Los cambios, dijo alguien, son para mejorar, aunque otros más pesimistas dicen que son para empeorar. Al menos en lo que respecta a la Dirección de Tránsito las cosas van mejor de lo que se creía, sobre todo por lo que toca a las personas de la tercera edad. Y mire usted porqué.
La semana pasada acudí a las oficinas de esa dependencia del gobierno del estado —antes pertenecía al ayuntamiento— a fin de dar de baja un vehículo que acababa de comprar y, desde luego, a darlo de alta a mi nombre. Los trámites duraron menos de lo que esperaba gracias a la ayuda de una dama que atiende los asuntos de las personas jubiladas y pensionadas.
De principio a fin ella se encargó de todo. Ordenando los documentos necesarios, gestionando las autorizaciones en la ventanilla de pagos y, por último, entregar los recibos en la oficina de placas y revisiones mecánicas. Al cabo de más o menos media hora ya tenía en mi poder la tarjeta de circulación y el engomado del año 2016.
Bueno, pero aparte de la agilización de los trámites —antes se perdían dos o tres días— me sorprendieron los cambios de esa dependencia hechos con el fin de prestarle un mejor servicio a los dueños de los vehículos. Por ejemplo, frente a las ventanillas de cobro colocaron filas de butacas para comodidad de los que van a hacer los pagos. En un extremo de las ventanillas una empleada expide por medio de una computadora el talón con el número que corresponde a la persona que está en la lista de espera. Y a su tiempo, un magnavoz electrónico avisa la ventanilla adonde debe acudir la persona.
Pero eso no es todo. Cuando se llega al lugar donde se expiden las tarjetas de circulación la tardanza no importa, pues también han colocado sillas y, además, por medio de un tablero electrónico avisan cuando le toca el turno de presentarse en la ventanilla correspondiente.-“Como ya lo hacen —le comenté a un señor sentado a un lado— en Hacienda y en otras dependencias públicas y privadas.”
Pero como expresa el dicho ranchero de que no todo es miel sobre pepitas de ciruela del monte, todas esas comodidades no son suficientes, ya que las tarifas por la baja de placas, el alta del nuevo propietario y las revisiones mecánicas son prohibitivas para muchos dueños de automóviles. Y no se diga de las multas por infracciones que llegan, en algunos casos, hasta los miles de pesos. Y si le sumamos el costo de la gasolina y las reparaciones necesarias en todo vehículo, pues es un desembolso que desequilibra el mejor presupuesto. Alguien, angustiado por estos gastos, comentó que mantener un carro cuesta más que mantener una mujer. Por algo lo dirá.
Ahora que el uso del automóvil se ha convertido en un símbolo de distinción en nuestra entidad, todo joven que comienza a trabajar lo primero que hace es adquirir un vehículo, pero no una bicicleta ni una moto, sino una de cuatro ruedas y si es picap de doble tracción, mejor. Y ahí va por el malecón luciendo orgulloso su adquisición aunque no tengan un centavo en sus bolsillos y con una deuda a plazos que tendrá que pagar, con mengua de su raquítico sueldo.
Paro así es la satisfacción de cada quien. Como la mía que adquirí un carro y ahora, junto con mi esposa—mis hijos ya tienen sus propios medios de vida—comparto los ingresos de mi jubilación. Se me olvidaba, la amable señora que me atendió en los trámites ante la dirección de seguridad y tránsito se llama Anita Crespo Arballo.
Agosto 19 de 2016.
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