Tal vez a muchos lectores el título les parecerá fuera de lo común, ya que por lo general se opone a otras frases como “La alegría de vivir” “Mientras haya vida hay que gozarla” o bien “La dulce vida”. Y por supuesto la que es propia del ser humano: “Mientras haya vida hay esperanza”.
Pero
eso de expresar el cansancio de la vida supone un sinfín de calamidades que van
desde los fracasos y humillaciones hasta las enfermedades terminales o las tragedias
familiares. Aunque, por otro lado, están las personas mayores de edad, quienes
a través de los años han sobrevivido y por el declive propio de su organismo
piensan que es mejor morir que seguir viviendo.
También
a ello se suma la pérdida de un ser querido, como la esposa o los hijos,
dejando en la soledad, en el desamparo, originando la determinación de dejar
este mundo para estar con ellos. Sin embargo ese propósito tiene en realidad
una justificación: el cansancio de la vida se da preferentemente en aquellas
personas que han logrado conservar su existencia por largos años tanto, que el
mismo desgaste físico y mental no les ofrece otra alternativa.
Muchos
aferrados a la vida casi siempre con ayuda familiar, se someten a los síntomas
de la invalidez usando auxiliares de ayuda como los bastones, las sillas de
ruedas o las muletas. Claro, que existir así es decisión de cada quien.
Pero
lo cierto —sin alusión a las creencias religiosas— es que la mayoría de los que
llegan, llegamos, a la ancianidad, sabemos que la muerte ronda arriba de
nuestra cabecera. Y es natural dado que el ciclo biológico del ser humano es
nacer, vivir y morir. Claro, para todos entre más tarde llega la calaca es
mejor.
Muchos
ejemplos existen de este postrer deseo. Son por lo general científicos en busca
de descubrimientos benéficos a la humanidad; los políticos afanados en el
mejoramiento de sus países; los intelectuales como los escritores que dejan sus
huellas en las ciencias sociales y en la literatura. Así fueron, por ejemplo,
Pasteur, Adam Smith, Jorge Luis Borges, Gabriel García Márquez, Octavio Paz y
Elena Poniatowska.
Y
el deseo de seguir viviendo lo expresó Borges en un poema en varios de sus
versos:
Si pudiera vivir nuevamente mi vida
en la próxima trataría de cometer más errores,
no intentaría ser tan perfecto, me relajaría más,
sería más tonto de lo que he sido, de hecho
tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Pero ya tengo 85 años y me estoy muriendo.
Y
cuando se han dejado como herencia una familia, un prestigio y el reconocimiento
de los demás, pues es natural que se piense en el deber cumplido y acepte el
final de su existencia. Al menos así lo creo, pues en mi caso, con 89 años de
edad , dejar atrás a una familia numerosa y muchos años de trabajo en el
magisterio y en la burocracia, además de satisfacer mi vocación de escritor
creo, en verdad, que estoy cansado de la vida y espero, ahora que Cande mi
querida y entrañable esposa ha muerto, que lo mejor es abandonar este mundo,
sabiendo que mi cuerpo y mi espíritu descansarán a un lado de su tumba y a un
costado de nuestro hijo Guillermo.
Pero,
¿Cómo acabar con mi vida? Fernando Savater dice que hay muchas formas de dejar
esta vida y que nadie está en la obligación de seguir vivo si no quiere. Dice
que “no debemos quejarnos excesivamente de la vida porque estamos en ella
porque queremos”.
En
una crónica anterior exclamé “Si yo muero, ¿Quién podrá recordar como yo a mi
esposa ausente? Quizá por eso quiero seguir viviendo porque estando vivo la
recordaré por siempre. Pero fuera de eso, la vida y el cansancio limitarán mis
deseos y sólo la muerte impedirá que siga lamentando su ausencia. Bueno,
mientras eso no suceda, mis escritos sean un homenaje para ella.
Septiembre
02 de 2020.
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