Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

miércoles, 7 de junio de 2017

Un paletero sui generis

No me lo van a creer, pero es verdad. Resulta que el domingo pasado estuve en una hermosa playa que se encuentra por el rumbo del hotel Las Cruces, conocida como Los Muertitos. Es un lugar muy concurrido por las familias de nuestra ciudad, sobre todo porque la mayor parte del camino está pavimentado y además, desde la cumbre de la sierra —creo que se llama Las Cacachilas— se pueden contemplar las tranquilas aguas del golfo de California y la isla Cerralvo, esa que en mala hora la rebautizaron con el nombre de Jacques Cousteau.

Mi presencia en esa playa se debió a que el esposo de mi nieta Tania Edith festejó su cumpleaños —no digo cuantos pero ya no se cuece al primer hervor— con una comilona de ceviche, acompañada de abundantes ambarinas. Y digo comilona dado que entre los asistentes, todos familiares, algunos son de los que le dan gusto al diente y son capaces de llevarse al buche entre cinco y seis tostadas rebosantes de ese apetitoso pescado.

Bueno, “a lo que traje Chencha”, como dijo el ranchero cuando invitó a su novia a dar un paseo por el campo. Estábamos disfrutando de un ambiente festivo mientras los niños se bañaban y retozaban alegremente, cuando, de pronto, alguien de ellos gritó: “¡Ahí viene el paletero! A la vez que corrieron para pedirle a sus padres el dinero con que comprar esa golosina.
                                                                                                       
Al grito yo dirigí la vista a la playa, pero no divisé al paletero mencionado. Esperaba verlo esforzándose por empujar su carrito de paletas a través de las arenas de la playa, tal como lo hacen en la zona de El Tecolote. Pero no, por más que lo intentaba no lo veía. Bueno, aparte de eso es que mi vista cansada no alcanza para mirar a lo lejos.

Pero los niños si se daban cuenta de que el vendedor de paletas se iba acercando hasta que, intrigado, pregunté: “¿Con un carajo, dónde está ese vendedor?”. Y entonces uno de los niños me contestó, al mismo tiempo que señalaba con su mano: “Ahí está, metido en el mar” Y sí, ahí estaba el señor, empujando su carrito como si fuera una canoa pequeña, mientras las pequeñas olas remojaban buena parte de sus piernas.

Cuando oyó los gritos de los niños que deseaban comprarle, con cierta dificultad acercó el carrito a la playa y empujándolo con fuerza lo dejó fuera del agua. A su alrededor sus compradores le pedían bolis, paletas de varios sabores y hasta una clase de emparedados —no sé cómo se llaman— que tienen mermelada entre sus dos capas de pan.

Por cierto uno de los adultos que se acercó le salió cola, pues tuvo que pagar la cuenta de las golosinas que pidieron todos los niños. Pero valió la pena pues todos lo abrazaron y juntos regresaron al paraje. Pero, ¿qué pasó después?

Esa playa tiene arena muy floja por lo que fácilmente se hunden los pies en ella, ya no digamos un vehículo sin doble tracción. Y para el caso del carrito de paletas que tiene dos llantas pequeñas y delgadas, más el peso de la mercancía, resulta imposible que se pueda mover en esos tramos arenosos.

Por eso, el paletero, al darse cuenta que su carrito podía flotar sin que entrara agua en él, tomó la determinación de meterlo en el mar a fin de facilitar su transportación. Así, convertida en una frágil embarcación y sus dos piernas en lugar de remos, el vendedor continuó su ruta a todo lo largo de la playa ofreciendo su producto.

A unos cincuenta metros de la orilla un joven matrimonio de extranjeros disfrutaba montados en kayacs, mientras la canoa improvisada navegaba lentamente conducida por un hombre que, con el ingenio y la necesidad, buscó la manera de conseguir un poco de dinero para su sustento diario. Mientras tanto, el festejo del que cumplió años estaba en todo su apogeo.

Junio 7 de 2017

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