Vida y obra

Presentación del blog

A través de este blog, don Leonardo Reyes Silva ha puesto a disposición del público en general muchos de los trabajos publicados a lo largo de su vida. En estos textos se concentran años de investigación y dedicación a la historia y literatura de Baja California Sur. Mucho de este material es imposible encontrarlo en librerías.

De igual manera, nos entrega una serie de artículos (“A manera de crónica”), los cuales vieron la luz en diversos medios impresos. En ellos aborda temas muy variados: desde lo cotidiano, pasando por lo anecdótico y llegando a lo histórico.

No cabe duda que don Leonardo ha sido muy generoso en compartir su conocimiento sin más recompensa que la satisfacción de que muchos conozcan su región, y ahora, gracias a la tecnología, personas de todo el mundo podrán ver su trabajo.

Y es que para el profesor Reyes Silva el conocimiento de la historia y la literatura no siempre resulta atractivo aprenderlo del modo académico, pues muchas veces se presenta con un lenguaje especializado y erudito, apto para la comunidad científica, pero impenetrable para el ciudadano común.

Don Leonardo es un divulgador: resume, simplifica, selecciona una parte de la información con el fin de poner la ciencia al alcance del público. La historia divulgativa permite acercar al lector de una manera amigable y sencilla a los conocimientos que con rigor académico han sido obtenidos por la investigación histórica.

Enhorabuena por esta decisión tan acertada del ilustre maestro.

Gerardo Ceja García

Responsable del blog

martes, 30 de noviembre de 2021

UN MES DE SUERTE

Me fue bien este mes de noviembre. Amigos de siempre me obsequiaron libros, todos relacionados con la historia de la Baja California. Así es que todo este tiempo me la pasé ampliando mis conocimientos aunque, a decir verdad, no he terminado de leerlos.

Los dos primeros llevan por títulos “California, biografía de una palabra” y “Hernán Cortés en California” de la autoría de Carlos Lascano Sahagún. Este último fue presentado durante los festejos del Día de la Californidad, en la ciudad de Cabo San Lucas, y después en la Universidad Autónoma de Baja California Sur.

Por su parte, Luis Domínguez Bareño me regaló dos libros: “Tricentenario de las misiones del sur de las Californias” de su autoría junto con Armando Jesús Romero Monrteverde. El otro titulado “Misioneros de acero. La transpeninsular, 1972-1973” es del ingeniero César Kernz Pérez. Ambos fueron editados por el Archivo Histórico Pablo L. Martínez cuando fue director Domínguez Bareño.

Y ya en esta semana, la estimadas amiga Elizabeth Acosta Mendía me trajo a regalar el último libro del doctor en historia David Piñera Ramírez titulado “Miguel León Portilla: su palabra y presencia en Baja California”. En la contraportada del texto se lee lo siguiente:

“Al lado de la relevante imagen de Miguel León Portilla como estudioso de la cultura náhuatl y humanista, hay otro poco conocido: la de su profundo interés en la historia de la península de la Baja California. De eso trata este libro. Hace referencia a su abundante obra historiográfica enfocada en los grupos aborígenes y en la etapa misional de la región. Así surge el concepto de California Mexicana que él acuñó, para poner de manifiesto que el nombre California se aplicó originalmente al sur de la península y luego se fue extendiendo hacia el norte hasta llegar a Los Ángeles y San Francisco, pertenecientes en su momento a México. En esa virtud, poniéndose por encima del atraco sufrido en 1848, León Portilla, con un sentido histórico nacionalista, ondea la bandera de la California Mexicana”.

En el capítulo “Su sentido de Baja California como unidad peninsular” David Piñera dice: “Si bien los ámbitos del sur y el norte de la Baja California en la actualidad son muy distintos, en el fondo constituyen una unidad geográfica e histórica… En ocasiones las circunstancias lo orientaron a visitar con más frecuencia la parte norte de la península, lo que pareciera que se olvidaba de la otra, pero la realidad es que nunca perdió ese sentido de unidad peninsular”.

Consecuente con la cita anterior, el autor recrea la estancia de León Portilla en nuestra entidad, la que recorrió visitando las misiones jesuitas acompañado de su esposa y el valioso respaldo que dio origen al Archivo Histórico de la ciudad den La Paz. Recuerda su asistencia a las Semanas de Información Histórica efectuadas en el sexenio de 1981 a 1987, así como su visita a nuestra capital a fin de recibir el grado Honoris Causa de la UABCS, en el año de 2016.

El autor no menciona la presencia de León Portilla en el pueblo de Loreto con motivo de los 300 años de su fundación en el año de 1997. En esa ocasión presentó su libro “Loreto, capital de las Californias. Las cartas fundacionales de Juan María de Salvatierra”. Allí estuvieron Miguel Mathes y doña Carmen Boone Canovas, entre otros distinguidos visitantes.

León Portilla fue autor de interesantes libros sobre Baja California, entre ellos “La California Mexicana. Ensayos acerca de su historia” y “Testimonios Sudcalifornianos”. Pero su obra principal fue el rescate de los manuscritos del padre Miguel del Barco y la publicación de ellos bajo el título de “Historia natural y crónica de la Antigua California”.

Eligio Moisés Coronado cuenta una anécdota ocurrida durante su visita a los pueblos y misiones en el año de 1969. Cuando llegaron a la misión de San Francisco Javier, León Portilla se acercó a la iglesia llevando en sus manos un ejemplar de la Historia Natural y palpando una de sus paredes dijo: “Padre Miguel del Barco, aquí está su libro” Y es que Del Barco estuvo varias décadas encargado de esa misión.

Moisés Coronado —dice Piñera— fue testigo de como aquel hombre excepcional entablaba un diálogo con otro haciendo abstracción de los dos siglos que los separaban. Entendió también que un auténtico historiador vincula el pasado con el instante que se vive y que a la vez da a la historia la vitalidad del presente. 
Noviembre 24 de 2021

jueves, 4 de noviembre de 2021

¿QUÉ NOMBRE LE PONDREMOS?

En el año e 1980 —un poco más de 40 años— Francisco Arámburo publicó el libro “Siluetas de Sudcalifornia” y entre los artículos incluidos está el que llamó ¿Qué nombre le pondremos, matarili, lire, ron? Es un texto que en el mes de diciembre de 1979 salió publicado en el periódico El Sudcaliforniano.

Francisco se refiere al nombre que llevaría nuestro estado después que en 1974 el Congreso de la Unión aprobó esta nueva condición en lugar del antiguo Territorio de Baja California.

Critica el oportunismo del entonces Territorio Norte cuando en 1952 se convirtió en estado con el nombre de Baja California, y aquí nos dejaron igual. Y después, cuando se convirtió nuestra entidad en un estado más de la federación nos bautizaron con el nombre de Baja California Sur.

“Nos dejaron—dice Paco—con un nombre kilométrico, ilógico, injusto y poco práctico. Poco práctico porque en esta moderna época de dinamismo, rapidez, abreviaciones, se impone un nombre conciso, preciso y llano, preferentemente de una sola palabra”.

Respecto al término “baja”, supone la idea de inferioridad, algo de segundo término; una cosa baja está siempre en un plano inferior. Y continúa diciendo “Y respecto a la palabra “sur”, en inglés suena como “sewer” que significa cloaca, cañería”

En esos años hubo opiniones respecto al nombre que debería darse a nuestro estado. Hubo propuestas como Antigua California, California Mexicana, California Sur, Sudcalifornia o tan solo California.

A partir de esa fecha, siempre se ha cuestionado el nombre de nuestro estado, pero ha sido en los últimos años cuando se le comenzó en llamar “Baja Sur” eliminando el término California, sobre todo por los turistas norteamericanos muy dados a los apócopes, aunque por imitación muchos comercios e instituciones oficiales repiten ese desacato.

En crónicas anteriores he dado ejemplos de esta anómala equivocación, como aquel maestro que compuso un poema al que tituló “La juventud y mi Baja Sur” mismo que fue declamado por un alumno en un concurso nacional. O de aquel funcionario de turismo aprobando una manta publicitaria que decía “Bienvenidos a Baja Sur”

En fechas recientes se continúa repitiendo los vocablos Baja Sur para identificar a nuestra entidad. Una empresa automovilista se llama Kia Baja Sur. Y hace días durante un ciclo de conferencias en torno al problema del agua en nuestro estado, un expositor repitió varias veces esos vocablos en lugar de Baja California Sur.

Ante esta pérdida de identidad, diversos historiadores, escritores, periodistas y maestros han levantado su voz para defender que la palabra California no se olvide, ya que ha sido nuestra acompañante desde que Hernán Cortés pisó esta tierra en el año de 1535.

Al respecto, en una ocasión en que un gobernador del estado de Baja California hizo propaganda diciendo “Yo soy Baja” refiriéndose a su entidad, el historiador Carlos Lazcano le replicó en un artículo que tuvo difusión nacional. Además de reprocharle el olvido de la palabra California, lo ilustró de los porqués nunca debemos omitir su nombre que identifica a la península. Así lo dijo “Al desdibujarse el nombre California estamos perdiendo algo fundamental de nuestras raíces históricas y culturales. Los que vivimos en esta tierra no debemos permitirlo”

Carlos Lazcano a través de sus artículos en el periódico El Vigía y de sus libros publicados, siempre ha defendido la identidad de los bajacalifornianos, tal como lo hacen Eligio Moisés Coronado, Rosa María Mendoza, Sealtiel Enciso, Elizabeth Acosta y otras personas que conocen nuestro pasado.

Al hacerlo, no pretendemos restarle importancia a nuestra identidad proponiendo un nombre más breve eliminando los vocablos “baja y sur”; supone la afirmación de los nuestro, ese que durante mucho siglos ha sido el principal motivo de nuestra calidad de habitantes de esta región de México. Y es conservar para siempre la palabra que nos identifica: CALIFORNIA.

Y sí por nuestra postura algunas personas la critican creemos que están en su derecho, aunque a nosotros la historia nos respalda.

Noviembre 03 de 2021.

miércoles, 27 de octubre de 2021

COLÓN Y CORTÉS, DESCUBRIDORES

 En su libro “Bartolomé de las Casas” Bernat Hernández dice que en el siglo XX tuvo aceptación “una forma distinta de escribir la historia, una que, omitiendo la intervención de actores personales, ponía el acento en el análisis de estructuras económicas y demográficas de la sociedad o en la descripción de las condiciones geográficas y climáticas del territorio”.

Y continúa diciendo “Pero muchos son los signos de que esta fuente antes tan copiosa, ha quedado enteramente exhausta y de que conviene ensayar una aproximación de los hechos del pasado que tome en consideración la influencia de determinadas individualidades y de sus comportamientos paradigmáticos. Se trata de recuperar la perspectiva del Ethos personal en la explicación histórica”.

La semana pasada leí un artículo relacionado con Cristóbal Colón y Hernán Cortés escrito por el historiador Carlos Lazcano Sahagún. Los dos —afirma— fueron descubridores, el primero de un continente y el segundo de un imperio indígena dueño de una cultura extraordinaria.

Opiniones contrarias dicen que no fueron descubridores, sino más bien fue un encuentro entre dos mundos, tratando de restarle méritos a esas hazañas, Y es que el acto de descubrir significa hallar lo que estaba escondido o ignorado, sobre todo cuando se trata de las tierras o mares desconocidos.

Cuando Cristóbal Colón descubrió las islas de las Antillas y después en su cuarto viaje recorrió las costas de Costa Rica, Nicaragua y Honduras e incluso tomó posesión de ellas, su propósito inicial fue dar a conocer al mundo las nuevas tierras pobladas de indígenas y las riquezas que encontraron.

Lo mismo sucedió con la expedición de Hernán Cortés cuando se adentró en las tierras de lo que hoy es nuestro país y pudo dar noticias a través de sus Cartas de Relación del vasto territorio que iba descubriendo.

A Colón y Cortés la historia los recuerda a través de innumerables libros y ensayos. Sus vidas llenas de altibajos han merecido la atención de prestigiados historiadores que describen en detalle sus biografías y hechos más significativos.

Ahora que se mantiene una campaña de desagravio hacia los indígenas del continente culpando a los españoles de victimarios, sería bueno, como lo dice Javier Esparza en su libro “La cruzada del océano”, que “la conquista española de América es una de las mayores gestas jamás escritas por pueblo alguno. Lo es por el desafío físico, material, de dominar un territorio tan inmenso. Pero lo es, sobre todo, por los rasgos civilizadores que la conquista trajo consigo.

El libro de Esparza cuenta el descubrimiento, exploración, conquista y población de América desde el primer viaje de Colón en 1492, hasta la culminación de las grandes conquistas y exploraciones. Afirma que el libro aporta ante todo “la voluntad de reconocer la conquista en su justa dimensión. Además, la determinación de escapar, tanto de las leyendas rosas como de las leyendas negras, porque tanto unas como otras no son sino distorsiones de la realidad.

La cruzada del océano fue propiamente una conquista, es decir, una operación de dominio, de poder, y en su crónica surgen inevitablemente los mismos episodios de violencia, depredación y guerra que en cualquier otra conquista de cuantas la historia conoce.

Este libro como otros, dimensiona la importancia del descubrimiento y conquista de América lo que, por otro lado, tuvo la misión de convertir a la fe católica a pueblos que vivían al margen de ella. Fue por eso que junto a la evangelización se prohibió la esclavitud, la protección legal de los indígenas y el mestizaje. El resultado, --dice Javier Esparza-- de todo eso fue un mundo nuevo, un mundo que ya no era en de la cultura amerindia, pero tampoco era una España ultramarina, porque la América muy pronto tuvo su singular personalidad.

Esparza habla de Cristóbal Colón, Magallanes, Pizarro, Hernán Cortés. Al mencionar a este último incluye un capítulo dedicado a California y su descubrimiento. Tal como lo hizo últimamente Carlos Lazcano en su libro “La Bahía de Santa Cruz. Cortés en California”

Octubre 27 de 2021

LUZ, MÁS LUZ

En días pasados, los periódicos locales dieron la noticia que próximamente se construirá el primer parque eólico de La Paz. Su ubicación estará a la altura del kilómetro 35 de la carretera al norte.

Meses antes, una empresa privada construyó los aerogeneradores que ya pueden observarse por los que transitan por esa zona de Los Aripes. El proyecto podrá producir 50 MW que ayudarán a solucionar las deficiencias en el consumo de energía eléctrica.

La empresa responsable —dice la información— es un proyecto comunitario en colaboración con los habitantes del ejido donde se instalará este proyecto, que en breve será capaz de producir energía limpia para los paceños.

Y en esto de la energía limpia, debemos recordar la promesa del presidente López Obrador de instalar una planta de energía eléctrica a base de gas, misma que costará 6 mil millones de pesos. “Para 2023--afirmó—ya no se va a utilizar combustible”. Tal declaración la hizo en la reunión ordinaria de la CONAGO en el mes de febrero de 2020.

De continuar esos programas de energía limpia, se podrán instalar otras plantas eólicas a todo lo largo del estado pero, de preferencia, en las regiones de la Pacífico Norte, donde se han realizado estudios sobre el potencial eólico de esa zona de nuestra entidad.

Todo lo anterior viene al caso por los comentarios en torno a la iniciativa de reforma energética propuesta por el presidente y que ha involucrado a la iniciativa privada, partidos políticos y funcionarios del gobierno federal.

La iniciativa ha generado discusiones respecto a aprobar o no la reforma eléctrica. Al respecto, Carlos Ugalde opinó: “El dilema no es entre el bienestar del pueblo o apoyo a empresas extranjeras; tampoco es entre Lázaro Cárdenas o Salinas de Gortari. El verdadero dilema es entre fomentar energías limpias a bajo costo o darle el monopolio al gobierno para que produzca energía cara (subsidiada) y contaminante”.

Y en esto de las energías limpias la confusión o la falta de conocimientos ha permitido pifias como la reciente de la Secretaría de Energía, Rocío Nahle, quien aseguró que en invierno no puede producirse energía solar o eólica. Pronto encontró respuesta a su equivocación. La mayoría de los paneles solares no son térmicos sino fotovoltaicos. Para estas células fotoeléctricas no necesitan un sol radiante, sino que haya tan solo luz. Y en cuanto a la energía producida por el viento es mayor en invierno que en verano.

El presidente tiene mucho interés en que el Congreso de la Unión apruebe la reforma. En las mañaneras lo ha reiterado, incluso ha solicitado el apoyo de los partidos políticos en especial al PRI , dado que el voto negativo de sus diputados pueden frustrar sus intenciones. Y como opinan muchos, el otrora poderoso partido se deja querer antes de decidirse en pro o en contra.

Pero volviendo al tema actual que representa el déficit de energía eléctrica en nuestro estado, las autoridades siempre han señalado su preocupación insistiendo en la instalación de parques eólicos y solares. En el Plan Estatal de Desarrollo del gobierno anterior presentó como alternativa para solucionar el problema de la “aplicación de nuevas técnicas que se han venido desarrollando para el uso de energías no convencionales, tales como la energía eólica, energía solar, energía de mareas y oleajes”.

Ahora, con nuevas autoridades en el gobierno del estado de seguro continuarán con esos programas de energías limpias, lo que permitirá que empresas públicas y privadas lleven a cabo la instalación de plantas de energías limpias en todo el territorio de nuestra entidad.

Pero existe una traba. Ahora, con la reforma energética propuesta por el presidente esos planes podrán venirse abajo, a menos que los senadores y diputados que nos representan en el Congreso de la Unión voten a favor de las energías limpias. De lo contrario estarán afectando seriamente el bienestar del pueblo de Baja California Sur.

Octubre 12 de 2021

jueves, 7 de octubre de 2021

27 DE SEPTIEMBRE DE 1821

    Hoy, 27 de septiembre, es el día más feliz en la historia de México. Agustín está nervioso y al mismo tiempo seguro de que la mejor forma de ganar es enfrentar el miedo y vivir el momento, o al menos disfrutar su triunfo.

    Decide vestirse de civil no de militar como el resto; lleva pantalones claros, un abrigo negro de terciopelo, sus mejores botas de montar y una camisa de blanco algodón. Hoy Agustín cumple 38 años.

    Avanza desde Tacubaya seguido de su Estado Mayor y comitiva. Vicente Guerrero está ahí con sus hombres, lo mismo que Vicente Filisola, que José Antonio Echávarri y el ya notorio veracruzano Antonio López de Santa Ana.

    A las diez de la mañana llegan a la entrada de la ciudad de México, el arco de piedra donde empieza la calle de Plateros. Ahí lo espera el alcalde José Ormachea. Agustín baja del caballo y estrecha la mano de aquel hombre de patillas grandes.

    —Vine de acuerdo a lo que hemos pactado —dice Agustín

    —Y se quedará con mucho más. Con todo el honor y reconocimiento que se merece, me gustaría entregarle las llaves de la ciudad. Usted entra triunfal como el padre Hidalgo no pudo hacerlo hace once años. Usted logró con la tinta lo que otros no pudieron hacerlo con la pólvora.

    Agustín entra por los portones del Real Palacio como lo había hecho en 1808, pero esta vez no lo hace en secreto. Sube las escaleras de piedra y unos criados lo guían hasta el balcón donde lo espera el virrey. Desde ahí, tanto Agustín como O´Donojú levantan las manos. El pueblo ruge de felicidad.

    —Mexicanos —grita Agustín— ya están en el caso de saludar a la Patria independiente como anuncié en Iguala; ya recorrí el inmenso espacio que hay desde la esclavitud a la libertad y toqué los diversos resortes para que todo mexicano manifieste su opinión escondida. Ya me ven en la capital del imperio más opulento sin dejar atrás ríos de sangre, ni campos talados, ni viudas desoladas, ni desgraciados hijos que llenen de maldiciones al asesino de su padre; por el contrario, recorridas quedan las principales provincias de estos reinos y todas uniformadas en la celebridad, han dirigido al ejército trigarante vivas expresivas y al cielo votos de gran gratitud. Se instalará una junta de gobierno, se reunirán las Cortes, se sancionará la ley que debe haceros venturosos, y yo os exhorto a que olviden las palabras alarmantes y de exterminio y solo pronuncien unión y amistad íntima.

    Tras un aplauso unánime, Juan de O´Donojú con voz temblorosa grita con énfasis “Mexicanos, ha terminado la guerra”.

    Agustín añade: “Mexicanos, ya conocéis el modo de ser libres, a ustedes les corresponde el de ser felices”. (Fragmentos tomados del libro “Iturbide, el otro padre de la patria” de Pedro J. Fernández. Editorial Grijalvo, 2018)

    De hecho la consumación de la independencia dependió del Plan de Iguala, formulado por Agustín de Iturbide el 24 de febrero de 1821. Gracias al mencionado Plan fue posible la conciliación de insurgentes y realistas cómo el paso más importante para la independencia de México.

    Meses antes Iturbide había recibido órdenes del gobierno virreinal a fin de sofocar los movimientos libertarios de Vicente Guerrero, el último caudillo insurgente. Pero ante la imposibilidad de vencerlo, optó por un acuerdo entre ambos buscando el fin de la guerra. Después de varias entrevistas Guerrero aceptó la invitación de Iturbide y fue así como nació el Plan de Iguala. Es histórico que tal acuerdo fue sellado en lo que se ha conocido como el abrazo de Acatempan.

    Cuando el virrey Don Juan O’Donojú llegó a México, Iturbide lo hizo firmar el Plan de Iguala el cual quedó plasmado en los Tratados de Córdoba.

    —Convocad —expresó el virrey— a una junta de Notables que gobierne en caso de que Fernando VII no venga, ponedme en ella y firmaremos el trato. Que sea la junta la que convoque a un congreso y elija un gobernante para la monarquía constitucional que ha planteado. He sido llamado para asegurar la felicidad de esta tierra. Eso haré.

Octubre 6 de 2021

sábado, 18 de septiembre de 2021

UN CUMPLEAÑOS Y CRISTÓBAL COLÓN

    El domingo pasado, con motivo de llegar a los 91 años, mis hijos me invitaron a un desayuno en uno de los restaurantes al norte de la ciudad. Después, al mediodía, mi nieta Martha y su esposo Carlos me ofrecieron una comida en otro lugar especializado en platillos españoles.

    En la sobre mesa Martha me regaló un texto escrito por ella, bajo el título “91 y contando”. Es de una sola página y entresacando unas frases de su contenido, dice: “Cuando llego sin avisar entro sigilosamente revisando cada una de las habitaciones, mientras el ruido del teclado de la computadora me va guiando. A veces puedo estar detrás de él por varios minutos sin que me perciba, pues es tanta su concentración que su mundo exterior desaparece. Crónica tras crónica, relato tras relato, sus dedos tienen que ser más rápidos que su imaginación. Y como siempre, con un cálido beso lo sorprendo. Y ahí está su sonrisa que sin decirme nada me dice mucho”.

    Al término de la comida y con una taza con café en la mano, surge la pregunta: “Abue, ¿Por qué el gobierno de la Ciudad de México decidió quitar la estatua de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma?”. La pregunta mereció una somera explicación de las justificaciones dadas por las autoridades capitalinas, de que Colón formó parte de los conquistadores españoles que diezmaron y esclavizaron a los indígenas no sólo de México sino de todo el continente americano a partir de 1492, año en que Cristóbal Colón descubrió América.

    Al igual que Colón otros, como Pedrarias Dávila, Cristóbal de Olid, Nuño Beltrán de Guzmán, Hernán Cortés y Francisco Pizarro, fueron los causantes de la muerte de miles de indios, después de someterlos a una esclavitud generadora de riquezas para beneficio de España.

    Desde luego, tal apreciación carece de validez histórica. El escritor José Javier Esparza es enfático al afirmar: “Los excesos de la literatura indigenista nos han vendido la imagen del pérfido depredador español que llega a las Indias a explotar al buen indio que dormitaba tranquilamente en su bohío. Es una imagen ridícula. Primero y ante todo, los indios son tan protagonistas de la conquista como los propios españoles”.

    Y en verdad, Colón logró instalarse en La Española con la ayuda de los tainos. Cortés nunca hubiera podido apoderarse de Tenochtitlan sin la fuerza que representaban los tlaxcaltecas, o bien Pizarro quien conquistó el imperio inca acompañado de los tallanes, huancas y los chachopoyas. Estos grupos indígenas se unieron a los españoles porque eran explotados por los aztecas y los incas. Y es que como dice Javier Esparza, las comunidades amerindias eran sociedades muy conflictivas, muy violentas, donde unos pueblos sometían a otros sin la menor compasión.

    Octavio Paz, nuestro premio nobel de Literatura, dijo al respecto: “Los españoles y los portugueses unieron a muchos pueblos que hablaban lenguas diferentes, adoraban dioses distintos y guerreaban entre ellos. Los unieron a través de leyes e instituciones jurídicas y políticas pero, sobre todo, por la lengua, la cultura y la religión. Si las pérdidas fueron enormes, las ganancias han sido inmensas”.

    Opiniones como las anteriores debieron ser consideradas por las autoridades que pretenden quitar la estatua de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma. Además de que el Almirante debe ser considerado como el autor de una hazaña sin precedentes, al llegar a un continente que cambió definitivamente la realidad geográfica del mundo de ese entonces.

    Cristóbal Colón, tal como lo dice Samuel Eliot Morison, merece por ese hecho histórico el reconocimiento de la América Latina. Aparte de otras cualidades, fue un extraordinario navegante. “Como marino y navegante fue el más grande de su época. Jamás un título fue más justamente conferido que aquel que más celosamente conservó, el de Almirante del Mar Océano”.

    Así es que brindemos porque Colón vuelva a su sitio, ese que forma parte desde hace dos siglos de la fisonomía cultural de la ciudad de los palacios. 

Septiembre 15 de 2021

sábado, 11 de septiembre de 2021

EL ÚLTIMO INFORME PRESIDENCIAL

     A ocho días del tercer informe del presidente López Obrador, aún se sigue comentando su contenido, los avances en el desarrollo del país, así de cómo el gobierno ha enfrentado las situaciones críticas como la pandemia, la inseguridad, el deterioro económico, la delincuencia organizada, el narcotráfico, entre otros aspectos.

    Voces críticas de políticos, periodistas y corrientes de opinión pública, afirman que los logros del gobierno de la 4T no son como lo dice el informe, sino más bien adolecen de veracidad y que sólo se ha buscado mantener la confianza en un gobierno que no ha podido rendir buenas cuentas a los mexicanos.

    El hecho de que ocupemos el cuarto lugar mundial por decesos debidos a la pandemia del Covid-19 no es para sentirnos orgullosos; la muerte de cien mil personas a manos de la criminalidad rebasa los límites de seguridad de la población; los feminicidios en aumento, los altos índices de pobreza y las deficiencias en la atención a la salud de niños y adultos, son aspectos que no fueron tomados en cuenta en el informe presidencial. Al contrario, como bien lo dice una corriente de opinión del periódico El Universal, el presidente invoca en su informe “un país lleno de justicia, de éxitos de riquezas y, sobre todo, de futuro, de esperanzas, de un mejor mañana. Es una lástima que los ciudadanos de esa utopía sólo habiten en su cabeza”.

    Por allá del año de 1980, compré el libro “Utopía” de Thomas Moro, en el que el autor imagina una isla desconocida en la que se llevaría a cabo la organización ideal de la sociedad; una sociedad perfecta y justa, donde todo discurre sin conflictos y en plena armonía. Desde luego no es la utopía a la que aspira nuestro presidente, sino más bien se asemeja a la distopía porque la sociedad que él pregona es ficticia, irrealizable en sí misma.

    Las distopías se conocen porque son propias de gobiernos tiránicos, deshumanizados y por llevar a los pueblos a graves crisis de crecimiento. Por supuesto, es atrevido afirmar que lo anterior es lo que está sucediendo en nuestro país por culpa del presidente, aunque sí podemos repetir lo que escribiera Luis Cárdenas en un artículo reciente: “Preocupa, lejos del síndrome de Hubris, que el presidente que más conoce la realidad de su pueblo, se empeñe en cegarla por su propia arrogancia”. Y es que la palabra hubris significa precisamente arrogancia. Se caracteriza por un ego desmedido, un enfoque personal exagerado, la aparición de excentricidades y desprecio hacia las opiniones de los demás.

    Resulta difícil ¿o fácil? encuadrar al presidente dentro del síndrome de hubris, pero las características de ese trastorno quedan como anillo al dedo al primer mandatario, al menos por su comportamiento político: alejamiento progresivo de la realidad, desprecio por los consejos de quienes lo rodean, el rival debe ser vencido a cualquier precio.

    La realidad que hoy vive nuestro país no es la misma que difunde nuestro presidente; lo contradicen los altos índices de la criminalidad, el aumento de contagios por la Covid-19, la economía en declive, la inseguridad en la población.

    El presidente sólo escucha su propia voz. Tenía en su gabinete funcionarios capaces de reorientar el rumbo con sus opiniones, pero las despreció e incluso los obligó a renunciar. Un secretario de Hacienda, un director del Seguro Social y un consejero jurídico son los casos más notables.

    Su lucha de cuartel contra los periodistas y medios de información se ha llegado al extremo acusándolos de conservadores, neoliberales y enemigos de la 4T. Sus ataques personales no llevan otro fin que acabar con la oposición que representan. Si no que lo digan Loret, López Dóriga, Camín. Y de los periódicos y revistas ni se diga. El Universal, Reforma, Nexos, Letras Libres, que son exorcizados diariamente por el presidente López Obrador.

    Quizá el síndrome de hubris resaltó cuando a la mitad del informe, el presidente exclamó con voz más alta que de costumbre “¡Tengan para que aprendan, tecnócratas!” La arrogancia en vivo. 

Septiembre 8 de 2021