Mañana
mi esposa Cande cumpliría 82 años pues nació el 20 de octubre de 1938. Como los
años anteriores la íbamos a festejar con el clásico mole de gallina y cantarle
las mañanitas, además de las felicitaciones y los obsequios de sus hijos,
nietos y bisnietos. Y recibiría esas atenciones con lágrimas de sus hermosos
ojos verdes, y también con la alegría de todos nosotros para la que fue en vida
esposa, madre, abuela y bisabuela.
No
todos los deseos se cumplen en esta vida llena de actitudes optimistas. Íbamos
a festejarla, pero su muerte repentina lo impidió, y en vez de la algarabía,
mañana los recuerdos volverán más nítidos debido a su ausencia y la tristeza
invadirá nuestros corazones, y su hogar que le dio cobijo en sus momentos
difíciles, repetirá el eco de su voz en un intento de volverla a sentir entre
nosotros.
Mañana
depositaremos en su tumba flores de su jardín y sus hijos Ana María, Martha
Patricia y Juan Pedro, junto con su nieta Martha y yo, musitaremos la promesa
de que nunca la olvidaremos. De que así como ahora, siempre habrá flores en su
tumba regadas con las lágrimas de los que tanto la quisieron. Y es que una
mujer como ella no es fácil de olvidar, al menos para los que la conocimos en
lo más íntimo de su ser. De su bondad, de su comprensión, del amor que sintió y
demostró por su familia.
Ya
han pasado cuatro meses de su partida y parece que fue ayer cuando la
acompañamos a su última morada en el panteón de los San Juanes. Tal es la
angustia que permanece afianzada en nuestros recuerdos, angustia por comprender
que nos abandonó cuando no lo esperábamos y que se fue para siempre de nuestro
lado. Pero también desolación por la esposa que aunque la buscamos ya no está
con nosotros y solo quedan los deseos en el vacío.
Pero
pensar en ella conlleva un dolor permanente convertido en amargura por haberla
perdido, Y saber que ya nada será igual cuando falta su presencia y es por eso
las lágrimas como un consuelo, aunque no podrá evitar el sufrimiento causado
por su muerte. Cuánta razón tiene Fernando Savater cuando dijo: “Con la pérdida
de mi amada, perdí también el afán de futuro y sobre todo el regocijo de la
vida”.
No
hay homenaje mejor para ella que mi devoción a su recuerdo. A los muchos años
que compartimos penurias, sobresaltos, enfermedades y lo mejor y más entrañable,
el amor que nos tuvimos, un amor que trascendió a nuestros hijos y que fue
capaz de formar una familia ejemplar.
Es
por eso de mis lágrimas y la soledad de mi alma. A mis años más que a los demás,
me cobijaba con su ternura y yo a mi vez le correspondía estando siempre a su
lado, felices, olvidando que éramos dos ancianos unidos por los lazos
indisolubles de un matrimonio bendecido por Dios. Y cuando compartíamos esa
felicidad vivíamos el presente sin pensar que el futuro podría amenazar
nuestras vidas.
Ahora,
la crueldad del destino cobró su precio y nos dejó desamparados para siempre.
Sin palabras para expresar la profunda tristeza y el eterno sufrimiento por la
esposa que ya no está a nuestro lado, repito un fragmento de un poema de
Savater, el escritor que durante cinco años llora diariamente por su amada
desaparecida:
“Gracias por no rendirte a nada ni a nadie,
sobre todo a mí. Tu fuerza me derrota
pero me hace más fuerte.
Y, sobre todo, gracias por nuestras mañanas,
por no dejarme solo jamás,
por no consentir morirte nunca…
Solo una promesa.
Dicen que se las lleva el viento,
pero no hay vendaval que pueda con esta.
Escucha, amor mío:
pase lo que pase
a despecho de temores, temblores y tumores,
más allá del tiempo y del espacio,
óyeme, te lo juro
y venceré al infinito para cumplir mi promesa:
Sara, corazón, ¡mañana nos miramos!
Materia dispuesta.
Octubre 19 de 2020.