A ocho días del tercer informe del presidente López Obrador, aún se sigue comentando su contenido, los avances en el desarrollo del país, así de cómo el gobierno ha enfrentado las situaciones críticas como la pandemia, la inseguridad, el deterioro económico, la delincuencia organizada, el narcotráfico, entre otros aspectos.
Voces críticas de políticos, periodistas y corrientes de opinión pública, afirman que los logros del gobierno de la 4T no son como lo dice el informe, sino más bien adolecen de veracidad y que sólo se ha buscado mantener la confianza en un gobierno que no ha podido rendir buenas cuentas a los mexicanos.
El hecho de que ocupemos el cuarto lugar mundial por decesos debidos a la pandemia del Covid-19 no es para sentirnos orgullosos; la muerte de cien mil personas a manos de la criminalidad rebasa los límites de seguridad de la población; los feminicidios en aumento, los altos índices de pobreza y las deficiencias en la atención a la salud de niños y adultos, son aspectos que no fueron tomados en cuenta en el informe presidencial. Al contrario, como bien lo dice una corriente de opinión del periódico El Universal, el presidente invoca en su informe “un país lleno de justicia, de éxitos de riquezas y, sobre todo, de futuro, de esperanzas, de un mejor mañana. Es una lástima que los ciudadanos de esa utopía sólo habiten en su cabeza”.
Por allá del año de 1980, compré el libro “Utopía” de Thomas Moro, en el que el autor imagina una isla desconocida en la que se llevaría a cabo la organización ideal de la sociedad; una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en plena armonía. Desde luego no es la utopía a la que aspira nuestro presidente, sino más bien se asemeja a la distopía porque la sociedad que él pregona es ficticia, irrealizable en sí misma.
Las distopías se conocen porque son propias de gobiernos tiránicos, deshumanizados y por llevar a los pueblos a graves crisis de crecimiento. Por supuesto, es atrevido afirmar que lo anterior es lo que está sucediendo en nuestro país por culpa del presidente, aunque sí podemos repetir lo que escribiera Luis Cárdenas en un artículo reciente: “Preocupa, lejos del síndrome de Hubris, que el presidente que más conoce la realidad de su pueblo, se empeñe en cegarla por su propia arrogancia”. Y es que la palabra hubris significa precisamente arrogancia. Se caracteriza por un ego desmedido, un enfoque personal exagerado, la aparición de excentricidades y desprecio hacia las opiniones de los demás.
Resulta difícil ¿o fácil? encuadrar al presidente dentro del síndrome de hubris, pero las características de ese trastorno quedan como anillo al dedo al primer mandatario, al menos por su comportamiento político: alejamiento progresivo de la realidad, desprecio por los consejos de quienes lo rodean, el rival debe ser vencido a cualquier precio.
La realidad que hoy vive nuestro país no es la misma que difunde nuestro presidente; lo contradicen los altos índices de la criminalidad, el aumento de contagios por la Covid-19, la economía en declive, la inseguridad en la población.
El presidente sólo escucha su propia voz. Tenía en su gabinete funcionarios capaces de reorientar el rumbo con sus opiniones, pero las despreció e incluso los obligó a renunciar. Un secretario de Hacienda, un director del Seguro Social y un consejero jurídico son los casos más notables.
Su lucha de cuartel contra los periodistas y medios de información se ha llegado al extremo acusándolos de conservadores, neoliberales y enemigos de la 4T. Sus ataques personales no llevan otro fin que acabar con la oposición que representan. Si no que lo digan Loret, López Dóriga, Camín. Y de los periódicos y revistas ni se diga. El Universal, Reforma, Nexos, Letras Libres, que son exorcizados diariamente por el presidente López Obrador.
Quizá el síndrome de hubris resaltó cuando a la mitad del informe, el presidente exclamó con voz más alta que de costumbre “¡Tengan para que aprendan, tecnócratas!” La arrogancia en vivo.
Septiembre 8 de 2021