Ayer, amor, se cumplieron tres meses de tu ausencia. Nuestros hijos participaron en una misa a tu memoria que tuvo lugar en la catedral de Nuestra Señora de La Paz aunque, claro, en transmisión en vivo por motivo de la pandemia del Covid—19. Aquí estuvieron presentes Viky, Ana María, Chumy y a ratos Juan quien había llegado por la mañana a visitarme.
Al
escuchar la misa, mis recuerdos volaron cuando los domingos me decías: “Ahorita
vengo, voy a la capilla de María Auxiliadora, es la hora de la misa”. Y tomabas
tu bastón y recorrías cuadra y media para llegar a la iglesia. Y es que siempre
estuviste apegada a la fe cristiana. Lo demostrabas en nuestro hogar donde
colocaste una virgen de Guadalupe en la sala, lo mismo en nuestra recámara con
imágenes de santos, especialmente el Santo Niño de Atocha. Y guardabas con celo
tus rosarios y los libros de oraciones.
Recordé
cuando visitamos varias ciudades del estado y del país, recorriendo las
iglesias y las catedrales dándome cuenta de la alegría y la devoción que ello
significaba para ti. Te acompañaba con gusto, aunque sabías que no era muy
afecto a estas manifestaciones religiosas. Ahora que ya no estás conmigo, será
difícil que entre a un templo porque ir sólo, sin tu compañía, no me produce
ninguna necesidad anímica.
Hoy,
en la mañana, Viky me preguntó mis deseos para festejar mis 90 años de vida el
próximo 12 de este mes de septiembre. “¿Qué se te antoja: mole, carne asada,
pozole, menudo o sopa de mariscos?”. Mi respuesta la desilusionó cuando le
respondí que no quería ninguna clase de agasajo, solamente la comida de siempre
que ella prepara cada día.
Le
expliqué ante su desencanto, que no podía convivir con la familia pues mi
estado de ánimo y de sufrimiento me impedía estar con ellos. Y al no participar
de su alegría era mejor dejar trascurrir mi cumpleaños como una fecha
cualquiera. Así es que hemos dejado pendiente este asunto.
Lo
cierto es que trato de superar este sufrimiento que me agobia día tras día. Por
eso, cuando me visitan mis hijos o Martha y Carlos, trato de congeniar con su
amabilidad hablando de las cosas cotidianas, de la pandemia, de la situación
política y económica de nuestro país. Es como una terapia, ya que me hace
olvidar momentáneamente que ya no estás con nosotros, Pero después de su
despedida, llega de nueva cuenta a mi conciencia tu recuerdo y entonces la
angustia y la desolación hacen presa de mí.
Por
eso, ¿para qué festejar mi cumpleaños? Si muchas veces dijimos que lo
celebraríamos, los dos viejos enamorados, tomados de las manos y la alegría
reflejada en nuestros rostros. Pero eso ya no es posible porque tú no estás a
mi lado, como lo habíamos soñado.
Son
ya tres meses que han pasado y mi depresión no cede. Sé que este malestar, si
continúa, es peligroso para mi salud y puede orillarme a decisiones graves. Y
hago esfuerzos por librarme de ese tormento lo más pronto posible, aunque al
lograrlo temo olvidarme de ti, alejarme de lo que fuiste en mi vida, de tu voz,
de tu sonrisa de tu mirada, de tu amor.
Y
recordarás que juntos íbamos a festejar también tu cumpleaños el próximo 20 de
octubre, cuando cumplieras 82 años. Ahora ni lo uno ni lo otro.
Ese
día tan solo habrá un ramillete de flores de tu jardín depositado sobre tu
tumba, regada con las lágrimas de tu esposo y tus hijos. Ni modo, ese es el
amargo camino marcado por el destino, sin poder oponernos. Mientras tanto el
sufrimiento continúa y se refleja dolorosamente hasta que algo inesperado acabe
con él.
Pero ya lo dije en ocasión anterior, debo dejar de sufrir al comprender que estás a mi lado, que jamás me has abandonado, que tu inmanente presencia alegrará los días o los años que me quedan de vida y así, sin importar los tiempos transcurridos, llegaremos al final unidos para siempre.
Septiembre 09 de 2020.
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