El domingo pasado, con motivo de llegar a los 91 años, mis hijos me invitaron a un desayuno en uno de los restaurantes al norte de la ciudad. Después, al mediodía, mi nieta Martha y su esposo Carlos me ofrecieron una comida en otro lugar especializado en platillos españoles.
En la sobre mesa Martha me regaló un texto escrito por ella, bajo el título “91 y contando”. Es de una sola página y entresacando unas frases de su contenido, dice: “Cuando llego sin avisar entro sigilosamente revisando cada una de las habitaciones, mientras el ruido del teclado de la computadora me va guiando. A veces puedo estar detrás de él por varios minutos sin que me perciba, pues es tanta su concentración que su mundo exterior desaparece. Crónica tras crónica, relato tras relato, sus dedos tienen que ser más rápidos que su imaginación. Y como siempre, con un cálido beso lo sorprendo. Y ahí está su sonrisa que sin decirme nada me dice mucho”.
Al término de la comida y con una taza con café en la mano, surge la pregunta: “Abue, ¿Por qué el gobierno de la Ciudad de México decidió quitar la estatua de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma?”. La pregunta mereció una somera explicación de las justificaciones dadas por las autoridades capitalinas, de que Colón formó parte de los conquistadores españoles que diezmaron y esclavizaron a los indígenas no sólo de México sino de todo el continente americano a partir de 1492, año en que Cristóbal Colón descubrió América.
Al igual que Colón otros, como Pedrarias Dávila, Cristóbal de Olid, Nuño Beltrán de Guzmán, Hernán Cortés y Francisco Pizarro, fueron los causantes de la muerte de miles de indios, después de someterlos a una esclavitud generadora de riquezas para beneficio de España.
Desde luego, tal apreciación carece de validez histórica. El escritor José Javier Esparza es enfático al afirmar: “Los excesos de la literatura indigenista nos han vendido la imagen del pérfido depredador español que llega a las Indias a explotar al buen indio que dormitaba tranquilamente en su bohío. Es una imagen ridícula. Primero y ante todo, los indios son tan protagonistas de la conquista como los propios españoles”.
Y en verdad, Colón logró instalarse en La Española con la ayuda de los tainos. Cortés nunca hubiera podido apoderarse de Tenochtitlan sin la fuerza que representaban los tlaxcaltecas, o bien Pizarro quien conquistó el imperio inca acompañado de los tallanes, huancas y los chachopoyas. Estos grupos indígenas se unieron a los españoles porque eran explotados por los aztecas y los incas. Y es que como dice Javier Esparza, las comunidades amerindias eran sociedades muy conflictivas, muy violentas, donde unos pueblos sometían a otros sin la menor compasión.
Octavio Paz, nuestro premio nobel de Literatura, dijo al respecto: “Los españoles y los portugueses unieron a muchos pueblos que hablaban lenguas diferentes, adoraban dioses distintos y guerreaban entre ellos. Los unieron a través de leyes e instituciones jurídicas y políticas pero, sobre todo, por la lengua, la cultura y la religión. Si las pérdidas fueron enormes, las ganancias han sido inmensas”.
Opiniones como las anteriores debieron ser consideradas por las autoridades que pretenden quitar la estatua de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma. Además de que el Almirante debe ser considerado como el autor de una hazaña sin precedentes, al llegar a un continente que cambió definitivamente la realidad geográfica del mundo de ese entonces.
Cristóbal Colón, tal como lo dice Samuel Eliot Morison, merece por ese hecho histórico el reconocimiento de la América Latina. Aparte de otras cualidades, fue un extraordinario navegante. “Como marino y navegante fue el más grande de su época. Jamás un título fue más justamente conferido que aquel que más celosamente conservó, el de Almirante del Mar Océano”.
Así es que brindemos porque Colón vuelva a su sitio, ese que forma parte desde hace dos siglos de la fisonomía cultural de la ciudad de los palacios.
Septiembre 15 de 2021
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