Me gusta leer a Enrique Krauze, sobre todo por los análisis políticos actuales y también por los contenidos de sus libros referentes a la historia de México y los hombres —caudillos les llama— que han acompañado las transformaciones políticas y sociales del pasado y presente de nuestro país.
Autor de múltiples obras destacan desde luego las que presentan un panorama real de esos caudillos y los claros oscuros como gobernantes de México. Menciono aquí tres de sus libros: Siglo de caudillos, La presidencia imperial y Biografía del poder. Carlos Angulo, esposo de mi nieta Martha Reyes, conociendo mi afición, un día de tantos me obsequió este último, un texto de mil páginas y cuyo contenido no tiene desperdicio.
Ahora, con los problemas que vive nuestro país y las próximas elecciones del 6 de junio, resultan aleccionadoras las palabras de Krauze, sobre todo de lo que él llama “El teatro de la política” y “La plaza de la democracia”. En el primero se refiere a la presidencia imperial antes del año dos mil. En esa época, los presidentes tenían el monopolio de todos los poderes formales del Congreso, de la Suprema Corte, los gobernadores, los presidentes municipales.
Los obreros y campesinos agrupados en confederaciones —CTM, CNC— estaban subordinados al presidente. Los empresarios y la Iglesia seguían las directrices del mandatario. La Hacienda Pública y el Banco de México se manejaban discrecionalmente desde Los Pinos. Los medios de comunicación eran soldados del presidente. Sólo algunas revistas y casas editoriales eran independientes.
En ese año de 1997, cuando Krauze escribió el libro La biografía del poder, escribió: “México ha cambiado porque adoptó los valores y principios de la democracia liberal. La presidencia imperial ha desaparecido”. Y en una visión profética añade: “Quien gane en las elecciones de 2018, y al margen de sus preferencias electorales, sería bueno que los mexicanos —sobre todo los jóvenes, sin dejar de ser rebeldes y contestatarios— sepan cuidar el frágil edificio de las democracia que construyeron las generaciones anteriores”.
Enrique Krauze ha sido testigo de los cambios ocurridos en el poder político en los dos últimos años, ahora bajo la presidencia de Andrés Manuel López Obrador. Su tal vez desilusión lo ha llevado a ser un crítico permanente del abuso de poder ejercido por un hombre que juró respetar la Constitución y los altos valores de la democracia. Porque al igual que antaño desconoce las instituciones en su afán de obtener un poder omnímodo muy cercano a la dictadura.
En 1990, en un encuentro con intelectuales, el escritor y político Mario Vargas Llosa habló sobre la permanencia del PRI en el poder, e incluso consideró que México vivía en una dictadura perfecta. Dijo que no era la unión soviética, ni el comunismo ni Fidel Castro sino México y su dictadura. Además consideró que el nacionalismo era uno de los síntomas más peligrosos que perpetuaba esa dictadura.
Octavio Paz a su vez opinó de la no existencia de una dictadura en nuestro país, aunque aseveró la existencia de una dominación hegemónica por parte de un partido político. “La lucha hoy —dijo— es la de crear un pluralismo que lleve a otros estadios el poder político”.
Diez años después se terminó lo dicho por Vargas Llosa. La sociedad mexicana había logrado por fin definir una imagen más democrática, con elecciones confiables organizadas por instituciones electorales avaladas por los propios ciudadanos.
El avance democrático con sus imperfecciones fue impresionante. Así lo demostraron las elecciones presidenciales de los años dos mil, dos mil seis, dos mil doce y dos mil dieciocho. En este último año de ambiente democrático, los mexicanos teníamos esperanzas en el continuo desarrollo de nuestro país. Pero parece que nos equivocamos.
En un artículo publicado en el mes de octubre del año pasado titulado “La dictadura imperfecta”, el jurista Ignacio Morales Lechuga se refiere al gobierno de López Obrador: “Estos dos años de gobierno evidencian que la corrupción crece; la inseguridad, la pobreza y las enfermedades aumentan. El presidente no ha cumplido sus promesas, se ha concentrado en la destrucción de las instituciones, la apropiación de los ahorros depositados en fondos y fideicomisos; ha logrado además el control de la Suprema Corte, hasta convertir a su presidente un apéndice del Ejecutivo”.
Y termina con la siguiente advertencia “La imperfecta dictadura tiene todavía un punto vulnerable: el voto que le dio origen es el mismo que puede desterrarla”.
Junio 02 de 2021.