Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

viernes, 9 de octubre de 2020

FRATERNIDAD MÁS QUE ODIO

 Hoy, por la mañana, llegué a una papelería que se encuentra cerca de mi casa, con el fin de comprar un cuaderno y las copias fotostáticas de dos artículos seleccionados de periódicos de la ciudad de México. Uno era relacionado con el odio, como característica de los mexicanos y el autor lo confirmaba a través de las etapas de la historia de nuestro país.

A la empleada que me atendió le dije que nomás llevaba cincuenta pesos para pagar el costo del pedido, pero el precio del cuaderno rebasó esa cantidad por lo que resolví adquirir solamente las copias. A un lado de mí se encontraba otro cliente quien al escuchar mi problema me ofreció treinta pesos, suficientes para comprar las dos cosas. No los acepté pues otra empleada ya iba en busca de un cuaderno más barato.

Gracias —le dije— cuando el señor se retiraba. Minutos después me mostraron otro cuaderno, pero al pedir la cuenta me faltaban siete pesos. Otro cliente que había llegado en esos momentos y había pedido algunos artículos, al ver mi imposibilidad de completar el importe de la compra hizo señas a la empleada para que cargaran a su cuenta esa cantidad. Repetí las gracias, recogí mi pedido y regresé a casa.

¿Quiénes eran esas dos amables personas que me ayudaron? Lo más seguro es que no pueda identificarlos sobre todo porque llevaban cubre bocas. Pero de cierto anida en ellos la fraternidad, un valor humano un tanto menospreciado. Una fraternidad que se antoja indispensable en esta época de crisis por el latente peligro de la pandemia del coronavirus. Una fraternidad que lleva consigo la conmiseración por todas las desgracias familiares y la muerte de seres queridos. Una fraternidad opuesta al odio, al rencor, a la insensibilidad para reconocer la enorme tragedia que vive nuestro país.

En tiempos de la Guerra de Reforma, en 1859, el general Leonardo Márquez del partido conservador, ordenó fusilar a 53 prisioneros civiles y militares, entre ellos al poeta y escritor Juan Díaz Covarrubias. Héctor de Mauleón, el autor del artículo lo dijo: “Márquez fue conocido desde entonces como “El tigre de Tacubaya”. Los asesinatos que cometió esa noche de abril de 1859, ahondaron la guerra de exterminio en que se habían enfrascado liberales y conservadores y en la que se enfrentaron, para decirlo en lenguaje de la época, hermano contra hermano”

Pero así fue el odio entre indios y españoles, entre conquistados y conquistadores, en la guerra de independencia, de la invasión norteamericana, de la intervención francesa, de la etapa revolucionaria en pleno siglo XX. Odiamos para sobrevivir sin pensar que ello dividía más que unir; que el odio, en vez de cerrar la herida que nos trajo retroceso, muerte y desolación, se diseminó como un cáncer que destruyó lo mucho que habíamos ganado en favor de nuestro país.

Los años como nación independiente y soberana obligan a olvidar el odio entre nosotros. Ni por motivos políticos ni por afanes de poder es justificado sembrar la división ni mucho menos alentar la discordia entre los mexicanos. No son tiempos de odio. Con los ingentes problemas que estamos viviendo, la pandemia, la inseguridad, el aumento de la delincuencia y una economía al borde del colapso, lo menos que podemos hacer es formar un frente común donde la concordia sea el imán que una las mentes y los corazones de todos nosotros.

Vaya, todo lo escrito es el resultado de la buena acción de dos personas desconocidas. Ojalá y alguna vez se enteren de la emoción que sentí al aceptar su ayuda. Ahora, más que nunca, la solidaridad debe ser el camino adecuado para salir adelante. Y es por eso del título de esta crónica: Fraternidad más que odio.


Octubre 09 de 2020.

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