Varias horas del domingo pasado —día de las elecciones— me las pasé releyendo un libro que me obsequió el estimado amigo exgobernador de nuestro estado, Ángel César Mendoza Arámburo. Lleva por título “Las palabras de Casandra” y su autor es Fernando Vázquez Rigada y por subtítulo “Historia del futuro del Estado mexicano”.
Vázquez Rigada lo escribió en el año de 2011, pero al igual que Casandra la adivina pretende, a través de los ensayos que contiene la obra, rastrear el pasado de la república y hojear el futuro relacionados con los aspectos políticos, económicos y sociales.
En su ensayo “Democratizar la democracia” con una visión futurista expone que “si el problema de la vida institucional de la República no se reconstituye, los riesgos para la vida democrática son mayúsculos porque si las instituciones fallan son sustituidas por la voluntad de individuos con ansias de poder, obstaculizando con ello los accesos a la justicia, a la renovación democrática del poder público y la construcción de legitimidad del sistema político”
La mención de este libro viene al caso con motivo de las elecciones del 6 de junio pasado donde estuvieron en juego gubernaturas, diputaciones federales y locales, así como ayuntamientos. Los resultados obtenidos en esta contienda electoral han demostrado que el ejercicio de la democracia sigue vigente en nuestro país a pesar de sus imperfecciones y los afanes por subvertir los procesos que la hacen posible.
La participación ciudadana en los comicios demostró que en democracia todo es posible cuando se trata de cambiar un estado de cosas. Y en el caso particular de México la intención fue restar un poco el poder avasallador del presidente, poder que hizo posible el desmantelamiento de instituciones consideradas vitales en el desarrollo integral del país.
Ahora, con la integración de un congreso legislativo en el que los partidos opuestos a Morena podrán aceptar o rechazar las iniciativas del poder ejecutivo, sobre todo aquellas que violentan los principios constitucionales, se abre la oportunidad de encauzar tales iniciativas por los caminos de la ley impidiendo el desacato de las mismas por medio de las cámaras de diputados y senadores.
Y es que en los tiempos actuales nuestro país tiene un régimen que se ha distinguido por “mandar al diablo las instituciones” y por ello no respeta a las minorías, no permite la crítica, desconoce las libertades consagradas en la Constitución y no le importan los derechos humanos.
Pero la democracia tiene también un propósito según la opinión de Karl Popper: a través del voto castigar al mal gobernante y separarlo del poder en el tiempo que marquen las leyes. Este procedimiento es quizá lo mejor que ha inventado la humanidad para gobernarse.
Sin embargo, valiéndose de la democracia como intermediaria, los ciudadanos, en vez de tomar decisiones benéficas para el país prefieren la política del avestruz evitando enfrentarse a los problemas para tratar de resolverlos. Fue lo que pasó en las pasadas elecciones donde a mitad de los electores no acudieron a votar, sin importarles las difíciles condiciones económicas y sociales de la población mayoritaria del país que son las clases populares.
Por eso tienen razón algunos analistas de la realidad política de México cuando enfatizan que la democracia mexicana es frágil e inconclusa y que no hacemos uso de ella en los momentos en que más se necesita. Y la falta de ella da motivo para que el poder político se entronice en una sola persona como es el caso de nuestro país. Esa indiferencia cercana al caos, me hace recordar la anécdota aquella cuando el sultán Boabdil perdió el reino de Granada y al verlo llorar, su madre le espetó: “Lloras como mujer lo que no pudiste defender como hombre”.
09 de junio de 2021
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