De pronto una llamada telefónica y la voz angustiada de mi estimada amiga Estela Davis: “¿Es verdad que murió Mario Santiago?”. Y al contestarle afirmativamente se escucharon sollozos de la que mantuvo una gran amistad con el periodista desaparecido.
--No lo sabía —me dijo— hasta que ayer un conocido me dio la noticia, pero hacía tres días que lo habían sepultado. Sabía que estaba enfermo más no en tal grado que sucediera lo inevitable. Cómo lo siento —repitió con voz quebrada— no lo podía creer.
Estela al igual que otros escritores —Armando Trasviña, Manuelita Lizárraga, Carlos Castro Beltrán— fue una colaboradora permanente en la revista Compás que Mario fundó y dirigió durante más de veinte años. Ahí leímos varios de los cuentos y relatos de Estela, siempre llenos de interés.
Yo también escribí para la revista, pero no en forma asidua, debido a mis ocupaciones. Pero aún así, cuando estaba preparando una edición me llamaba por teléfono para recordarme mi colaboración. En cierta forma me sentía comprometido ya que además de tener su amistad , existía un antecedente personal que gracias a él cambió el curso de mi vida profesional.
En 1981, recién jubilado de mi carrera de profesor, con treinta años de servicios y coincidiendo con el ascenso a la gubernatura de Alberto Alvarado Arámburo, a una invitación de Mario quien había sido nombrado jefe del departamento de Acción Cultural, acepté el puesto de subjefe de esa dependencia. A su lado estuve trabajando un poco más de un año, ya que posteriormente me comisionaron en la recién creada Unidad Coordinadora del Sector Educativo.
Durante 18 años estuve laborando para el gobierno del estado. Y fue Mario Santiago el culpable o el bienhechor de tal determinación. Desde luego siempre le dispensé un especial afecto y mantuve una relación de amistad que sólo la muerte la dio por terminada.
Cuando lo visitaba en su oficina, después de los saludos de rigor, me preguntaba: --¿Oye Leo, cuando vamos por unas langostas? Y es que en una ocasión compramos un six de cervezas tecate y cuando un preguntón quiso indagar que estábamos haciendo, Mario le contestó: --Pues aquí comprando langostas…
En los últimos meses, imposibilitado ya para reiniciar la publicación de la revista Compás, comenzó a colaborar en la revista California Gráfica que edita Armida Torres de Caloca. En el mes de junio apareció su última colaboración redactada a semejanza de cómo lo hacía en su desaparecido medio de comunicación. Incisivo, claridoso, sin tapujos y con acertada crítica, Mario sigue las huellas del PRI en su falta de liderazgo y en su prolongado fracaso.
Un líder, dice, que cometa errores, que los acepte y los corrija. Que sea receptivo de ideas y sugerencias. Que tenga la mente abierta a todas las corrientes internas. Que tenga sentido del humor, que sea firme en sus decisiones, que esté en contacto con seccionales y distritales…
Son pocos los periodistas en la actualidad que tengan la calidad de Mario Santiago. Sin apego a las fanfarrias y los oropeles —en el caso de los premios oficiales— se dedicó por completo a una de las profesiones más nobles, habida cuenta que es la voz de la verdad.
Bien por el amigo entrañable. Las lágrimas son el genuino reflejo del paso por esta vida de un genuino sudcaliforniano. ¿O no lo crees así, Estela Davis?
Agosto 8 de 2016.
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