El ocho de este mes de junio falleció mi querida esposa. La llevamos el mismo día al panteón de los SanJuanes donde, acompañado por contados familiares y amigos, quedó a un lado de nuestro hijo primogénito Guillermo Reyes Murillo. Y creo, estoy seguro, que su hijo le dirá: Bienvenida, mamá, te estaba esperando.
Fueron
64 años que en las buenas y en las malas, convivimos en un feliz matrimonio.
Ahora ella se ha ido y nos ha dejado con los recuerdos de su presencia, la que
siempre estará a mi lado hasta que llegue el momento de estar con ella.
Yo
sé que la vida tiene sus límites y que tarde o temprano tiene que extinguirse.
Pero nadie lo desea y es por eso el dolor que causa cuando se ha compartido,
como en mi caso, durante tantos años.
Cande
y yo transitamos por esta vida a nuestro modo. Nos enfrentamos a ella con la
fuerza que se da entre dos seres que se amaron mucho. Y ahora ese amor que me
dio sin limitación alguna, la heredó a nuestros hijos, a nuestros nietos y
bisnietos. Y en la medida en que la recuerden, así será la recompensa para ella
que tanto los quiso.
El
dolor quizá pasará, pero la ausencia mellará nuestros corazones, porque nos
acostumbramos a que estuviera a nuestro lado como esposa, como madre. Por qué
su actitud ante la vida fue de retos constantes, siempre con el ánimo de llevar
bienestar a sus hijos y para apoyar a un esposo en sus afanes de superación.
Así
fue Cande y por eso no me resigno el haberla perdido. Los pocos años que me
quedan de vida avivaré su recuerdo, pero su ausencia marcará para siempre mis pasos
por este mundo. Y cuando esa ausencia llegue a sus límites, entonces llegará el
momento en que, juntos en la eternidad, continuaremos con nuestro lazo
matrimonial bendecido por Dios.
No
te desesperes, amor, pronto estaré contigo.
Junio
de 2020.
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