En el discurso que pronunció Luis Donaldo Colosio el 6 de marzo de 1994 en el monumento a la revolución de la Ciudad de México, fue la causa de su posterior asesinato en la ciudad de Tijuana, el 23 de marzo de ese mismo año. Un día antes, pero en la ciudad de La Paz, pronunció otro discurso sobre el mismo tema.
Recuerdo que lo hizo en la explanada frente al teatro de la ciudad ante cientos de personas congregadas. Como llegué un poco tarde al evento, logré colarme hasta el pasadizo que conecta a la biblioteca Filemón C. Piñeda y el Archivo Histórico Pablo L. Martínez. Desde allí, un poco lejos para mi gusto, pude escuchar el mensaje del político que hacía campaña para ser el presidente de nuestro país.
Nunca imaginamos los presentes que un día después sería asesinado en Lomas Taurinas de la ciudad de Tijuana. Al hombre que disparó —Mario Aburto—lo detuvieron ahí mismo, pero Colosio herido de muerte falleció en el hospital, pese a los esfuerzos de los médicos por salvarle la vida.
El país se conmocionó al saber la noticia del atentado. Y de pronto le achacaron la culpa al presidente Salinas de Gortari enojado por lo que dijo Colosio en el discurso del 6 de marzo. Y más se confirmó años después, cuando el expresidente declaró que “el asesinato de Colosio fue parte de una tremenda lucha por el poder y por el proyecto de nación”.
Y es que en el mensaje de Colosio a los mexicanos, entre otras cosas, dijo: “Sabemos que el origen de muchos de nuestros males se encuentra en una excesiva concentración del poder. Concentración del poder que da lugar a decisiones equivocadas; al monopolio de iniciativas, a los abusos, a los excesos. Reformar el poder significa hacer del sistema de impartición de justicia una instancia independiente de la máxima respetabilidad y certidumbre ante las instituciones de la República”.
Al respecto, el periodista Raúl Rodríguez Cortés hace alusión a una entrevista con Porfirio Muñoz Ledo, unos días después de ese discurso, y este alarmado expresó: “Párenlo, lo van a madrear; es estúpido romper con el que sale antes de que tengas el poder, es una ingenuidad lo que está haciendo”. Quizá lo mismo le habrán dicho a José López Portillo cuando durante su campaña se distanció de su amigo de siempre, el presidente de ese entonces Luis Echeverría Álvarez.
Nomás que el resultado fue al revés, porque siendo ya presidente, López Portillo castigó a Echeverría mandándolo como embajador a las islas Fiyi. Y en esta época de contienda electoral, la candidata Claudia Sheinbaum ha tenido cuidado de hablar mal del actual presidente López Obrador porque, conociéndolo, no dude que saldrá lastimada.
Al contrario, la candidata a la presidencia de la república, Xóchitl Gálvez, puede y debe hacer una crítica real respecto a la forma de gobernar de López Obrador y su inclinación a la autocracia valiéndose del poder que le proporciona estar al frente de los destinos de nuestro país. Un poder destructivo para un sistema democrático que tiene como fundamentos la independencia de los poderes legislativo y judicial, así como de los órganos autónomos como el INE, el INAI y la Comisión de los Derechos Humanos.
Enrique Krauze en su libro “México, biografía del poder” escribió: “En el México de la presidencia imperial (se refiere a los gobiernos del PRI) el presidente tenía el monopolio de la violencia legítima y de la violencia impune. Además de los inmensos poderes (políticos, económicos, militares) que detentaba constitucionalmente, el presidente imperaba como un sol sobre los planetas que giraban en torno suyo. Los poderes formales —Congreso, Suprema Corte) los gobernadores y los presidentes municipales dependían del presidente. La hacienda pública y el Banco de México se manejaban discrecionalmente desde los Pinos. Los medios de comunicación eran soldados del presidente".
Y ahora en el gobierno de López obrador ¿le suena lo dicho por Krauze?
Marzo 24 de 2024