A dos de mis crónicas recientes les he puesto el título “¿Cómo puedo olvidarte?” dedicadas a Cande, mi esposa, quien falleció el 8 de junio del presente año. Su muerte no fue resultado de la pandemia del Covi-19, sino de un paro cardíaco fulminante. Es por eso que nos dieron la oportunidad de sepultarla en el panteón de los San Juanes el mismo día que falleció.
Dice
los que saben que el olvido es una acción involuntaria al dejar de recordar los
sucesos humanos impidiendo de alguna manera los sentimientos. Que el olvido es
una reacción al dolor causado por la pérdida de un ser querido, lo que permite
continuar viviendo a través de los años.
La
definición es válida hasta cierto punto, porque después de la muerte de nuestro
hijo Guillermo hace ya 38 años, ese hecho ha permanecido en el subconsciente y
aflora cuando llega la fecha de su nacimiento, el día que murió y la cercanía
con sus hijas Martha y Adriana; o las veces en que los recuerdos de su
infancia, su juventud y de su vida adulta como militar de carrera. Y entonces
del subconsciente volvía de nueva cuenta el recuerdo y junto con él las
lamentaciones por su ausencia.
Es
muy difícil olvidar a pesar del tiempo transcurrido. Y más aún cuando el duelo
por la esposa es reciente. Es un duelo que conlleva dolor, soledad y angustia
que se oponen al olvido. Por eso, cuando un amigo al tratar de consolarnos nos
dice “Olvida ya y sigue adelante” de seguro es la persona que no ha pasado por
un trance semejante. O lo que es peor, sus sentimientos familiares adolecen de
la falta de amor, carencia que les permite olvidar la pérdida de una esposa,
hijos y familiares cercanos.
No
es mi caso. Por ese amor que siempre le demostré a mi esposa —fueron 64 años de
compartir nuestras vidas— el olvido jamás desaparecerá de los pocos años que me
quedan de vida. Es más, he transformado el olvido en presencia y aunque me
juzguen obsesionado, Cande permanece a mi lado cada momento, cada día en que la
veo y platico con ella.
--Buenos
días, viejita linda, ¿Cómo amaneciste hoy? Fíjate que pasé mala noche tantito
por el frío de la madrugada y los ladridos de la perrita ocasionados por un
gato entrometido, además de la taquicardia que me produce insomnio. Te cuento
que ayer, como fue fin de semana fuimos a la finca y Viki preparó unas piernas
de pollo y carne asada, mientras que yo, con ayuda de Ian y Emmanuel emparejamos
el piso del cobertizo, para después terminar de colocar dos láminas como techo
de una sombra que servirá para proteger del sol el asador. Para eso, Juan llevó
el taladro con el que se fijaron los chilillos en la madera. Ahora falta
construir el asador de material, ese que siempre me pediste que lo hiciera.
Te
platico que llegaron a la finca Ana María y su familia. También Memo y la
Bombón. Más tarde llegaron Martha y Carlos quienes llevaron una totoaba que
luego la asaron y quedó exquisita. Disfrutaron mucho de esa tarde aunque yo,
como en estos últimos meses, no puedo participar porque siento que al hacerlo
estamos olvidando la ausencia de su madre y abuela, y eso me causa mucha
tristeza.
Yo
sé, Cande, que hago mal por no compartir con ellos su alegría, pero me frena tu
recuerdo por los cientos de veces que me acompañaste a regar los árboles que
juntos sembramos y eso fue dos días a la semana. Y te veo callada y afanosa
quitándole las hojas secas a los almendros y arreglando las cazuelas de las
demás plantas. Y el recuerdo permanece en medio del jolgorio y opone una
barrera difícil de cruzar.
Quiero
platicarte que hoy al mediodía viajarán a Guadalajara Sandra Luz y Ramón con el
fin de estar presentes en el cumpleaños de doña Toña la mamá de este último.
Los acompañan Viki, Sandra Gabriela y Tania, así es que durante una semana me
quedaré solo, aunque con la promesa de Juan y Claudia de estar conmigo esos
días. Ya te platicaré como les fue.
Bueno,
mañana será otro día, así que hasta luego. Tu compañero de siempre.
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