Ayer,
en las afueras de un banco de nuestra ciudad, saludé al buen amigo Ramón Silva
López, más conocido como el “negro Silva”, y como siempre, me obsequió unas
cuartillas impresas dedicadas a La Paz de los años cincuenta del siglo pasado.
Le di las gracias y me retiré pensando en lo feliz que fue en su niñez y
juventud de esa época, lo suficiente para recordarla.
En una
ocasión anterior, cuando se presentaron los libros de Braulio Maldonado en el
Instituto Tecnológico de San José del Cabo, una estudiante refiriéndose al
titulado “Qué bonito era mi pueblo” le preguntó a la presentadora: “¿Cuál es la
importancia de recordar cosas del pasado, sobre todo para nosotros que estamos
viviendo el presente?”
Al
escuchar la pregunta de pronto recordé a otros autores que han escrito libros
sobre el pasado de nuestros pueblos entre ellos Lorella Castorena Davis, Rosa
María Mendoza, Amelia Wilkes, Estela Davis, Edith González Cruz, Ignacio Rivas
Hernández y Francisco Altable. Algunos de ellos, los autores, como testigos de
ese pasado o como admiradores de esos tiempos, han recreado las costumbres y
tradiciones de esas épocas con el solo propósito de evitar el olvido y cimentar
de esa manera el recuerdo de lo que antaño fue la vida de esas comunidades.
En el
caso de Ramón, periodista, compositor de canciones y una actitud de rebeldía
que lo ha acompañado la mayor parte de su vida, tiene el don de recordar como
si fuera ayer, los acontecimientos del pasado de nuestra ciudad de La Paz y de
las personas que de una u otra manera han participado en su desarrollo. Pero
también ha tenido el cuidado de registrar esos recuerdos a través de artículos
periodísticos, de cuartillas impresas y la grabación de casetes que amigos de
él guardan como un tesoro invaluable.
Y
respecto al libro “Qué bonito era mi pueblo” refiriéndose a San José del Cabo,
describe una época de mediados del siglo pasado con aire de nostalgia, como
deseando que el tiempo se hubiera detenido y no hubiera sufrido los cambios
naturales de su progreso. Pero al recordar esa época la intención es transmitir
esos conocimientos a las generaciones actuales como un antecedente de cómo se
transforman los pueblos conforme a las necesidades que se van presentando. Y de
una evolución constante generada por los habitantes que da por resultado
mejores condiciones de vida.
Así ha
sucedido con todas las comunidades sudcalifornianas y la historia regional nos
habla de ello. De la fundación de misiones jesuitas se formaron pueblos como
Loreto, Mulegé, San Ignacio, Comondú, La Purísima y San José del Cabo. Y poco a
poco fueron transformándose por iniciativa de sus habitantes. O de otros, como
Cabo San Lucas y Ciudad Constitución que gracias al turismo y a la agricultura
han formado pueblos de pujante progreso. Pero todos tienen su pasado. Un pasado
que como sustento de la identidad y del orgullo debe conocerse.
Es por
eso de la importancia de recrear las épocas de antaño. No con el afán de
envidiarlas o volverlas a vivir, sino como parte de un proceso social que
conociéndolo permite seguir avanzando en el presente. Creo que esas son las intenciones
de todos los que se han referido a los pueblos de Baja
California Sur.
Los
autores de la obra “Historia cultural e imágenes de San José del Cabo”,
aparecida en el 2013, nos dan la justificación: “La historia que se avecina, en
apariencia avasallada por el mega-desarrollo turístico y el tráfico
inmobiliario, tiene en la memoria del horizonte josefino una nítida apelación
de futuro: la elemental enseñanza de que mientras el sentido de la comunidad
permanezca como cultura viva, como palabra legada y recibida, la tradición
prevalecerá como el espacio tras el que se orientan las dignidades del pasado y
el porvenir”.
Noviembre 01 de 2017.