En el reciente foro titulado Diálogo en torno a las lenguas originarias
en la literatura, que se llevó a cabo los días 20 y 21 de este mes de
febrero, se presentó un trabajo de Ernesto Adams Ruiz que llevó el nombre de
“El coyote, animal sagrado de los pueblos originarios de Baja California”.
En su exposición se refirió en
especial a los grupos indígenas cucapás y kumiai que habitaron la región norte
de la península y cuya mitología tiene que ver con el coyote, alrededor del
cual giran muchas creencias en relación a la vida y del universo mismo.
La disertación de Ernesto dio
lugar a la pregunta: ¿Los grupos
indígenas conocidos como pericúes, guaycuras y cochimíes que también habitaron
la península tuvieron una mitología propia? La respuesta puede considerarse
afirmativa, si tomamos en cuenta lo asentado por algunos misioneros jesuitas en
relación con las creencias en seres superiores creadores de la vida humana y de
la naturaleza que los rodeaba.
Francisco Xavier Clavijero en su
libro “Historia de la Antigua o Baja California” en el capítulo XXIV se refiere
a la religión y dogmas de los californios y afirma que no tenían templos, ni
sacerdotes, ningún vestigio de culto a la divinidad. Pero sí tenían una ligera
idea de un ser supremo que los misioneros escucharon y lo dieron a conocer.
Los pericúes decían que en el
cielo habitaba un gran señor conocido como Niparajá
quien había creado el cielo, la tierra y el mar. Con su esposa Anajicojondi tuvieron tres hijos, uno de
ellos llamado Cuajaip. Afirmaban que
en el cielo hubo una espantosa guerra iniciada por Tuparán, pero que Niparajá lo venció y lo dejó prisionero en una
cueva cercana al mar bajo la vigilancia de las ballenas.
Por su parte, los guaycuras
platicaron a los misioneros que en el norte existía un espíritu principal
llamado Guamongo quien mandaba las
enfermedades a la tierra. Afirmaban también que el sol, la luna y las estrellas
eran hombres y mujeres que al anochecer caían al mar y salían al día siguiente
a nado. Y que las estrellas eran fogones encendidos por Gujiaqui —otro espíritu— después de haber sido apagadas por el agua
del mar.
En cambio, los cochimíes creían
que en el cielo habitaba un gran señor que en su lengua se conocía como el que vive quien fue el que creó el
cielo, la tierra, las plantas, los animales, el hombre y la mujer. Decían
también que este señor había generado unos seres invisibles que se conjuraron
contra él y con los hombres y cuando
estos morían los metían debajo de la tierra para que no vieran al Señor que vive.
Lo anterior es la cosmogonía de
los antiguos habitantes de la península, Sin embargo, Miguel Olmos Aguilera, en
su libro “El viejo, el venado y el coyote” publicado en el 2005, hace
referencia de la mitología indígena del noroeste de México, pero no incluye a
los pericúes, guaycuras y cochimíes. Tan solo hace referencia a la mitología de
los cucapás, paipai, kiliwa y kumiai, todos grupos indígenas que habitaron el
norte de la península de la Baja California.
Olmos Aguilera no lo hizo a
pesar de que esa mitología existe recopilada por los misioneros jesuitas. Y
también por un escritor, Fernando Vega Villasante, quien en el año de 1996
publicó el libro “Los dioses del desierto” y años después “La lanza en la
arena” en los que recrea los mitos de los antiguos californios.
Ustedes serán los guardianes de la prisión de Tuparán. Nunca dejarán de
vigilarlo y en caso de que quisiera escapar no duden en utilizar sus tremendas
colas para aniquilarlo. Yo les daré siempre mi amor y agradecimiento por este
servicio. Desde entonces Tuparán vaga por los oscuros pasillos de su gigantesca
cueva, lamentándose y maldiciendo a Niparajá…”.
Como colofón a esta crónica me
gustaría que Miguel Olmos leyera los libros de Xavier Clavijero y de Vega
Villasante, para que en sus futuras publicaciones incluya la mitología de los
grupos indígenas que hemos mencionado.
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