El martes pasado asistí a la
presentación de un libro editado por el Archivo Histórico Pablo L. Martínez. Se
trata del libro “A toque de campana” cuyo autor es el estimado amigo Raúl
Antonio Cota. Ante un público numeroso se refirieron a él los escritores Eligio
Moisés Coronado, Sandino Gámez y Juan Pablo Rochín.
La novela de Raúl —fue publicada
por primera vez en el año 2000— recrea la presencia de un sacerdote jesuita
alemán que permaneció 17 años atendiendo la misión de San Luis Gonzaga y las
experiencias vividas con sus feligreses que formaban parte de la tribu de los
indígenas guaycuras.
Juan Jacobo Baegert fue uno de
los padres que llegó a California con la misión de llevar el evangelio a los
pobladores de esa desértica región de la península. Cuando regresó a su país
natal en 1768, escribió un libro al que tituló “Noticias de la península
americana de California”, mismo que apareció publicado en 1772. Muchos años
después, en 1942, la antigua Librería Robredo de la ciudad de México la editó
en español, con un prólogo del antropólogo Paul Kirchhoff.
La presentación del libro de
Raúl Antonio reviste especial importancia porque da a conocer gran parte de la
vida y la obra de este misionero. Y también porque hace especial énfasis en el
nombre de la península: California. Un nombre histórico que tal parece muchos
quieren olvidar, como si no fuera la raíz primigenia de sus pobladores de antes
y de ahora.
En efecto, unos años después de
que Hernán Cortés llegara a la península en 1535, a esta región se le comenzó a
llamar California y así fue conocida por navegantes, exploradores,
colonizadores y posteriormente, gracias a los mapas, su nombre fue la carta de
presentación en todo el mundo.
Cuando los misioneros
franciscanos se establecieron al norte de la península y fundaron varias
misiones, entre ellas la de San Diego, Monterrey y San Francisco, las
autoridades virreinales oficializaron los nombres de Baja o Antigua California
y la Alta o Nueva California. Y fue así, como resultado de la guerra con los
Estados Unidos en 1846 a 1848, este país se quedó con más de la mitad de
nuestro territorio nacional, incluyendo la Alta California a la que le llamó
simplemente California, mientras que nosotros nos quedamos con la Baja
California.
Y ese es el nombre que nos
pertenece, aunque en mala hora cuando nos convertimos en un nuevo estado de la
federación en 1974, determinaron que se llamara Baja California Sur. Quedamos
entre dos vocablos, baja y sur y ahora, por intereses inconfesables, tratan de
llamar a nuestra entidad BajaSur.
Y no son cualquier cosa los que
pretenden hacerlo. Son grupos de poder y dinero, publicistas del boato
turístico, inversionistas que por medio de la adquisición ilegal de tierras
buscan a mediano o largo plazo apoderase de lo que por muchos años ha sido
patrimonio de los bajacalifornianos. Su territorio.
Y no vamos muy lejos. En
comentario anterior aparecido en “El Sudcaliforniano”, señalé la pretensión de
un conductor de la NBC, con el apoyo del Fideicomiso de Turismo de La Paz, de
grabar un programa de pesca deportiva al que llamará “Destination, Baja Sur”. Y
ahí dije que era una aberración dado que el nombre correcto es Baja California
Sur o Sudcalifornia.
Pero, como siempre nadie hace
caso a nuestras protestas. Ni las autoridades de gobierno, ni las instituciones
de cultura, ni alguna ONG se han sumado para defender lo que legítimamente nos
pertenece. Tal parece que se ha perdido el orgullo de ser bajacaliforniano.
Definitivamente es una mala espina clavada en el corazón de los que amamos esta
tierra.
Junio
24 de 2015.