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QUASIMODO
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En uno de mis primeros libros
incluí una anécdota relacionada con un encargo que le hizo el dueño de un
rancho ganadero a un par de trabajadores, quienes llegaron a un campamento de pescadores
en busca de una caguama. Compraron una de escasos cuarenta kilos, la amarraron
bien en el lomo del burro que habían llevado con ese fin y pusieron camino al
rancho.
Era temprano y por eso uno de
ellos invitó al otro para que se detuvieran en un rancho intermedio donde
vivían dos muchachas con las que estaban quedando bien. Al burro lo ataron en
el tronco de un palo verde, saludaron a la familia y platicaron largo y tendido
con las jóvenes de sus amores.
Sin sentir pasaron las horas,
hasta que uno de ellos le dijo al otro: “Vámonos ya, no sea que se enoje el
patrón porque nos tardamos mucho”. Lo malo fue que al llegar adonde habían
dejado al burro no lo encontraron y por más que lo buscaron no dieron con él.
Cayendo la tarde regresaron al rancho y tuvieron que soportar la regañada por
la pifia cometida.
Pasaron las semanas y un día un
trabajador que andaba campeando en busca de unas vacas remontadas regresó con
la noticia de que había encontrado al burro y sobre su lomo el esqueleto de la
caguama. De todas maneras el incidente fue conocido por los habitantes de las
rancherías de la región con las burlas correspondientes.
Ahora que está en boca de todos
la catedral de Notre Dame por el incendio que sufrió, nos acordamos de un
personaje que aparece en la novela de Víctor Hugo, “Nuestra Señora de París”
llamado Quasimodo. Era tuerto, cojo y jorobado y trabajaba como campanero de la
catedral. Y lo mencionamos por una leyenda que corre por la región de Loreto en
la que se involucra un jorobado.
En efecto, un día de tantos un
ranchero que andaba en el monte llegó asustado a su casa diciendo que había
visto a un fantasma con una enorme joroba en su espalda y que iba corriendo
abriéndose paso entre los matorrales. Pronto lo perdió de vista y con el susto
no pudo seguirlo. Dio santo y seña del lugar donde se le apareció no muy lejos
de la carretera donde un retén de la policía revisaba los vehículos que se
dirigían al Valle de Santo Domingo.
Hubo diversas ocasiones en que
otras personas divisaron al jorobado en esa zona, aunque no supieron donde
desaparecía. Por si acaso de alguna desgracia, los rancheros comenzaron a
rodear ese lugar cuando se internaban en el monte. Y claro, la noticia poco a
poco fue conocida por los habitantes de esa región.
Hace ya varias décadas la pesca
de las caguamas en los litorales de la Baja California era un negocio redondo,
pero no para el consumo de su carne o aceite, sino por la piel de su pescuezo y
aletas. Se dio el caso de una cooperativa de pescadores en el sur del estado
que destazó miles de esos quelonios cuyos restos se amontonaban para después
ser quemados. Fue por eso que el gobierno federal en buena hora prohibió su
pesca y comercialización. Hasta la fecha a los transgresores se les aplican
fuertes multas, el decomiso de sus embarcaciones y hasta la cárcel.
El antecedente viene al caso por
el fantasma del jorobado que se aparecía en la zona agreste de la región de
Loreto, porque a pesar de la prohibición de la pesca de la caguama, siempre ha
habido maneras de evadir la ley y poder disfrutar de una apetitosa sopa de ese
animal, una tradición culinaria de esta región de México.
El Golfo de California siempre
ha sido pródigo en especies marinas, entre ellas la caguama llamada golfina.
Por eso algunos vivales las transportan valiéndose de diversas estrategias. Una
de ellas dio origen al fantasma del jorobado de Loreto.
Luis N. conducía su picap por la
carretera que va de Loreto a Ciudad Insurgentes, acompañado de Pedro R. Unos
300 metros antes de llegar al retén de la policía, el vehículo se detuvo a
orillas del camino, los dos se bajaron y una caguama que llevaban, de unos
treinta kilos, Luis la colocó en la espalda de su compañero amarrándola fuertemente,
inmovilizando las aletas y la cabeza de la tortuga. Le puso una camisa sobre
sus hombros tapando el animal, mientras le decía: “Te espero en la curva,
después que pase el retén”.
En efecto, después de esperar una media hora vio
llegar a Pedro todo sudoroso por la corrida entre el monte. Luis desató la
caguama, la subieron al vehículo y partieron rumbo al pueblo donde ya los
esperaban para preparar el festín. Y como toda esta artimaña se hizo en secreto,
todavía hasta la fecha muchas personas juran y perjuran que vieron al jorobado
correr desesperado entre los breñales. Así se forjan las leyendas en esta
región de nuestro país.
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