Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

viernes, 26 de junio de 2020

MI ESPOSA “LA LEONA”

Doña Cande Murillo de Reyes con sus bisnietos

LA CONOCÍ EN UN PEQUEÑO poblado del Valle de Santo Domingo, adonde fui a trabajar allá por los años cincuenta del siglo pasado. Ella formaba parte de una familia que llegó a ese lugar proveniente de Loreto, esperanzada en lograr un mejor medio de vida en esa región dedicada a las actividades agrícolas.

El poblado que lleva el mismo nombre del Valle estaba formado por una serie de casas de madera que se alineaban alrededor de una sola calle de la que nunca supe el nombre. Según contaban, la madera era parte del naufragio de un barco que encalló varios kilómetros al oeste de ese lugar.

Después de varios meses de relaciones nos casamos por lo civil, con la aceptación de su mamá —su padre había muerto unos años antes— y de sus cuatro hermanos. Fue una boda sencilla y apresurada a la que asistieron pocos invitados. Y es que nuestras condiciones económicas no daban para más.

Iniciamos nuestra vida marital en una casita de madera proporcionada por un vecino del lugar, y ya después en un jacal construido en las orillas del pueblo que tenía por paredes varas entrelazadas de palo de arco, petates y hojas de palma para el techo. Con el paso de los meses, ahí nació nuestro primer hijo que afianzó el amor que nos teníamos.

Al paso de los años nacieron dos más, una mujer y un varón, por lo que la vida se complicó un poco más. Afortunadamente siempre contamos con la protección de la familia de ella, ya que los dos últimos años de mi estancia en ese poblado nos permitieron vivir en su casa. Y eso fue porque me comisionaron a trabajar en otra comunidad que no tenía las comodidades necesarias, así que preferí dejar a la familia con mi suegra.

Recuerdo que los fines de semana recorría caminando los casi veinte kilómetros que separaban las dos comunidades con el fin de estar al lado de mi esposa y de mis hijos. Y también convivir con los amigos y los hermanos de mi consorte. Por supuesto con mi suegra quien siempre demostró un gran amor por mi familia.

Cuando, después de permanecer seis años en el Valle de Santo Domingo, me trasladaron a La Paz, mi vida dio un giro importante. Dos años antes había construido una modesta casa de material en una esquina del terreno que poseía mi papá en las orillas de la ciudad, previendo que algún día regresaría acompañado de mi esposa y mis hijos.

Al principio mi esposa extrañó a la familia que había dejado en el Valle, pero poco a poco se fue acostumbrando y se adaptó a su nuevo ritmo de vida. Sobre todo porque al lado de mi casa vivían mis padres que la acogieron con cariño y le ofrecieron toda la ayuda posible.

Y así pasaron los años. A los tres hijos que nacieron el Santo Domingo se sumaron otros tres más —mujeres— por lo que los cuidados de los mismos requirieron todo el tiempo de mi esposa. Hasta eso que siempre fue una madre responsable. Además de alimentarlos aprendió a coser y en una vieja máquina Singer confeccionaba los vestidos y los pantalones de sus hijos. Después, para nivelar un poco los gastos de la casa, confeccionaba ropa ajena ocupando parte de la noche para cumplir con los pedidos. De esa calidad era mi esposa. Pero ¿por qué el mote de “la leona”?

Cuando los hijos crecieron ingresaron a una escuela primaria y uno de ellos ya cursaba el tercer año. En cierta ocasión, el niño se retrasó en llegar a la casa y su mamá, preocupada, preguntó la razón de ello. —“Es que el profesor lo dejó castigado porque se peleó con otro niño” —le platicó otro de sus hijos.

Oír lo anterior y dejar todo lo que estaba haciendo fue cosa de minutos. Como la escuela se encontraba a tres cuadras de distancia, tarde se le hizo para llegar. Ahí encontró al maestro y lo increpó duramente: “¿Por qué castigó a mi hijo y al otro no? Los dos son culpables y no me parece justo que sólo a mi hijo lo haya castigado y que lo haya llevado a la dirección jalándolo de las patillas”.

Pobre maestro. Se quiso justificar, pero ante la furia de mi esposa no halló otra salida que disculparse y permitir que el niño se fuera a su casa. Como la discusión se dio en la oficina del director y cuando mi esposa y mi hijo ya se habían retirado, el profesor dirigiéndose al encargado de la escuela, le dijo: —“Ah caray, resultó brava la leona, ¿verdad?

Y fue así como durante los años que estudiaron mis hijos en esa escuela, cada vez que mi esposa pasaba a recogerlos era común escuchar a los maestros cuando susurraban: —“Cuidado, ahí viene la leona”.

Y efectivamente fue una leona cuidando a sus hijos. Quizá a ello se debe que ya adultos sientan un respeto y una gran admiración por su madre. Ella llevó siempre en su corazón la sentencia: “A mis hijos no los toquen”.

Marzo 11 de 2016.


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