Cande:
Han pasado cincuenta días de que nos abandonaste y aun no puedo resignarme. Día
tras día, hora tras hora, no te apartas de mi pensamiento y eso me está
haciendo daño, mucho daño, y solo las lágrimas ayudan a mitigar mi desconsuelo.
En
una ocasión alguien dijo que la vida sigue pero no siempre es verdad. A veces
la vida no sigue, a veces solo pasan los días. Y yo repito lo que el gran
filósofo Fernando Savater confesó: “La vida era aquello que ya he perdido; era
aquello que acabó cuando acabó ella; mientras que ahora solo pasan los días”.
Y
es lo que me pasa. Sigo con la rutina de siempre: despierto, tomo café con dos
galletas de avena y después el desayuno, la comida y la cena, pero eso no es la
vida, Mis hijos, los amigos me consuelan y dicen que debo optar por la
resignación, pero me piden algo imposible. Lo peor es que me siento culpable
por tu pérdida porque no supe atenderte en tu enfermedad, esa que te llevó a la
muerte.
Ahora,
ante la nada que ensombrece mis días, debo quedarme con una pena clavada en mi
corazón y estoy vivo para recordarte. Tú me ayudaste a ser lo que soy y juntos
compartimos la felicidad de dos seres que se amaron mucho.
¿Cómo
olvidarte? Si fueron tantos años de compartir nuestros anhelos, nuestras
esperanzas. Años con los que la alegría y el sufrimiento nos unió aún más, sin
menoscabo de nuestro amor. Y así celebramos los cincuenta años de matrimonio y
después los sesenta. Y teníamos el propósito de festejar los setenta años
porque la vida era buena con nosotros y estábamos rodeados de una familia que
nos quiso y siempre nos amparó.
Pero
no llegamos porque la muerte se interpuso cuando habían transcurrido 64 años de
casados. Con qué alegría me dijiste: “Viejo, en septiembre vas a cumplir
noventa años y lo vamos a festejar en grande”. Y yo te repliqué: “Y tú llegarás
a los ochenta y dos en octubre y por supuesto también lo celebraremos”. Y las
sonrisas alegraron nuestros corazones.
Ahora
mis días están contados y no voy más allá. Si llego a mi cumpleaños no será
para festejarme, sino para recordar las palabras que me dijiste aquella ocasión
y claro las pronunciaste porque ibas a estar a mi lado, como lo hiciste tantas
veces cuando íbamos a un festejo familiar.
¿Cómo
olvidarte? ¿Recuerdas cuando en una ocasión que fuimos a la finca a regar los
árboles, de pronto me puse malo, con un temblor en el cuerpo y en las manos que
me impidieron manejar, al grado que te pedí que tomaras el volante de la Cherokee?
Nunca la habías manejado, pero al verme tan enfermo no dudaste en hacerlo y así
pudimos llegar a nuestro hogar. Después fueron muchos días que tardé en
recuperarme, pero siempre te agradecí lo que hiciste por mí. Esas cosas no
pasan desapercibidas y más cuando provienen de la compañera de toda la vida.
Muchas veces estuve enfermo y jamás me abandonaste y esos son momentos que nunca
se olvidan. Por eso, cuando me piden resignación les contesto que jamás lo
haré, pues eso sería traicionar tu memoria y el gran recuerdo que tengo de ti.
Así
es que seguiré escribiéndote, no para que otros se den cuenta de la
comunicación que tengo contigo, sino más bien como un secreto entre tú y yo, porque
a lo mejor dicen que me estoy volviendo loco sabiendo que tú jamás me
contestarás. Pero, ¿quién sabe?
Tu
amante esposo que te confiesa: ¿Cómo olvidarte si tú fuiste lo más bello que
tuve en mi vida?
Julio
29 de 2020.
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