El sábado hicimos una visita rápida a Cabo San Lucas, con el fin de recoger los auxiliares auditivos que tres semanas antes había comprado en la tienda departamental Cotsco. Me acompañaron mis hijas Ana María, Sandra Luz y Martha Patricia y mi yerno Ramón que fue el chofer designado.
La
permanencia en Cotsco no fue tan breve dado que la doctora encargada del
consultorio me sometió a varias pruebas de sonido con el fin de graduar mis
auxiliares y probar su efectividad. Este examen duró más de una hora, por lo
que la familia aprovechó el tiempo para adquirir varios productos. Me llamó la
atención el gran número de visitantes, aunque todos protegidos con cubrebocas,
incluyendo los turistas extranjeros.
Al
final del examen, me recomendaron que volviera dentro de quince días llevando
los datos del comportamiento de los auxiliares y corregirlos en caso de algunos
defectos durante su uso. Así es que, salí de la tienda muy orondo luciendo en
las orejas los aparatos que resolverán mi sordera. Aunque no escuchar bien
tiene sus ventajas, sobre todo cuando alguien nos habla por teléfono a fin de
cobrarnos un préstamo. Es cómodo decirle. “Lo siento, pero no te oigo”, Y como
saben que soy sordo no me insisten. O cuando alguien se extralimita en la
discusión, aplicar el dicho “a palabras necias oído de cantinero”.
Al
regreso a La Paz nos detuvimos a un lado de la carretera, en el kilómetro 70,
donde se encuentra una capilla levantada en recuerdo de San Judas Tadeo, (San
Juditas) en la que mi hija Sandra Luz depositó un ramo de rosas rojas y una
veladora. No la conocía, pero me llamó la atención las numerosas velas
colocadas en el piso y las ofrendas que rodeaban al santo.
No
sé por qué, pero de pronto recordé una visita que hice al pueblo indígena de
San Juan Chamula, en el estado de Chiapas. Fue con motivo de la Reunión
Nacional de Archivos celebrado en San Cristóbal las Casas, en el mes de
noviembre de 1993, dos meses antes por cierto del levantamiento armado del
Ejército Zapatista de Liberación Nacional.
Como
el pueblo chamula se localiza a unos 15 kilómetros de San Cristóbal, nos dimos
tiempo Jesús, el director del Archivo General del Estado y yo, en ese año
director del Archivo Histórico Pablo L. Martínez, para visitar la iglesia de
ese lugar, uno de los templos más extraños de México. Después de pagar el
derecho de entrar en su interior, lo primero que vimos fueron cientos de
veladoras en el piso alfombrado con ramas de pino, y al frente un grupo de
mujeres indígenas rezando. Como la luz provenía de las veladoras, el ambiente
semioscuro y el olor de la cera nos impactaron y no permitieron llegar cerca de
San Juan Bautista, el santo que se venera en esa iglesia. Así es que nos persignamos
y nos retiramos de ese santuario.
San
Judas Tadeo formó parte de los apóstoles que acompañaron a Jesús y estuvo
presente en la última cena. Durante muchos años no fue reconocido pues lo
confundían con Judas Iscariote quien traicionó a Jesús originando su crucifixión,
pero fueron los jesuitas quienes revaloraron su presencia en el santoral
cristiano. Ahora, considerado el santo de las causas difíciles y desesperadas,
su festividad se realiza el 28 de octubre.
Cuando
visitamos su capilla el pasado sábado, también recordé que mi esposa tenía
devoción por ese santo y en el respaldo de nuestra recámara tenía su imagen. Al
preguntarle el motivo me decía que le rezaba cuando se le extraviaba algún
objeto y muchas veces, gracias a ello, los encontraba. Ahora, en vez de la
imagen de San Judas Tadeo, coloqué un retrato de mi esposa ausente, para
venerarla como ella lo hizo con el santo de su devoción.
La
capilla de San Juditas es muy visitada, como lo demuestran las numerosas
veladoras y ramos de flores. Durante nuestra breve estancia llegó un chofer de
un tráiler, colocó una veladora en el piso, musitó una plegaria y se marchó.
Sólo él sabía los motivos de su devoción, aunque me imagino que le pidió
protección en sus interminables recorridos por los caminos de la península de
Baja California.
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