El libro se llama CODEX y su autor es el arquitecto Santiago Martínez Concha, de nacionalidad colombiana. En él hace referencia a los Nefilim, una raza de gigantes que dejaron sus huellas en todos los continentes y que eran seres poderosos los cuales, gracias a su naturaleza y origen divino, realizaron hazañas no comprendidas aún por los humanos de esta época.
El escritor relaciona a los gigantes con el descubrimiento de la Atlántida, el mundo antediluviano y su relación con el planeta Marte. Con citas históricas relacionadas con la Biblia y apoyado en fuentes científicas, recrea la existencia de los atlantes y de su desaparición como castigo divino. En un libro anterior titulado La Conexión Atlante hace referencia a este continente y las causas que motivaron su desaparición.
Respecto a los gigantes fundamenta su existencia en el Génesis 6 de la Biblia donde se lee que “había gigantes en la tierra en esos días y también después que entraron los hijos de Dios a las hijas de los hombres…”. Pero esos seres nacidos de las fuentes divinas y mortales realizaron malas acciones que obligaron al creador a desaparecerlos mediante el diluvio universal.
Y las huellas de esos gigantes —dice el autor— se encuentran dispersos en todos los continentes, incluyendo el americano. En su investigación relata que dos científicos encontraron en la región de Santa Elena, en el Ecuador, restos fosilizados de un hombre que vivió hace más de cien millones de años. Tan sólo un enorme fémur daba la idea de que vivieron gigantes en esa región los cuales, según la tradición, habían llegado de Asia por mar en embarcaciones de gran tamaño.
El libro de Martínez Concha me hizo recordar el viaje alrededor del mundo de Fernando de Magallanes en el año de 1519. Al sur del continente americano a la altura del río de La Plata, cuando arribaron a una bahía, encontraron a un nativo tan alto que un hombre común le llegaba a la cintura. Lo embarcaron para llevarlo a España, pero se les murió en el camino.
Por otro lado, en Baja California Sur existe un sitio de pinturas rupestres en la sierra de San Borjitas, cerca del pueblo de Mulegé, donde algunas de ellas están a una altura de cinco metros, lo que motivó que el padre jesuita Joseph Rothea cuando las descubrió dijera “a la verdad las que vi me convencen; porque tantas en tanta altura, sin andamios ni otros instrumentos aptos para el efecto, solo hombres gigantes las pueden haber pintado”.
Y según los antiguos habitantes de la península —los cochimíes principalmente— afirmaban que “los gigantes eran tan grandes, que cuando pintaban el cielo raso de la cueva, estaban tendidos de espaldas en el suelo de ella, y que aun así alcanzaban a pintar lo más alto” Rothea es el mismo misionero que escuchó de labios de un indio como de treinta años de edad, que cuando era niño, junto con otro, encontraron en el monte un esqueleto de hombre muy grande. Cuando el padre visitó el lugar sólo encontró fragmentos del cráneo y costillas, pero recuperó “una canilla del cuadril”, por lo que midiendo el lugar donde se encontraba el esqueleto, calculó que debía tener de tres a cuatro metros de largo.
Ahora, con estos dos libros de Santiago Martínez se ponen en tela de juicio muchas de las teorías sobre el origen del hombre y también muchas verdades ocultas que la ciencia no logra comprender. Hace algún tiempo un amigo me mostró una fotografía propiedad de la NASA en la que aparece un astronauta al lado de un esqueleto humano de no menos de diez metros de estatura. Ignoramos el lugar donde fue tomada, pero afirma la creencia de que, en efecto, hace millones de años existieron gigantes en la Tierra que hacían compañía a los dinosaurios.
Vale la pena leer los dos libros de Martínez Concha porque, como él dice, a lo mejor tiene razón la Biblia cuando habla de ellos.
Septiembre 14 de 2016.
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