

Esta clase de familia, limitada en su alimentación, en su vestuario y la ausencia de relaciones sociales, vierte su pobreza en el cariño de sus integrantes como paliativo de sus carencias. De esta clase fue la familia de la que formé parte. Una madre, un padre y dos hermanos de la misma sangre. Otra hija procreada antes de relacionarse con mi padre, hizo su vida aparte pues se casó con un militar y se fueron a radicar a la ciudad de Guadalajara.

Ya he dicho en anteriores ocasiones que mi padre fue militar de bajo rango —a lo más que llegó fue a cabo de infantería— y eso lo obligó a cambiar de residencia continuamente. Mi madre lo acompañó convertida en soldadera y lo siguió siendo cuando nacieron mis hermanos Ricardo y Leonor y también cuando nací yo en los últimos años de su carrera militar.

Radicados finalmente en la ciudad de La Paz, vivieron en una vecindad que estaba en la calle Nicolás Bravo casi esquina con la Revolución. En esos años terminé la enseñanza primaria en una escuela cercana conocida como Ignacio Allende. Todavía cuando me fui a estudiar la prevocacional a la ciudad de Tijuana, ellos seguían viviendo en ese lugar.

Cuando al cabo de dos años regresé a La Paz, ya mi padre había adquirido un terreno en las orillas de la ciudad y construido una modesta vivienda de varas trabadas y techo de palma. Se mantenían con la pensión de mi padre y la ayuda de mi hermano quien trabajaba en una brigada perforadora de pozos de agua potable en comunidades carentes de ella. Después aprendió el oficio de peluquero y hasta el final de sus días fue el sustento económico de mis padres y también de su esposa. Por cierto, en mi libro “Narraciones de ayer y de hoy” incluí una crónica titulada Mi cuñada Cuca y los pájaros.

Con mi regreso aumentaron los gastos de la familia y ello motivó que buscara trabajo en la escuela industrial en el taller de carpintería para ayudar en parte a las necesidades de mis padres. Tenía la intención de permanecer en ese trabajo alejado de mis estudios. Pero como lo digo en otro de mis libros un joven que llegó de la ciudad y coincidimos en la escuela industrial —Óscar Valdez era su nombre— me convenció a terminar la secundaria.

Mi padre, además de su pensión, trabajó varios años en el servicio de limpia de la ciudad, pero fue dado de baja por su edad. El resto de sus años acompañó a mi madre ayudando en las faenas del hogar. El extinto periodista Carlos Domínguez Tapia lo conoció y tuvo la gentileza de incluir sus datos biográficos en su libro “Forjadores de Baja California.

Durante varios años mi papá mantuvo la costumbre de engordar un “cochi” y cuando lo sacrificaba eran días de fiesta, pues mi madre incluía en nuestra dieta platillos a base de carne del animal y chicharrones, además del estreno de ropa y zapatos gracias al dinero obtenido por la venta de la manteca y partes del animal. Eso era lo bueno, lo malo eran las madrugadas a fin de ayudar a la matanza del puerco, pero lo justificaba la animada plática de mi padre y sus gestos de alegría. En varias ocasiones mi hermano Ricardo era su principal ayudante.

Agustín Reyes Castellanos, mi padre, nació en el año de 1890 en el pueblo de Nochixtlán, Oaxaca y en ese mismo lugar se casó con mi madre Julia Silva, con la que tuvieron tres hijos Ricardo, Leonor y Leonardo. Cuando se casaron mi madre ya tenía una hija bautizada con el nombre de Anastacia, a quien por cariño le decían Chata. Él murió el 7 de diciembre de 1962 víctima de un mal cardiaco y está sepultado en el panteón de los San Juanes de esta ciudad de La Paz. Sobre su deceso un sentimiento de culpa ha permeado por no haber estado a su lado cuando dejó de existir. Eso fue debido a una gira de trabajo por el sur de la entidad por cuestiones sindicales. Cuando regresé al cabo de tres días de ausencia por tarde y llegar a casa lo encontré velándolo. Ante mi tremenda sorpresa, mi esposa con lágrimas me explicó “Se puso malo de repente y ni tiempo tuvimos de llevarlo al doctor. Allá adentro está mi suegra, ve a consolarla”. La encontré con un velo de tristeza que me impidió hablarle y solo la abracé y la arrullé como pude.

En el año de 1961 fui estudiante en la Escuela Normal Superior de Tepic, Nayarit y la maestra de Español Superior nos dejó de tarea un trabajo descriptivo. Lo guardo aún porque es un texto dedicado a mi madre y entre otras cosas escribí: “Terminaba el primer año de mi carrera de maestro, cuando llevado por problemas de carácter económico pensé en suspender mis estudios. A los 18 años de edad, tal vez por la juventud que anhela todo relacionado con su bienestar material, no se piensa en el futuro con la seriedad y objetividad del adulto. En ese momento creí que lo mejor era buscar un empleo que me ayudara a sostener mis problemas económicos y los de mi familia. Con esa idea fija en la mente, me acerqué a la buena mujer que hoy ocupa mi atención para comunicarle mi intención de ya no seguir estudiando. Ella escuchó en silencio las razones que apoyaban mi decisión. Levantó su mirada y entonces con palabras sencillas, plenas de ternura pero también de amarga realidad me dijo: “Como nosotros hemos vivido tú también puedes vivir. Es poco lo que yo sé, tú lo sabes perfectamente, siempre he lamentado de las pocas oportunidades de ir a la escuela. Mas no por ello considero que esto haya sido una desgracia dado que lo que no aprendí hoy lo están aprendiendo mis hijos, y eso justifica en parte mi ignorancia y me hace feliz. La pobreza eterna aliada de nosotros, ha sido buena al permitir que tú estudies para que te forjes un porvenir más placentero. Si ya no deseas estudiar trabaja entonces que bien se necesita tu ayuda; más nunca digas que tu familia ha sido la culpable de haber truncado el camino que seguías”.

 “Había tan grande sentimiento en su voz que comprendí al instante el error que pretendía cometer. No, no era solo yo el afectado. No era tampoco la solución de nuestros problemas económicos. Era algo más, era la satisfacción íntima, intangible, que se producía en el alma al ver superada la herencia familiar; era el orgullo al saber que sus descendientes no serían como ellos fueron, sino algo mejor, más cultos, más responsables, más comprensivos…”.

 “A veces me pregunto cómo es posible que una mujer tan sufrida, tan agobiada por el peso de los años, sea capaz aun de luchar valerosamente por su familia”.

Recuerdos de mi madre por todo lo que hizo por mí. Cuando enfermó, en el día de su fallecimiento, me llamó para decirme con su voz agónica: “Hijo, prométeme que no vas a convertirte en masón”. No sé quién se lo diría porque en efecto varios amigos, entre ellos un inspector escolar, me habían invitado a pertenecer a esa secta. La agarré de las manos y con las lágrimas resbalando por mi rostro le juré: “No tengas cuidado madre, jamás ingresaré a la masonería”. Ella cerró los ojos y musitó: “Gracias, hijo, Dios te bendiga por ello”.

Estuve a su lado hasta que murió y lo mismo lo hizo mi esposa que la quiso mucho. Hoy descansa en el panteón de los San Juanes y el epitafio dice: Julia Silva de Reyes, nació en 1896 y murió el 12 de noviembre de 1970. Descanse en paz.


Septiembre 19 de 2020.

lunes, 14 de septiembre de 2020

Un libro de noventa años

Un libro de la historia de México también fue su cumpleaños este 2020. Es un texto que escribió el maestro Gregorio Torres Quintero en 1930 al que le dio el título de La Patria Mexicana, dedicada a los niños del tercer ciclo de enseñanza primaria. Lo editó Herrero Hermanos Sucesores, de la ciudad de México en esa fecha.

Este libro, resguardado celosamente en mi biblioteca, tiene una historia interesante. En 1935, en mayo para ser exactos, lo compró mi padre cuando estaba destacamentado en la ciudad de Tecate, en el distrito norte de la Baja California. Lo sé porque en una de sus páginas está su firma y la fecha de su adquisición.

Mi padre, como militar anduvo de la ceca a la meca. Después de permanecer varios años en Santa Rosalía —lugar donde por cierto nací en el año de 1930— estuvo en Tecate, Culiacán, Mazatlán y por último en La Paz, lugar donde se retiró del servicio activo de las armas. Y en todos estos lugares, con excepción de Santa Rosalía, el libro de marras lo acompañó.

Cuando terminé la carrera de profesor de educación primaria en 1950, mi padre me dio como regalo el libro, por cierto en buen estado de conservación. Lo leí y lo sigo leyendo por dos razones principales: es un buen recuerdo de él y razón de mi afición por conocer la historia de México. Quien conoce el libro sabe que es un texto magnífico, didáctico, que resume en breves lecciones con abundantes imágenes el acontecer nacional, desde los indios y su civilización hasta el término de la dictadura del general Porfirio Díaz. Contiene 498 páginas incluyendo el índice.

Algunos se preguntarán ¿quién fue Gregorio Torres Quintero? ¿Por qué escribió ese texto para los niños? La respuesta, al menos para los profesores en servicio, es que Torres Quintero ejerció la docencia durante gran parte de su vida. Originario de la ciudad de Colima —1866— inició su profesión de maestro a los 17 años de edad. Formó parte de los brillantes educadores mexicanos del siglo XIX, como Enrique Rébsamen, Carlos A. Carrillo y Justo Sierra.

Los viejos maestros lo conocimos porque fue el creador del Método Onomatopéyico que sirvió para enseñar la lectura-escritura a los alumnos del primer grado. En mi caso, lo utilicé en mis dos primeros años como maestro en el poblado Sebastián Allende del Valle de Santo Domingo.
Torres Quintero fue un notable pedagogo, además de ser historiador y poeta. Fue el creador de la Ley de Instrucción Pública y crítico incansable de los libros de texto como sustituto del maestro, porque siempre creyó que la imagen del docente era fundamental en la tarea educativa.

Bueno, pero regresando al libro que este año cumple 90 años de haberse publicado, hoy lo consulté con motivo del aniversario de la batalla contra los invasores norteamericanos en el Castillo de Chapultepec, y la valiente participación de los cadetes, quienes ofrecieron su vida defendiendo la soberanía de nuestro país.

El 13 de septiembre de 1847, fecha en que murieron los niños héroes, es recordada y de ella hace mención el libro del ilustre educador. Además de las imágenes de los cadetes incluye la estrofa de un poema de Amado Nervo que dice:

Como renuevos, cuyos aliños

un viento helado marchita en flor,

así cayeron los héroes niños

ante las balas del invasor.

En uno de los chubascos del siglo pasado, mi modesta casa se goteo y varios libros se mojaron, entre ellos La Patria Mexicana. Por esta causa está deteriorado —de por sí por el tiempo transcurrido— con la imagen de la tapa semiborrada, algunas páginas rotas y muchas quebradizas, pero aun así lo conservo ya que tiene la firma de mi padre, Agustín Reyes Castellanos. Su herencia me convirtió en un enamorado de la historia de nuestro país, historia que ha transmutado a la historia de Baja California, de la cual soy un divulgador persistente.

Recuerdos de un padre, de un libro y de los niños héroes de Chapultepec.


14 de septiembre de 2020.

domingo, 13 de septiembre de 2020

LOS 90 Y EL DUELO

 Este día, después de transitar por los vericuetos de la vida, llegué a los noventa años. Se dice fácil, pero atrás han quedado demasiadas vivencias, unas buenas y otras malas, las cuales han regido en ese largo tiempo mi existencia.

De hecho es un cumpleaños que tiene sus bemoles porque ¿a esta edad se continúan teniendo ambiciones, esperanzas?, ¿la decrepitud propia de la edad no imposibilitan los deseos, la euforia o las promesas que son propias de la juventud y la adultez?, ¿continuar viviendo con ayuda de los demás con medicamentos para los diversos males que afectan nuestro organismo?

A mi edad, vivir solo tiene un objetivo; vivir para los demás, es decir, que propios y extraños sepan de la presencia de un amigo o un ser querido el cual, durante muchos años, formó parte de sus amistades y unió, con lazos de amor entrañable a una familia.

Ese es mi caso, fuera de ello no hay más expectativa que esperar resignado a que la parca acabe con esta vida, al cabo que los años transcurridos bastan para decir adiós a este mundo. Pero no se equivoquen, tampoco voy a invocar a la muerte como deseo inevitable, dado que si mi vida se alarga otros años más, seguiré pensando lo mismo porque ese es el destino de todo ser humano. Aunque no dejo de pensar en la gran oportunidad que me dio la vida para realizar mis sueños, formar una familia de bien y dejar a la posteridad el recuerdo de mi nombre.

Nomás que este cumpleaños no fue como lo esperaba. Aparte de protegernos de los contagios del Covid-19, de la desaparición de miles de mexicanos por esta terrible enfermedad, una desgracia familiar sucedió hace tres meses: el fallecimiento de mi esposa motivado por una falla de su corazón.

Así es que, con el duelo originado por su partida, la celebración se contrajo a una comida ofrecida a nuestros familiares. Eso nomás, y las felicitaciones personales y de las amigas y amigos por medio del teléfono y del internet. Desde luego, no fue una reunión como las anteriores, pues todos estábamos conscientes de la falta de la madre y abuela, quien con su presencia resaltaba este festejo.

Sandra Luz, una de mis hijas, me dejó un recado el cual entre otras cosas me decía: “Papá, hoy, sólo por hoy, quítate el caparazón y cuélgalo en el clóset, probablemente te sientas mejor”. Al lado de este mensaje encontré un libro como regalo de la escritora Lucy Oliva titulado “Aceptar no es olvidar”. En la dedicatoria, la autora se dirige a las personas que han perdido a un ser querido y lo dice así: “A ti que estás sufriendo este dolor que te impide vivir plenamente… dejes de sufrir y disfrutes de su recuerdo”.

No he comenzado a leer el libro, pero me intrigó la frase “disfrutar de su recuerdo”. Según parece, experimentar bienestar, alegría o felicidad son suficientes para alejar el dolor o el sufrimiento causados por un caso como el mío. Pienso que se opone al disfrute la permanencia del recuerdo. Entre ambos términos está el duelo que a veces suele durar años en desaparecer. Como bien lo confiesa Savater al referirse a su esposa: “Porque créanme que la lloro todos los días, desde que murió hace increíblemente más de cuatro años, no he pasado ni una hora sin recordarla, ni un solo día sin derramar lágrimas por ella”

Y es por eso que el duelo es una pérdida que debe afrontarse y vivirse, aunque muchos, sobre todo los médicos, no comprenden el poder terapéutico que el duelo significa como si la nostalgia —dice el autor de la “Morada infinita”, Arnoldo Krauz— fuese dañina, como si la tristeza no sirviese, como si la melancolía fuese contraproducente. Como si el duelo no tuviera razón de ser”.

Hoy, ante la presencia de gran parte de la familia y con las precauciones necesarias ante la peligrosidad de la pandemia, por momentos sentí que mi esposa estaba con nosotros, disfrutando de la alegría por mi cumpleaños. Y es que no obstante el tiempo transcurrido, ella está conmigo como una sombra bienhechora que alienta mi angustiado corazón.

Y eso también me motiva a recordarla a través de mis artículos enviados a mi estimado amigo Gerardo Ceja García, quien los incluye en su blog. Me justifico al transcribir la opinión de un excelente escritor y periodista que dice: “Escribir siempre ha sido terapéutico. Desglosar lo desconocido o al menos intentarlo, es benéfico. Poco importa si tras las palabras iniciales se acumulan más y más dudas. Dudar es privilegio humano. Se escribe para uno, se trazan palabras para mitigar la neurosis, se escribe para aceptar la realidad y saber cómo y quién es uno. Escribir es un devenir y cuando se escribe sobre la muerte, se hace para entender como es la vida”.


12 de septiembre de 2020.

miércoles, 9 de septiembre de 2020

CARTA A LA AUSENTE

 Ayer, amor, se cumplieron tres meses de tu ausencia. Nuestros hijos participaron en una misa a tu memoria que tuvo lugar en la catedral de Nuestra Señora de La Paz aunque, claro, en transmisión en vivo por motivo de la pandemia del Covid—19. Aquí estuvieron presentes Viky, Ana María, Chumy y a ratos Juan quien había llegado por la mañana a visitarme.

Al escuchar la misa, mis recuerdos volaron cuando los domingos me decías: “Ahorita vengo, voy a la capilla de María Auxiliadora, es la hora de la misa”. Y tomabas tu bastón y recorrías cuadra y media para llegar a la iglesia. Y es que siempre estuviste apegada a la fe cristiana. Lo demostrabas en nuestro hogar donde colocaste una virgen de Guadalupe en la sala, lo mismo en nuestra recámara con imágenes de santos, especialmente el Santo Niño de Atocha. Y guardabas con celo tus rosarios y los libros de oraciones.

Recordé cuando visitamos varias ciudades del estado y del país, recorriendo las iglesias y las catedrales dándome cuenta de la alegría y la devoción que ello significaba para ti. Te acompañaba con gusto, aunque sabías que no era muy afecto a estas manifestaciones religiosas. Ahora que ya no estás conmigo, será difícil que entre a un templo porque ir sólo, sin tu compañía, no me produce ninguna necesidad anímica.

Hoy, en la mañana, Viky me preguntó mis deseos para festejar mis 90 años de vida el próximo 12 de este mes de septiembre. “¿Qué se te antoja: mole, carne asada, pozole, menudo o sopa de mariscos?”. Mi respuesta la desilusionó cuando le respondí que no quería ninguna clase de agasajo, solamente la comida de siempre que ella prepara cada día.

Le expliqué ante su desencanto, que no podía convivir con la familia pues mi estado de ánimo y de sufrimiento me impedía estar con ellos. Y al no participar de su alegría era mejor dejar trascurrir mi cumpleaños como una fecha cualquiera. Así es que hemos dejado pendiente este asunto.

Lo cierto es que trato de superar este sufrimiento que me agobia día tras día. Por eso, cuando me visitan mis hijos o Martha y Carlos, trato de congeniar con su amabilidad hablando de las cosas cotidianas, de la pandemia, de la situación política y económica de nuestro país. Es como una terapia, ya que me hace olvidar momentáneamente que ya no estás con nosotros, Pero después de su despedida, llega de nueva cuenta a mi conciencia tu recuerdo y entonces la angustia y la desolación hacen presa de mí.

Por eso, ¿para qué festejar mi cumpleaños? Si muchas veces dijimos que lo celebraríamos, los dos viejos enamorados, tomados de las manos y la alegría reflejada en nuestros rostros. Pero eso ya no es posible porque tú no estás a mi lado, como lo habíamos soñado.

Son ya tres meses que han pasado y mi depresión no cede. Sé que este malestar, si continúa, es peligroso para mi salud y puede orillarme a decisiones graves. Y hago esfuerzos por librarme de ese tormento lo más pronto posible, aunque al lograrlo temo olvidarme de ti, alejarme de lo que fuiste en mi vida, de tu voz, de tu sonrisa de tu mirada, de tu amor.

Y recordarás que juntos íbamos a festejar también tu cumpleaños el próximo 20 de octubre, cuando cumplieras 82 años. Ahora ni lo uno ni lo otro.

Ese día tan solo habrá un ramillete de flores de tu jardín depositado sobre tu tumba, regada con las lágrimas de tu esposo y tus hijos. Ni modo, ese es el amargo camino marcado por el destino, sin poder oponernos. Mientras tanto el sufrimiento continúa y se refleja dolorosamente hasta que algo inesperado acabe con él.

Pero ya lo dije en ocasión anterior, debo dejar de sufrir al comprender que estás a mi lado, que jamás me has abandonado, que tu inmanente presencia alegrará los días o los años que me quedan de vida y así, sin importar los tiempos transcurridos, llegaremos al final unidos para siempre.

Septiembre 09 de 2020.

jueves, 3 de septiembre de 2020

EL OLVIDO Y LOS RECUERDOS

 A dos de mis crónicas recientes les he puesto el título “¿Cómo puedo olvidarte?” dedicadas a Cande, mi esposa, quien falleció el 8 de junio del presente año. Su muerte no fue resultado de la pandemia del Covi-19, sino de un paro cardíaco fulminante. Es por eso que nos dieron la oportunidad de sepultarla en el panteón de los San Juanes el mismo día que falleció.

Dice los que saben que el olvido es una acción involuntaria al dejar de recordar los sucesos humanos impidiendo de alguna manera los sentimientos. Que el olvido es una reacción al dolor causado por la pérdida de un ser querido, lo que permite continuar viviendo a través de los años.

La definición es válida hasta cierto punto, porque después de la muerte de nuestro hijo Guillermo hace ya 38 años, ese hecho ha permanecido en el subconsciente y aflora cuando llega la fecha de su nacimiento, el día que murió y la cercanía con sus hijas Martha y Adriana; o las veces en que los recuerdos de su infancia, su juventud y de su vida adulta como militar de carrera. Y entonces del subconsciente volvía de nueva cuenta el recuerdo y junto con él las lamentaciones por su ausencia.

Es muy difícil olvidar a pesar del tiempo transcurrido. Y más aún cuando el duelo por la esposa es reciente. Es un duelo que conlleva dolor, soledad y angustia que se oponen al olvido. Por eso, cuando un amigo al tratar de consolarnos nos dice “Olvida ya y sigue adelante” de seguro es la persona que no ha pasado por un trance semejante. O lo que es peor, sus sentimientos familiares adolecen de la falta de amor, carencia que les permite olvidar la pérdida de una esposa, hijos y familiares cercanos.

No es mi caso. Por ese amor que siempre le demostré a mi esposa —fueron 64 años de compartir nuestras vidas— el olvido jamás desaparecerá de los pocos años que me quedan de vida. Es más, he transformado el olvido en presencia y aunque me juzguen obsesionado, Cande permanece a mi lado cada momento, cada día en que la veo y platico con ella.

--Buenos días, viejita linda, ¿Cómo amaneciste hoy? Fíjate que pasé mala noche tantito por el frío de la madrugada y los ladridos de la perrita ocasionados por un gato entrometido, además de la taquicardia que me produce insomnio. Te cuento que ayer, como fue fin de semana fuimos a la finca y Viki preparó unas piernas de pollo y carne asada, mientras que yo, con ayuda de Ian y Emmanuel emparejamos el piso del cobertizo, para después terminar de colocar dos láminas como techo de una sombra que servirá para proteger del sol el asador. Para eso, Juan llevó el taladro con el que se fijaron los chilillos en la madera. Ahora falta construir el asador de material, ese que siempre me pediste que lo hiciera.

Te platico que llegaron a la finca Ana María y su familia. También Memo y la Bombón. Más tarde llegaron Martha y Carlos quienes llevaron una totoaba que luego la asaron y quedó exquisita. Disfrutaron mucho de esa tarde aunque yo, como en estos últimos meses, no puedo participar porque siento que al hacerlo estamos olvidando la ausencia de su madre y abuela, y eso me causa mucha tristeza.

Yo sé, Cande, que hago mal por no compartir con ellos su alegría, pero me frena tu recuerdo por los cientos de veces que me acompañaste a regar los árboles que juntos sembramos y eso fue dos días a la semana. Y te veo callada y afanosa quitándole las hojas secas a los almendros y arreglando las cazuelas de las demás plantas. Y el recuerdo permanece en medio del jolgorio y opone una barrera difícil de cruzar.

Quiero platicarte que hoy al mediodía viajarán a Guadalajara Sandra Luz y Ramón con el fin de estar presentes en el cumpleaños de doña Toña la mamá de este último. Los acompañan Viki, Sandra Gabriela y Tania, así es que durante una semana me quedaré solo, aunque con la promesa de Juan y Claudia de estar conmigo esos días. Ya te platicaré como les fue.

Bueno, mañana será otro día, así que hasta luego. Tu compañero de siempre.           


Agosto 31 de 2020.

miércoles, 2 de septiembre de 2020

CANSADO DE VIVIR

 Tal vez a muchos lectores el título les parecerá fuera de lo común, ya que por lo general se opone a otras frases como “La alegría de vivir” “Mientras haya vida hay que gozarla” o bien “La dulce vida”. Y por supuesto la que es propia del ser humano: “Mientras haya vida hay esperanza”.

Pero eso de expresar el cansancio de la vida supone un sinfín de calamidades que van desde los fracasos y humillaciones hasta las enfermedades terminales o las tragedias familiares. Aunque, por otro lado, están las personas mayores de edad, quienes a través de los años han sobrevivido y por el declive propio de su organismo piensan que es mejor morir que seguir viviendo.

También a ello se suma la pérdida de un ser querido, como la esposa o los hijos, dejando en la soledad, en el desamparo, originando la determinación de dejar este mundo para estar con ellos. Sin embargo ese propósito tiene en realidad una justificación: el cansancio de la vida se da preferentemente en aquellas personas que han logrado conservar su existencia por largos años tanto, que el mismo desgaste físico y mental no les ofrece otra alternativa.

Muchos aferrados a la vida casi siempre con ayuda familiar, se someten a los síntomas de la invalidez usando auxiliares de ayuda como los bastones, las sillas de ruedas o las muletas. Claro, que existir así es decisión de cada quien.

Pero lo cierto —sin alusión a las creencias religiosas— es que la mayoría de los que llegan, llegamos, a la ancianidad, sabemos que la muerte ronda arriba de nuestra cabecera. Y es natural dado que el ciclo biológico del ser humano es nacer, vivir y morir. Claro, para todos entre más tarde llega la calaca es mejor.

Muchos ejemplos existen de este postrer deseo. Son por lo general científicos en busca de descubrimientos benéficos a la humanidad; los políticos afanados en el mejoramiento de sus países; los intelectuales como los escritores que dejan sus huellas en las ciencias sociales y en la literatura. Así fueron, por ejemplo, Pasteur, Adam Smith, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Octavio Paz y Elena Poniatowska.

Y el deseo de seguir viviendo lo expresó Borges en un poema en varios de sus versos:

Si pudiera vivir nuevamente mi vida

en la próxima trataría de cometer más errores,

no intentaría ser tan perfecto, me relajaría más,

sería más tonto de lo que he sido, de hecho

tomaría muy pocas cosas con seriedad.

Pero ya tengo 85 años y me estoy muriendo.

 La sobada frase de “Misión cumplida” justifica el deseo de morir por cansancio de la vida. Por qué no hay más allá cuando los años se amontonan y no sabemos qué hacer con los venideros agotados los impulsos de los tiempos anteriores.

Y cuando se han dejado como herencia una familia, un prestigio y el reconocimiento de los demás, pues es natural que se piense en el deber cumplido y acepte el final de su existencia. Al menos así lo creo, pues en mi caso, con 89 años de edad , dejar atrás a una familia numerosa y muchos años de trabajo en el magisterio y en la burocracia, además de satisfacer mi vocación de escritor creo, en verdad, que estoy cansado de la vida y espero, ahora que Cande mi querida y entrañable esposa ha muerto, que lo mejor es abandonar este mundo, sabiendo que mi cuerpo y mi espíritu descansarán a un lado de su tumba y a un costado de nuestro hijo Guillermo.

Pero, ¿Cómo acabar con mi vida? Fernando Savater dice que hay muchas formas de dejar esta vida y que nadie está en la obligación de seguir vivo si no quiere. Dice que “no debemos quejarnos excesivamente de la vida porque estamos en ella porque queremos”.

En una crónica anterior exclamé “Si yo muero, ¿Quién podrá recordar como yo a mi esposa ausente? Quizá por eso quiero seguir viviendo porque estando vivo la recordaré por siempre. Pero fuera de eso, la vida y el cansancio limitarán mis deseos y sólo la muerte impedirá que siga lamentando su ausencia. Bueno, mientras eso no suceda, mis escritos sean un homenaje para ella.

Septiembre 02 de 2020.