Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

viernes, 14 de agosto de 2020

UN AMOR DESESPERADO

Cande: Fíjate que los últimos días no he podido dormir bien. Hoy me levanté a las tres y media de la mañana, porque el ritmo cardíaco acelerado me despertó. Es por eso que mejor me puse a escribir como se dice entre dormido y despierto.

Este malestar me viene después de tu partida y pienso que tal vez sea motivado por la depresión o la angustia de encontrarme sin tú compañía, esa que durante tantos años compartimos. Creo que es difícil acostumbrarse para mí que tengo tantos años, a vivir en soledad, y más cuando el recuerdo está presente hora tras hora, día tras día. Y hago lo posible por calmar este dolor refugiándome en el cariño y cuidado de nuestra familia, pero no es suficiente. A cada momento mis pensamientos vuelven a ti y un dejo de amargura, de desaliento invade mi corazón.

Trato de distraerme haciendo lo de siempre: ayudarle a Viki a mantener presentable nuestro hogar, leer mucho y escribir, mantener correspondencia con los amigos de siempre. Pero no basta. Como una obsesión no te apartas de mi ser y a lo mejor, por eso, de los ritmos alocados de mi vida.

Y entonces, con la tristeza encima, suelo recordar los proféticos versos de un inmortal poeta, cuando escribió: “Pensar que no la tengo/sentir que la he perdido/como para acercarla mi mirada la busca/mi corazón la busca y ella no está conmigo/ Es tan corto el amor y es tan largo el olvido.

Eso es lo que me pasa. Y ante lo imposible trato de resignarme hablándote todas las madrugadas, frente a tu retrato que tengo en mi estudio. Ahí te doy los buenos días, para después contarte de mí estado de salud, de las cosas de la familia, de las atenciones que recibo de nuestra querida hija Virginia. Y cuando te confieso la falta que me haces, no puedo detener las lágrimas que humedecen mis ojos. Eso me pasa todos los días y no puedo contenerme.

Y es que también me siento culpable de no haberte atendido como debiera durante tu enfermedad que consideré pasajera, pues los síntomas eran de una ciática fácil de curar. Al menos así lo consideraron también Patricia y Juan quienes estuvieron a tu lado. No nos imaginamos que el malestar pudiera tener otro origen más grave. Y ya ves lo que sucedió.

Es por eso de pedirte perdón por lo sucedido y por no haberte llevado al médico de inmediato. Y también perdón porque moriste sin poder despedirte con un beso, sin oír mi voz al rogarte que no te fueras, que no me dejaras sólo. Y ya ves, sucedió lo inesperado, y lo más triste fue que por culpa de la pandemia del coronavirus, el mismo día de tu deceso te llevamos al panteón, sin tener la oportunidad de ofrecerte una misa para salvación de tu alma. Y por si fuera poco, por culpa de la pandemia no hemos podido acudir al cementerio para llevarte flores de tu jardín y lamentarnos al lado de tu sepulcro.

Muchas veces me he preguntado: ¿Por qué este dolor permanente al recordarte? ¿Será por los muchos años que compartimos nuestra vida? ¿O será el amor que nos tuvimos? “No es cierto —dijo un escritor—que dejes de enamorarte al envejecer. La verdad es que envejeces cuando dejas de enamorarte”.

Eso nos pasó. Vivimos enamorados y por eso fue posible compartir nuestras vidas tantos años juntos. Fue un amor sin condiciones, a pesar de los sufrimientos que marcaron nuestra compañía. Un amor sin ostentaciones que compartimos en las buenas y en las malas; un amor callado, sutil, que en infinidad de veces demostramos con una mirada de ternura en señal del cariño que nos teníamos.

Y eso es lo que origina los latidos desenfrenados de mi corazón. Quisiera ser como otros que han perdido sus esposas, se conduelen de pronto y después las olvidan. No es mi caso. A ti, mientras viva, no te olvidaré. Antes al contrario, conforme el tiempo pase más y más avivaré tu recuerdo aunque signifique lastimar mi corazón como ahora.

Pero como te he confesado, no tengo miedo a la muerte. Siempre, mientras viva, no dejaré jamás de poner la cortina del olvido y dejar que los días que me queden mengüen el dolor y la tristeza.

Hasta luego, amor, nos veremos más pronto de lo que esperas.

Agosto 07 de 2020.

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