En su libro “El reto del historiador” José Enrique Ruiz Domenec, hace mención de tres mujeres —Glikl bas Judah, Marie de Incarnation y María Sibyla— que llegaron al Nuevo Mundo, a Surinam, en busca de su realización personal y de las injusticias a que son sometidas todas las de su género en aquel tiempo.
El ensayo sobre estas mujeres se debe a la autora Natalie Zemon Davis quien lo escribió en el año de 1995, y en él se refiere al “melodrama de las mujeres del pasado y sus grandes logros en el proceso de una escritura de la historia que permita la narración de los casos singulares convertidos en paradigmas de una sociedad y de una época”.
Cuando en 1492 Cristóbal Colón descubrió América y años después durante la conquista y colonización de los territorios descubiertos, fueron mujeres las acompañantes de los aventureros que recorrieron las tierras y las costas y fundaron pueblos y ciudades a todo lo largo y ancho del continente. Pocas en número al principio, después antes las noticias de las riquezas encontradas en el Nuevo Mundo, otras mujeres, algunas de buena posición, fueron llegando a fin de establecer núcleos familiares, pero también para atender el comercio y otras actividades afines.
Cierto, los recorridos por las costas americanas fueron efectuadas por marinos experimentados y la historia da cuenta de ellos: Colón y su hijo Diego, Fernando de Magallanes, Pedrarias Dávila, Alonso de Ojeda, Pedro Álvarez Cabral, Francisco Pizarro, Hernán Cortés, Juan Días de Solís.
Pero hubo una mujer que realizó una hazaña al dirigir una expedición al sur del continente, a la región del Río de la Plata, donde se encontraba la comunidad de Asunción de Paraguay. La historia es así:
En el año de 1547, la región del Río de la Plata estaba gobernada por Alvar Núñez Cabeza de Vaca —en otra crónica hablaremos de cómo llegó allí— pero un opositor lo encarceló quedando el puesto vacante. Esta oportunidad la aprovechó un personaje llamado Juan de Sanabria.
En entrevista con el rey Carlos I, éste le concedió el nombramiento de Adelantado del Río de la Plata, pero le impuso una condición: suspender la conquista y poblar. Con la autorización, Sanabria preparó la expedición fletando tres barcos. Además de la tripulación, embarcó cien matrimonios con hijos y cien mujeres solteras.
A mediados de 1549, se preparó para salir de Sanlúcar de Barramea, pero entones Sanabria se enfermó y murió dejando sin jefe la expedición. Fue por eso que su esposa, Mencia Calderón, se hizo cargo del viaje. Fue la primera vez una mujer capitaneara semejante aventura hacia las Indias como se conocía entonces al continente americano.
El viaje estuvo lleno de peligros: asalto de una de sus naves por piratas, falta de víveres, enfermedades, incluso la hija menor de doña Mencia falleció en el trayecto. Con la pérdida de un barco y los otros en mal estado, a fines de 1550 llegaron a Santa Catalina, en la costa de Brasil. Era una región dominada por los portugueses que se negaron a ayudarlos para proseguir su viaje.
Ante esta crítica situación, doña Mencia decidió continuar con la expedición y se embarcaron logrando llegar a un pequeño asentamiento llamado San Francisco de Mbiazá. De allí una parte de la gente se embarcó rumbo a Asunción de Paraguay, mientras que el resto dirigido por la señora Calderón, recorrieron por tierra 1,500 kilómetros atravesando sierras, llanuras, la mayoría de ellas inexploradas.
Por supuesto en el viaje se hizo acompañar de porteadores indígenas, mujeres casadas y solteras y cabezas de ganado como alimento. La expedición llegó a su destino a mediados de 1556. A su lado llegaron menos de la mitad de las mujeres solteras que habían salido de España.
Doña Mencia Calderón, viuda del Adelantado Sanabria, había logrado lo imposible. De las mujeres solteras que llegaron descienden los primeros criollos del Río de la Plata. Este relato aparece en el libro “La cruzada del océano” de José Javier Esparza.
Octubre 19 de 2023.
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