En el 2001, la SEP, a través de la serie Biblioteca para la actualización del magisterio, publicó el libro “El mundo y los demonios” con el subtítulo La ciencia como una luz en la oscuridad, de Carl Sagan. Astrónomo de profesión, dedicó gran parte de su vida a la divulgación de la ciencia. Recibió en vida numerosas distinciones siempre en su intento de acercar al público en general al fascinante mundo de la ciencia.
De él es este párrafo: “Sé que el analfabetismo científico es mucho más peligroso en nuestra época que en cualquier otra anterior. Es peligroso y temerario que el ciudadano mantenga su ignorancia sobre el calentamiento global, la reducción del ozono, la contaminación del aire, los residuos tóxicos y radioactivos, la lluvia ácida, la erosión del suelo, la deforestación tropical, el crecimiento exponencial de la población”.
La cita viene a cuento porque el pasado 13 de diciembre López Obrador envió a la Cámara de Diputados la iniciativa de la Ley General en Materia de Humanidades, Ciencias, Tecnologías e Innovación la que, según expertos como el doctor Carlos Lazcano, lo que busca en esa ley es crear una estructura centralista para generar una investigación de Estado y una ciencia de Estado.
En un artículo publicado por El Universal de la periodista Yanet Agular, se dice que la “ley es retrógrada, centralista y afecta la libertad académica. Que varios integrantes de la comunidad científica la califican como una propuesta cargada de ideología barata, producto de un nacionalismo étnico.
Quizá lo anterior se desprende del contenido del artículo 5 de la mencionada ley que dice: “Toda persona tiene derecho a participar en el progreso científico y tecnológico de la humanidad, así como a gozar de sus beneficios públicos. El Estado promoverá medidas que promuevan la calidad técnica, la disposición social y el acceso universal al conocimiento científico, así como la adecuación cultural y la seguridad humana y ambiental de sus aplicaciones técnicas y tecnológicas”.
Carl Sagan dice que “La ciencia es una manera de ponerles las cartas bocarriba a los que se dan e conocedores. Si somos fieles a sus valores, nos puede decir cuando nos están engañando. Y si no lo hacemos —continúa— corremos el riesgo de convertirnos en una nación de ingenuos, un mundo de niños a disposición del primer charlatán que nos pase por delante”.
“En las encuestas de opinión —apunta— la ciencia queda clasificada siempre entre las ocupaciones más admirables y fiables, a pesar de los recelos. Su poder nos impone a todos, incluidos los políticos, pero desde luego, especialmente a los científicos, una nueva responsabilidad, más atención a las consecuencias a largo plazo de la tecnologías, para evitar las llamadas fáciles al nacionalismo y al chauvinismo”.
Y es que, según parece, la ley por aprobarse propone que la investigación científica y tecnológica sea guiada por el propio Estado. Desde luego hay que leer la iniciativa para exponer juicios de valor, pero varios críticos han externado la opinión que es “un documento centralista donde una sola cabeza que es la persona que está en la presidencia de la república, va a tomar las decisiones de ciencia en el país”.
De hecho, según parece, López Obrador pretende darle palo —desaparecer— al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) el máximo órgano de la ciencia en el país desde hace 52 años. Lo acusa de que en ese tiempo solo promovió la mercantilización de la educación y la ciencia.
El presidente ha insistido en que se reconozca la diversidad de los conocimientos tradicionales y que pueda contribuir al fortalecimiento de la soberanía nacional y a reducir las desigualdades sociales.
Ante esto, Carl Sagan enfatiza: “Uno de los grandes mandamientos de la ciencia es: Desconfía de los argumentos que proceden de la autoridad”.
Enero 11 de 2023