Han pasado siete meses, largos meses, esperanzados en que el lacerante recuerdo de la ausente mitigue un poco lo que ocasionó su partida. Y la voz mensajera de Pablo Neruda clama angustiada: “Puedo escribir los versos más tristes esta noche/ sentir que no la tengo. Sentir que la he perdido/ Como para acercarla mi mirada la busca/mi corazón la busca y ella no está conmigo”.
No, ya no está. Ella descansa para siempre después de las fatigas de la vida. Sola sin que alguien como yo, su leal compañero, pueda acompañarla. Lo único que nos queda, que me queda, es el eco de su voz y el aura testigo de su presencia entre nosotros. Por eso ésta desesperada elegía:
ELLA
Ella fue arena y
cal, fuerte, sólida, sin resquebraduras, inmaculada.
Ella retó a la vida
en busca de momentos felices, de fugaces intentos de placer.
Y así transitó años
valientes, decidida, sin miedo a lo desconocido.
Y la mirada alerta,
desafiante, protegiendo a los suyos con la fuerza de su amor.
Ella fue para todos
la razón de ser, que compartió lo mejor y lo peor de la vida.
Por eso la añoranza,
angustia y soledad por su ausencia sin retorno.
Por eso mis noches
de insomnio, desconsoladas, impotentes.
Ella se fue para
siempre, estrella solitaria en el polvo de la nada.
Y ya no hay camino
por recorrer sin ella, por la que se fue al infinito.
Así son las cosas en
esta vida, atroces cuando la muerte llega.
Ella fue lo mejor
para mí, y las lágrimas amargas de un amor destrozado son el reflejo de mi soledad.
Así fue Cande, la
esposa inolvidable.
Enero de 2021