El sábado pasado mi hija Martha Patricia me invitó a viajar a la población de Todos Santos con la intención de llegar al vivero que tiene el buen amigo Heriberto Parra Hacke. En ese lugar Paty compró varias plantas pequeñas y a mí me regaló una de ellas llamada Corona de Cristo.
Tuvimos tiempo para recorrer la calle principal donde se encuentra el hotel California y comercios donde se venden artesanías, joyería fina, ropa y restaurantes. Todo con el mismo fin: atender al turismo mexicano, pero en especial al extranjero porque, al menos en esa calle, quizá por ser fin de semana, vimos muchos norteamericanos recorriendo las aceras, algunos mayores de edad.
Al pueblo de Todos Santos lo conocí allá por los años de los sesenta del siglo pasado. Me enteré de su historia y de las mujeres y los hombres que han forjado a través de su trabajo ese lugar, uno de los más hermosos de nuestra entidad.
En tres de mis libros escribí crónicas referentes a esa población, sobre todo al que titulé “La Paz y sus historias” en el que incluí un artículo mencionando sus orígenes y de cómo, a través del tiempo, su presencia ha sido significativa en momentos de salvaguardar la soberanía de este territorio de nuestro país.
Los patriotas todosanteños estuvieron presentes cuando en 1822 el corsario Lord Cochrane invadió San José del Cabo y un grupo de ellos llegó a Todos Santos pero fueron rechazados. O cuando el filibustero William Walker se apoderó de La Paz y patriotas de Todos Santos se aprestaron a combatirlo. Y en 1862 ofreció el contingente de sangre para luchar contra los franceses.
Ese fue Todos Santos en el pasado, pero ahora en el presente las cosas han cambiado. A principios de este siglo, Rossana Almada Alatorre publicó un ensayo sobre el imaginario colectivo cultural de esa población. Vaticinó en él la subordinación de la cultura local a la del grupo que pretende consolidarse como élite local: los norteamericanos.
Varios indicadores —dice Rossana— lo confirman: la presencia de extranjeros en la vida social del pueblo, el apropiamiento de los espacios céntricos, la compra de casas y terrenos y los negocios dedicados a la compraventa de bienes raíces. Y la influencia cada vez mayor del turismo norteamericano y extranjero.
De Todos Santos me traje dos cosas: una revista y una decepción. En varios comercios se obsequia la primera que lleva el nombre de “Journal del Pacífico” editada en inglés y español. En la parte superior de la portada dice: “The ULTIMATE GUIDE to Baja Sur Arts”. En sus páginas aparecen varios artículos de interés como el de la reutilización de la basura en los pueblos de Todos Santos y El Pescadero. Pero también en la publicidad se repiten ocho veces el término Baja refiriéndose a nuestra entidad. En el calendario de eventos culturales para el mes de febrero se anota el retiro anual “Escribiendo por la Baja”.
Y, desde luego, para no quedarse atrás, en el pueblo hay varios comercios con el nombre de Baja y ya estoy imaginando a la madre diciéndole a su hijo: “vete a la Baja y compra un litro de leche”. Y el niño con ese nombre ya sabe a donde ir.
No cabe duda, la invasión cultural extranjera llegó a Todos Santos, en eso de nombrar Baja Sur o Baja a nuestro estado. Creíamos que el problema estaba en el municipio de Los Cabos y ahí insistimos sobre la californidad como un recurso valioso para no olvidar que California es el vocablo que nos identifica. Allá hay defensores de lo nuestro, ahora es urgente que los haya en Todos Santos.
A mis lectores les extrañará el título de la presente crónica. A la entrada de un corredor comercial ubicado en la calle principal, se encuentra un letrero que dice: “exclusive-clothing, All Saints” (ropa exclusiva. Todos Santos). Así continúa la influencia extranjera, y si no ponemos remedio dentro de poco tiempo habrá otro letrero que diga: Welcome, All Saints.
Mientras tanto, las autoridades y la sociedad en general contemplan indiferentes la pérdida paulatina de nuestra identidad californiana.
Diciembre 15 de 2021
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